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Torre de Babel Ediciones

Distinciones y privilegios de la Orden del Templo

Santidad de los primeros templarios 

HISTORIA DE LOS TEMPLARIOS

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DISTINCIONES, GRACIAS Y PRERROGATIVAS CONCEDIDAS A LOS TEMPLARIOS, Y ÉPOCA EN QUE VINIERON A LA PENÍNSULA

Historia de los caballeros templarios - Privilegios y distinciones de los templariosEntre las numerosas prerrogativas que disfrutaban los templarios, una de ellas era el permiso de poder comunicar y celebrar una vez al año en las iglesias en que hubiese entredicho eclesiástico, prerrogativa concedida por el canon XIII del Concilio de Londres del año 1200. Los templarios fueron asimismo exentos de pagar diezmos, lo mismo que los hospitalarios, por un privilegio concedido por el papa Adriano IV en 1156, ratificado en 1170 o cerca de él por el papa Alejandro III, y dirigido al Arzobispo de Tarragona, ampliando el de su antecesor, cuya primera concesión se cree fue hecha a favor de los templarios de Cataluña y Aragón.

Los comendadores y caballeros de esta religión gozaron del privilegio estatuido contra los percursores de personas eclesiásticas, por serlo en realidad los templarios que profesaban verdadera vida religiosa con los tres votos comunes, cuya observancia se colige del canon XLIX de las Constituciones conciliares de varios sínodos tarraconenses.

A más resulta que los caballeros de está milicia gozaban mil otros fueros y distinciones concedidas por algunos sumos pontífices y reyes, en particular por don Jaime, rey de Aragón llamado el Conquistador, el cual, con fecha 5 de las calendas de noviembre (27 de octubre) de 1236, mandó que ningún soldado pudiese ser alojado por fuerza en los monasterios, iglesias y casas del Templo y otros cualesquier lugares religiosos de su dominio, aunque fuesen rurales o granjerías suyas.

Desde el momento en que Hugo de Paganis hubo fundado la Orden, propagose rápidamente esta milicia naciente por todas las naciones de la cristiandad, con el santo fin de sostener la Cruzada, perseguir a los infieles y conservar los santos lugares de la Palestina. Como nuestra España, siempre católica, necesitaba más que otra alguna el auxilio del poderoso y fuerte brazo de los templarios para contener las continuas irrupciones de los moros que infestaban nuestro suelo, por lo mismo fue de las primeras que tuvieron en sus dominios algunas casas de estos religiosos militares.

Aunque de fijo no se sabe el año en que se establecieron en la Península, resulta que a muy pocos de su institución en Jerusalén tenían ya bienes raíces en Portugal, cuyo sacro convento estaba en la villa de Thomar, y cuasi en el mismo tiempo los había también en los reinos de Castilla, León, Aragón y Navarra. Se cree que sus primeros conventos o castillos estuvieron inmediatos a las fronteras de los reinos o provincias ocupadas por los sarracenos, por ser su principal instituto hacer la guerra a los infieles, propagando la religión de Jesucristo.

El P. Mariana en su Historia de España hablando de la introducción de los templarios en España dice lo siguiente:

«Por este tiempo, en el año 1118, con mutua sociedad los caballeros templarios y hospitalarios de un acuerdo, se dedicaban en Jerusalén con todo esfuerzo en aumento de la religión cristiana, por lo que a persuasión de San Bernardo, principal fundador del Cister, se entregó por el rey de Aragón don Alonso, que se llamó emperador de España, a los caballeros templarios la nueva ciudad de Monreal con un convento que en ella fundó, habiéndoseles señalado además rentas y la quinta parte de los despojos que en la guerra de los moros se cogiesen, para que con su producto sostuviesen los gastos de la sagrada milicia, y pudiesen defender los confines del reino de Aragón. Guillermo, obispo de Aux, para emprender esta guerra, y ayudar el fin de esta nueva milicia con los demás prelados aragoneses, instaban los ánimos de los naturales al mismo intento. Este fue el principio de las riquezas de los caballeros en España, que habiendo crecido en gran número, se cree que después fueron para éstos causa de su ruina».

Sin embargo es preciso convenir, como dice Campomanes, que Mariana cometió una equivocación en suponer este hecho en el año de 1118, pues en esta época malamente podían los templarios haber venido a España si hasta el año de 1127 no se aprobaron sus estatutos, y hasta después de verificado esto no admitieron en su compañía más que los nueve primeros compañeros. Al parecer, este hecho debe suponerse en el año de 1129, como indica Garibay, o al de 1132, como supone Zurita en sus Anales de Aragón. Desde esta época en adelante hallamos hechas muchas donaciones y mercedes a los caballeros templarios por cuasi todos los príncipes que sucesivamente reinaron en las varias provincias o reinos en que se hallaba dividida entonces la Península. Entre estas donaciones es memorable la de don Alonso I, rey de Aragón y Navarra, llamado el Batallador. Hallándose este príncipe, en el mes de octubre del año de 1169 de la era Española, que corresponde al de 1131 de Jesucristo, sitiando a Bayona, y viéndose sin hijos, otorgó testamento, por el cual dejaba con una generosidad desusada, todos sus reinos a los caballeros del Temple después de su muerte.

La cláusula del testamento está concebida en estos términos:

«Yo don Alonso Sánchez, rey de los aragoneses, de los pamploneses y de los rivagorzanos… Dejo por heredero y sucesor mío, al Sepulcro del Señor que está en Jerusalén y a los que velan en su custodia y sirven allí a Dios, y al hospital de los pobres de Jerusalén, y al Templo de Salomón, con los caballeros que allí velan por la defensa de la cristiandad. A estos tres dejo mi reino y el señorío que tengo en toda la tierra de mi reino, y el principado y jurisdicción que me toca sobre todos los hombres de mi tierra, así clérigos, como legos, obispos, abades, canónigos, monjes, grandes, caballeros, labradores, mercaderes, hombres, mujeres, pequeños y grandes, ricos y pobres, judíos y sarracenos, con las mismas leyes y costumbres que mi padre y mi hermano y yo los hemos tenido agora y los debemos tener y regir. Añado también a la caballería del Templo, el caballo de mi persona con todas mis armas. Y si Dios me diere a Tortosa, toda enteramente sea del hospital de Jerusalén.»

Una disposición tan extraña no tuvo efecto alguno, y no pudiéndose convenir los aragoneses y los navarros en cuanto a la elección del nuevo Soberano, eligieron por rey, los navarros a don García Ramírez, y los aragoneses a Ramiro el Monje, hermano de don Alonso.

Sin embargo, verificada la muerte de este Monarca, acaecida en 17 de febrero de 1134 en la desgraciada batalla de Fraga, y sabedores los caballeros del Temple, los del Santo Sepulcro y los del Hospital u hospitalarios, de la disposición del Rey don Alonso, comisionaron de común acuerdo a Ramón de Podio, 2° maestre que era del Hospital, el que vino a Aragón, según se colige por los años de 1140, para arreglar dicha manda. Pero viendo éste las grandes guerras que se suscitaron para disputar los legítimos derechos de aquel reino, determinó renunciar en 16 de setiembre de 1140 la parte que a su orden pertenecía a favor de don Ramón Berenguer, conde de Barcelona y príncipe de Aragón, que se había apoderado de aquellos estados con motivo de haber fallecido don Ramiro; pero con la cláusula expresa de que muriendo sin hijos había de ser válida la donación hecha por don Alonso a los caballeros hospitalarios. Estipulose al mismo tiempo que en el entre tanto el maestre y convento de San Juan de Jerusalén en Zaragoza, se retendría a Huesca, Barbastro, Daroca y Calatayud, y en las demás poblaciones que se ganaren a los moros un vasallo de cada ley y secta con sus casas y heredades, con los servicios que pertenecían al rey, quedando obligados a ir a la guerra contra moros. Igual cesión hicieron los del Santo Sepulcro y con las mismas condiciones en 21 de agosto de 1141 firmada en la ciudad de Jerusalén. Por lo que hace a los templarios sólo sabemos, como dice Zurita, que el príncipe don Ramón fue muy apasionado a la milicia del Temple, el cual, a instancias de su padre el conde don Ramón Berenguer, quien poco antes de morir hizo formal profesión en esta Orden en 14 de julio de 1130, en cuyo acto donó a los caballeros el fuerte castillo de Cariñena, procuró acrecentar esta religión en sus reinos por cuantos medios estuvieron a su alcance, dotándola generosamente con el santo fin de que le ayudasen a extirpar la secta mahometana y trabajasen en el ensalzamiento de la santa religión, habiendo últimamente terminado este príncipe sus días bajo el hábito y regla de una Orden que tan apreciada le era.

Para mejor conseguirlo pidió a Roberto, entonces gran maestre de los templarios, que le enviase de Ultramar diez caballeros de los más ancianos y calificados para que residiesen en sus estados y siguiesen propagando una religión de la cual se prometía grandes servicios. Dioles al pronto, para su nuevo o formal establecimiento en el reino de Aragón, el castillo y villa de Monzón, y el castillo de Mongai, con los castillos y villas de Barbara, Pera, Xaula, Remolins y Corbins, con sus términos y cuantos derechos tenia dicho príncipe sobre ellos, todo lo cual podían trasmitir a sus sucesores en la Orden. Cedioles también otras rentas sobre Zaragoza y Huesca, la décima parte de cuanto aumentasen sus rentas, y la quinta de todo lo que se conquistase. Los declaró además francos y exentos de toda especie de tributos o censo, prometiendo con voto solemne que jamás ni en ningún tiempo haría paz con los moros, sino con anuencia y consentimiento de los caballeros templarios, todo lo cual se otorgó a 27 de noviembre del año de 1143 del nacimiento del Señor en las cortes, que en esta época se celebraron en Gerona. En ellas asistieron el rey, Guido cardenal legado apostólico, varios prelados, muchos ricos hombres, etc., y a más los caballeros templarios Fr. Everardo, Fr. Ostan de S. Ordonio, Fr. Hugo de Borray, Fr. Pedro de Atincho y Fr. Bernardo de Reguinol, en manos de los cuales juró el rey cumplir lo prometido.

Parece pues que hasta esta época no puede en rigor considerarse como justamente establecidos en España los caballeros templarios, pues en ella se les señaló rentas y bienes propios para subsistir, de que carecieron los individuos de esta Orden que antes de aquella fecha existían sin duda en nuestra Península.

Los templarios entraron con poca diferencia o fundaron por el mismo tiempo, es decir por los años de 1140 o 43, en Francia, Italia, y sucesivamente en Alemania, Hungría, Inglaterra y otros países católicos.

 

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