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Torre de Babel Ediciones

Principios de los griegos. Historia de Grecia, por Ch. A. Fyffe


MITOLOGÍA

La Mitología contada a los niños e historia de los grandes hombres de Grecia  
 

Mitología de la juventud o Historia fabulosa para la inteligencia de los poetas y autores antiguos

 

 

HISTORIA

Compendio de la historia de la China

Lecciones de historia del Imperio Chino

Japón. Estudio histórico y sociológico 

Compendio de la historia de Grecia

Lecciones de historia romana  

Historia romana contada a los niños

Historia de los templarios

 

Nociones de historia de Grecia

Cap.I. Principios de los griegos

Cap II. El Peloponeso hasta el año 500 antes de J. C. Colonias

Cap.III. Ática hasta 500 años antes de J. C

Cap. IV. La revolución jónica y las guerras médicas

Cap. V. El imperio de Atenas y la guerra del Peloponeso

Cap.VI. Esparta, Tebas, Macedonia

Cap. VII. Imperio de Alejandro
 

 

 

NOCIONES DE HISTORIA DE GRECIA –CHARLES ALAN FYFFE


Índice

 

CAPÍTULO I.- PRINCIPIOS DE LOS GRIEGOS

1. Griegos e italianos 

La mayor parte de lo que sabemos de la historia de Europa anterior al nacimiento de Jesucristo, es la historia de los griegos y de los italianos. No fueron las únicas naciones de la antigua Europa; hubo otras grandes razas, como los galos y los antepasados de los ingleses, los germanos. ¿Por qué, pues, tanto nos habla la historia antigua de griegos e italianos y tan poco de los otros? Porque, mientras los griegos y los italianos aprendieron a vivir en ciudades e hicieron leyes y gobiernos razonables y se enriquecieron con el comercio, las demás naciones permanecieron salvajes e ignorantes. No nos interesaría su historia durante aquellos tiempos, aunque la conociéramos. No sabríamos más que de batallas y correrías; y al cabo de centenares de años las encontraríamos viviendo tan toscamente como en el principio; pero cuando todavía eran bárbaras las razas del Norte, habían empezado ya los griegos y los italianos a vivir de un modo más semejante a como viven las naciones modernas, y habían llevado a cabo grandes hechos, cuyos efectos aún duran.

Los griegos salvaron a Europa de que fuera conquistada por razas asiáticas, y esparcieron una vida más feliz y más interesante entre las naciones que eran sus vecinas. No quiere esto decir que los griegos fuesen perfectos, como no lo son las demás naciones, ni antiguas ni modernas. Tenían faltas con abundancia, y una gran parte de su historia la constituyen la discordia y las violencias; pero en medio de estos males nos encontraremos con ejemplos de la bondad más admirable; y al mismo tiempo que los vicios de los griegos eran comunes a las demás naciones antiguas, sus puntos buenos los elevaron en muchos conceptos sobre todo el resto de la humanidad. No ha habido raza que haya hecho nunca bien tantas cosas diferentes, como los griegos. Fueron el primer pueblo que se ocupó en buscar la verdad y la razón en todo. Hombres atareados de nuestra época encuentran un placer en lo que queda de los poetas e historiadores griegos; y saben los artistas que nunca podrán hacer nada superior en hermosura a lo que aún resta de la escultura griega. Siempre tendrá interés para los hombres la Grecia antigua, no solamente porque los griegos fueron tan inteligentes y tan ilustrados, sino porque de ellos hemos heredado tantas cosas de las que más apreciamos hoy mismo, como son el deseo de saber, la facultad de hablar con elocuencia y las artes de la música y la pintura.

2. Relación de los griegos con otras razas

No fueron, sin embargo, los griegos, como los árabes y los chinos, de una raza enteramente distinta de la de nuestros antepasados, que han constituido las naciones modernas y que eran entonces tan bárbaros. En tiempos muy remotos, mucho antes de que se escribieran los libros más antiguos, vivía un pueblo entre el mar Caspio y las montañas occidentales de la India, del cual descienden no sólo los griegos y los italianos, sino la mayor parte de las otras naciones europeas, y también los hindús. Las palabras usadas por todas estas naciones para ciertas cosas, son muy parecidas entre sí, y esto demuestra que hubo un tiempo en que formaban una sola raza, que se servía del mismo idioma. Por ejemplo, la voz que equivale a padre en todos estos idiomas es la misma, con algunos cambios pequeños: en alemán vater, en inglés father, en griego πατηρ (pater), en latín pater, en el hindú antiguo, pita. Conforme trascurrió tiempo, y se iba agrandando dicho pueblo, salieron en diferentes direcciones algunas gentes y se hicieron naciones distintas. Fueron haciéndose cada vez más desemejantes, y tales cambios hicieron en el antiguo idioma que todas ellas hablaran antes, que cada nación llegó a tener su idioma especial, en vez de conservar uno para todas. Una parte de aquel pueblo fue a la India, otra parte al norte de Europa; otras ramas se repartieron por Italia, Grecia y el Asia Menor. Los italianos y los griegos eran una sola nación mucho después de haberse separado de ellos los germanos y los hindús; y por esta razón sus idiomas se parecen entre sí mucho más que cualquiera de los dos al alemán o al hindú.

Algunas de las razas del oeste del Asia Menor fueron, al parecer, en sus principios muy semejantes a los griegos; y en tiempos muy primitivos es probable que cruzaran algunas gentes del Asia Menor a Grecia, y que fundaran reinos en la costa griega. Posteriormente se establecieron legiones de griegos en la costa asiática; y por esta razón, aunque la Grecia europea se llama la Grecia propiamente dicha, la costa occidental del Asia Menor se llamaba igualmente Grecia (mapa del Imperio Persa y Grecia), pues griegos eran los que allí vivían y tuvieron que ver con todo cuanto aconteció en la historia de Grecia. Los griegos no se llamaban a sí mismos griegos, sino helenos (Ελληνες), y toda localidad en que habitaban helenos se llamaba Hélada (Ελλàς), ya estuviese en Europa, ya en Asia, ya en África. Ya veremos qué pueblo tan aventurero fueron los griegos, y cómo fundaron colonias en distantes puntos del Mediterráneo y en las costas del Mar Negro.

3. No era Grecia un solo Estado, sino muchos

Una gran diferencia hay entre la antigua Grecia y cualquiera de las naciones modernas. Están éstas bajo un solo gobierno, llámese rey, rey con cámaras o presidente de república, y las leyes que hacen los cuerpos legisladores son obedecidas por toda la nación. Cada ciudad tiene la administración de sus asuntos propios, con mayor o menor latitud, tales como el alumbrado y el empedrado; pero ninguna es independiente de las leyes y del gobierno de todo el país. Hay un solo ejército y una sola marina para toda la nación, y ninguna parte de ella puede pensar en separarse del resto. Pero Grecia no era un país así: estaba dividida en pequeñas regiones, cada una de las cuales tenía su propio gobierno. Una ciudad pequeña cualquiera podía ser por sí misma un Estado completo, independiente de las inmediatas. Acaso poseía solamente unas pocas millas de tierra con unos cuantos cientos de habitantes, y no obstante tenía sus leyes propias, su gobierno propio y su ejército propio, aunque todo él no tuviera el número de cualquier regimiento del día. En un espacio menor que el de un condado de Inglaterra, por ejemplo, podía haber varias ciudades independientes, en guerra unas veces entre sí y en paz otras. Por esto cuando decimos que la costa occidental del Asia Menor era parte de Grecia, no queremos dar a entender que dicha costa y la Grecia europea estuviesen bajo una misma ley y un mismo gobierno, porque ambas estaban a su vez partidas en numerosos Estados pequeños, sino que queremos decir que el pueblo que habitaba la costa occidental del Asia Menor se parecía mucho al que vivía en Grecia; ambos hablaban el mismo idioma, y tenían casi las mismas costumbres; se llamaban recíprocamente helenos para diferenciarse de todas las demás naciones del mundo, a las cuales llamaban bárbaros (βάρβαροι), es decir, «gente no inteligible» porque no podían entender la lengua que ellos hablaban.

4. Grecia separada por cordilleras

Grecia, desde el principio, no fue una sola nación como Inglaterra, sino que estuvo dividida en muchas pequeñas. Homero da una larga lista de reyes que asistieron con sus fuerzas al sitio de Troya; y en toda la historia griega iremos leyendo y sabiendo de un número de Estados muy pequeños. ¿Por qué? Porque Grecia estaba cortada por la naturaleza en pedazos pequeños cerrados por las montañas. Al sur de Inglaterra puede irse fácilmente de un lugar a otro; y cuando hay colinas no son bastante altas ni escabrosas para impedir que haya caminos sobre ellas; pero en Grecia hay tantas montañas realmente difíciles de cruzar, que los parajes fértiles que hay en ellas están aislados y separados entre sí; y en los tiempos primitivos, antes de que los hombres hubieran hecho mucho uso de los buques, apenas se veía a otra persona fuera de las que habitaban el mismo valle. Veremos qué diferencia produjo esto en Grecia, al compararla con Egipto o Babilonia. Egipto es el rico país llano de ambas orillas del Nilo. Puede navegarse por el Nilo, río arriba a favor del viento, y río abajo deslizándose con la corriente, de manera que siempre es fácil ir de una parte del Egipto a otra. Ésta es la razón por la que desde los tiempos más remotos Egipto ha sido un solo país, gobernado por un gran rey, como los Faraones de la Biblia. Otro tanto sucede en las ricas tierras inmediatas a Babilonia, que baña el Éufrates. Nada había que separara una parte de aquel país de otra; un solo rey mandaba en una gran región, y podía levantar un gran ejército.

 El poder y la magnificencia de los reyes atemorizaban al pueblo, que no concebía la idea de resistir el poder real. Por esto los reyes de Babilonia se hicieron dueños absolutos de sus súbditos, como Nabucodonosor, y por esto el pueblo era poco más que una nación de esclavos. En Grecia sucedió lo contrario. No hay una sola extensión grande de tierra en todo el país. Las montañas lo dividen en numerosas localidades muy pequeñas, y en cada una de éstas no fue el rey más que el jefe entre las cabezas de familia. No era bastante rico para vivir en un espléndido palacio como los monarcas orientales, y para hacer creer al pueblo que era una especie de dios; ni podía levantar un gran ejército para invadir los países vecinos y esclavizar a sus habitantes.

Encontramos, pues, en un principio a los griegos divididos en pequeñas agrupaciones, habitando la Grecia europea y las islas vecinas (mapa de Grecia y las costas egeas) y razas muy semejantes a ellos en la costa occidental del Asia Menor. Los que eran ricos poseían rebaños y ganados, tierras de pan llevar y de vino; los pobres tenían pequeñas haciendas propias, o trabajaban como jornaleros en las de los ricos; pero en la costa estaba comenzando una vida nueva y más activa. Allí encontró el griego primeramente al comerciante fenicio (canaanita), de Tiro o de Sidón (mapa del Imperio Persa y Grecia), que había empezado a traficar con tierras distantes, mientras que los griegos sólo se ocupaban en la labranza. Los fenicios tuvieron un alfabeto, y una escala de pesos y medidas, mucho antes que los griegos; habían hecho muchos descubrimientos o los hablan tomado de otras naciones del Oriente; habían aprendido a hacer un tinte de púrpura para las colgaduras y para las vestiduras de los grandes hombres, sacándolo de una concha marina, y a horadar las minas y a trabajar los metales. Cuando se abatieron los mejores árboles del monte Líbano, y los fenicios tuvieron que ir a buscar maderas para sus buques, encontraron abundancia de roble, pino y haya en las playas del mar Egeo. Descubrieron que la raíz del roble griego podía servir para curtir pieles, y sus frutas para hacer un tinte; y muchas veces en estas mismas regiones montañosas encontraron cobre, hierro y plata. Por esta razón los fenicios iban cada vez con más frecuencia a las costas de Grecia, cargando sus buques de géneros hechos en Tiro o en Sidón, y cambiándolos por madera o lanas que les daban los griegos, y aun por hombres y mujeres, a quienes vendían como esclavos. Con el tiempo llegaron los griegos de la costa a saber todo lo que los fenicios sabían; tomaron su alfabeto, sus pesos y sus medidas, y construyeron buques como los que usaban los fenicios, y empezaron a navegar por las costas. Al principio, cuando salieron a la mar, no fue tanto para el comercio como para la piratería. Entonces no era crimen el ser pirata. Una partida de hombres atrevidos botaban al mar un buque, y se iban en él a lo largo de la costa para atacar al primer buque de comerciantes que encontraran, o desembarcaban y saqueaban las aldeas de la costa. Los habitantes de éstas, aterrorizados por los piratas, abandonaban muchas veces sus antiguos hogares, y se establecían a alguna distancia tierra adentro.

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De los tiempos más remotos de la Grecia han llegado hasta nosotros dos largos poemas, que los griegos creían haber sido escritos por un solo poeta llamado Homero. Uno de ellos, titulado la Iliada nos refiere las hazañas de los héroes del sitio de Troya o Ilion. Paris, hijo de Príamo, rey de Ilion, según las narraciones, robó a Helena, mujer de Menelao, rey de Esparta; y para rescatarla se unieron los griegos, sitiaron a Troya, y la tomaron después de diez años. El mayor héroe entre los griegos de la Iliada es Aquiles; entre los troyanos, Héctor. El otro poema, llamado Odisea, trata de los viajes y aventuras de Odiseo (Ulises, rey de Ítaca, el más sabio de todos los griegos), cuando regresaba a su patria después de tomada Troya. La Iliada nos da una pintura del sistema de hacer la guerra; la Odisea nos muestra la tranquila vida de la familia de Odiseo en su país, y también nos habla de gentes y lugares maravillosos, tales como los que pudieron ser asunto de las relaciones que traían a su país los primeros navegantes griegos, o cuales hoy las leemos en los cuentos de hadas. Aunque los poemas de Homero no relatan cosas realmente acaecidas, nos dan alguna idea de la manera de que indispensablemente debieron vivir los griegos, cuando se compusieron los dichos poemas. Cada región estaba gobernada por un rey (βασιλεύς), que era al mismo tiempo sacerdote y encargado de los rezos y sacrificios públicos. Al lado del rey había un número de jefes, llamados también βασιλείς, a quienes el rey reunía en consejo (υβουλη), para pedirles parecer en todo cuanto intentaba hacer. Cada jefe tenía derecho de expresar su opinión; y aunque el rey no estaba obligado a seguirla, vemos ya cómo el consejo de los jefes disminuiría ciertamente el poder del rey. Cuando el rey se había resuelto a alguna cosa, reunía a todo el pueblo en la plaza del mercado (άγορά), y le hacía saber lo que iba a hacer. Los jefes podían hablar al pueblo cuando estaba así reunido, pero a ninguno del pueblo le era permitido hablar, ni importaba absolutamente lo que el pueblo pensara. En los poemas de Homero poco se aprende acerca del pueblo común; los jefes, y no el pueblo, eran los que impedían que el rey fuese un gobernante absoluto. Cuando uno del pueblo, Thersítes, dice lo que piensa, le pega duramente Odiseo y el pueblo toma la parte de éste. De igual modo que las primeras edades de todas las naciones, la edad homérica fue época de guerra y de violencia. Eran comunes las expediciones piráticas y de saqueo, tanto por mar como por tierra; los que no podían protegerse a sí propios estaban expuestos a que se les llevaran sus propiedades, y a verse convertidos en esclavos. Se hacía la guerra con mucha crueldad, y consideraríamos como excesivamente salvajes algunas de las acciones de Aquiles, descritas en la Iliada. No se creía malo el engaño, sino más bien se admiraba, si se hacia con talento. Por otra parte hay muchas cualidades hermosas y delicadas en la edad homérica. Los miembros de una familia se aman y respetan entre sí. Se manifiesta gran respeto a los padres. Trata el marido a su esposa con más consideración que en la mayor parte de los demás países, y que en la misma Grecia en tiempos posteriores. Hay amistades profundas y fieles, y algunas veces verdadero afecto, aun entre el dueño y su esclavo.

7. Primeros reinados.  Creta, Troya

Muy poco sabemos de los acontecimientos de aquellos tiempos primitivos. La historia propiamente dicha no llega tan atrás; y solo tenemos narraciones sobre ellos que nos dicen muy poco que sea verdadero. Uno de los grandes reyes de los cuentos es Minos, rey de Creta (mapa de Grecia y las costas egeas). Minos, según creían los griegos, fue un rey poderoso y justo que dominó en todos los mares e islas de Grecia, concluyó con los piratas y estableció la paz y la seguridad. Creían que después de su muerte fue hecho juez de las almas de los muertos, por haber gobernado con tanto energía y justicia. Lo cierto es que no hubo en realidad rey ninguno en aquellos remotos tiempos que tuviese un poder tan vasto como el que a Minos se le ha atribuido; pero acaso es verdad que en Creta empezó la vida marinera antes que en todo el resto de Grecia, y que los reyes cretenses algo hicieron para contener la piratería. En la costa del Asia Menor uno de los primeros reinos fue el de Troas, o tierra de Troya, en la punta meridional del Helesponto, el que está más al sur de los dos estrechos que unen el mar Negro con el Mediterráneo. Su castillo y su ciudad estaban unas pocas millas tierra adentro, en el sitio donde empiezan las montañas a levantarse. Los cuentos del sitio de Troya quizás no son más que hermosas relaciones; pero no hay duda de que en los tiempos más remotos existió allí una ciudad. No vayamos a creer que esas ciudades antiguas eran grandes como lo son las de hoy. Eran poco más que aldeas cercadas por murallas.

8. Reyes en el Peloponeso

Muchos cuentos hay acerca de las grandes familias que reinaron en Tebas y en el Peloponeso (mapa de Grecia meridional), y de sus guerras y desgracias. El mayor de todos los reyes en dichos cuentos es Agamenón, rey de Micenas, a quien Homero pinta como jefe de todos los griegos en el sitio de Troya. Ahora ya podemos tener la completa seguridad de que en aquellos tiempos primitivos nunca obraron los griegos unidos de la manera que Homero describe; sin embargo, sea cualquiera la verdad que haya sobre Agamenón, hubo ciertamente reyes poderosos en Micenas y otros lugares de la Argólida, pues las murallas de sus castillos han llegado hasta nuestros días. No están dichas murallas fabricadas del mismo modo que fabricaron las suyas los griegos posteriores, sino que se componen de enormes trozos de piedra, tan extraordinarios que los griegos creyeron que los constructores debieron ser gigantes, y llamaron a aquellas construcciones ciclópeas, esto es, obra de cíclopes, o gigantes. En Tiris, de la Argólida, hay murallas ciclópeas de veinte y cinco pies de espesor, con un pasadizo dentro de ellas; y en Micenas hay otras más cuidadosamente construidas, con dos grandes leones esculpidos en la piedra sobre la puerta. No lejos de éstas hay un gran edificio subterráneo, cuyo interior estuvo en un tiempo revestido de planchas de bronce. Fue este edificio la tesorería y el sepulcro de los reyes.

Aunque los reyes de la Argólida edificaron castillos tan fuertes, fueron sus reinos derribados. Los dorios, tribu osada y guerrera, salieron de su patria en la Grecia del Norte y se dirigieron hacia el Sur, en busca de un país fértil. Entraron en el Peloponeso, y allí demostraron ser más fuertes que los Aqueos y Jonios, tribus que habitaban el país. Muchos de estos últimos no quisieron someterse al gobierno de los dorios; se unieron a otros jonios que vivían en Ática, el país donde estaba Atenas (mapa de Grecia meridional), y se dirigieron al Asia Menor, donde se establecieron en la parte central de la costa, y en las islas en frente de ella, y fundaron a Mileto y Éfeso, y otras ciudades llamadas las colonias jónicas. Pretendía Atenas ser la ciudad madre de las colonias jónicas, aunque muchas de éstas no salieron de la Ática. También salieron del Peloponeso muchos aqueos, y se hicieron casas en la isla de Lesbos, y en la parte Norte de la costa occidental del Asia Menor. Las ciudades de esta región no se llamaron, sin embargo, colonias aqueas, sino colonias cólicas. Asimismo muchos de los dorios, cuando oyeron hablar de hermosos climas y fértiles terrenos al otro lado del mar, se embarcaron y establecieron en Creta, y en la parte sur de la costa occidental del Asia Menor. Las ciudades que fundaron se llamaron colonias dorias, y Rodas fue la más famosa de ellas. Así, pues, la llegada de los dorios al Peloponeso puso fin al poder de los reyes aqueos que Homero describe, y produjo la fundación de grandes ciudades en el Asia Menor; pero no hay que suponer que ni la conquista ni la emigración ocurrieron de una vez; quizás una y otra se extendieron durante centenares de años.

10. Los dorios en el Peloponeso

No eran los dorios bastante numerosos para esparcirse por todo el Peloponeso. En la costa del Norte, en las orillas del golfo de Corinto, dejaron en paz a los aqueos. Se llamó por esta razón Acaya aquella región, que contenía doce ciudades. Tampoco conquistaron los dorios el país montañoso de la Arcadia, que está en el centro del Peloponeso. Arcadia siguió como estaba, y pasó por menos cambios que cualquier otra región de Grecia, tanto que decir de la Arcadia, llegó a significar rústico o a la antigua. En la costa occidental, la Élida fue tomada por los Etolios, otra tribu septentrional de Grecia. Del resto del Peloponeso se hicieron dueños los dorios; y desde su invasión empieza la historia real y dan fin los antiguos cuentos poéticos.

Por ser muy pequeños los Estados griegos, no había en ellos una clase distinta de ciudadanos que combatieran, como en nuestros ejércitos; pero todo ciudadano de cierta edad tenía que servir de soldado cuando había guerra. Otra consecuencia de la pequeñez de los Estados era que en cada uno de ellos todos los ciudadanos a quienes se permitía tener participación en el gobierno podían reunirse en un lugar. En uno de los grandes Estados modernos, es imposible que en un sitio dado se reúnan todos los ciudadanos, y por eso se forman circunscripciones o distritos que eligen sus representantes en las cámaras. Se llama esto un gobierno representativo, y hace posible que un país grande sea libre y esté bien gobernado. Lo contrario del gobierno representativo es aquel en que todos los ciudadanos se reúnen efectivamente, como en los Estados griegos; pero esto sólo es posible donde el Estado es muy pequeño.

Creían los griegos en varios dioses, y en cada lugar se rendía más culto a ciertos dioses que a otros. Pensaban que cada dios cuidaba especialmente de algún lugar o de algunos asuntos, y no se ocupaba en lo que no fuera de su incumbencia. Así se creía que la diosa Atena protegía a Atenas, y allí se le tributaban mayores honores que a cualquier otra deidad. Algunos de los dioses fueron en un principio cosas de la naturaleza: por ejemplo, Apolo había sido el sol; pero los griegos las divinizaron, y se contaban relaciones de las proezas que habían hecho. Con la excepción de que eran perdurables, y de que tenían gran poder, los dioses griegos eran muy parecidos a seres humanos, y estaban representados por estatuas en forma de hombres y mujeres, de mayores dimensiones y de más hermosura. Los griegos no adoraron nunca animales, como los egipcios, ni hicieron de formas espantosas a sus dioses, como los hindús. El rey de los dioses era Zeus. Los héroes no eran dioses, sino una raza más fuerte que los hombres, que vivió mucho tiempo antes, e hizo cosas maravillosas que los hombres de entonces no podían hacer. Los cuentos acerca de los dioses y los héroes se llaman mitos (μύθοι). Cada aldea tuvo sus mitos particulares, y cuando los hombres trataron de reunirlos hicieron libros grandes, y toda la colección de mitos se llama Mitología. No solamente creían los griegos que los mitos eran hechos reales, sino que apenas había cosa de que no pudieran darse cuenta por algún cuento sobre los dioses o los héroes. Cada ciudad tenía mitos que explicaban cómo empezaron sus costumbres. Por ejemplo, si se preguntaba a un espartano por qué había siempre dos reyes de Esparta, contestaba: «porque Aristodemo, el héroe que condujo primero a los espartanos al país, tuvo dos hijos mellizos.» El culto de los dioses consistía en oraciones y sacrificios, pero no era entonces, como lo es ahora, cosa para la cual pudieran juntarse todos. En cada lugar había desde el principio grupos de familias que tenían ciertos cultos que les eran propios, y el que no pertenecía a estas familias no tenía participación en el mismo culto.

13. Las primeras uniones religiosas

Llegamos ahora a la primera especie de unión religiosa que existió entre los Estados griegos. Mucho antes de que hubiera alianzas o tratados de paz de ningún género, tribus que vivían cerca se unieron para tributar culto a un dios dado en un sitio especial, y convinieron en tratar este santuario, o el terreno dedicado a su culto, como tierra sagrada, aun cuando estuviesen en guerra una con otra, y en unirse para defenderlo de todo daño. Se celebraban en épocas regulares fiestas solemnes, en las cuales tomaban parte todas las tribus interesadas, y se reunían diputados de dichas tribus para que el templo y sus tierras estuviesen convenientemente atendidas, y no se perjudicasen. Poco a poco, de este obrar en concierto en lo que al templo atañía, un grupo de tribus hicieron convenios sobre otros asuntos, por ejemplo, sobre no cometer ciertas crueldades cuando se hiciesen la guerra, y, por último, pudieron hacer un tratado de paz perpetua, y tratar de defenderse mutuamente contra todo enemigo. Se obligaban al cumplimiento de este tratado prestando juramento ante el dios que todas ellas reverenciaban. Así es como surgieron las uniones primitivas de Estados. En semejantes uniones había generalmente un Estado más fuerte que los demás; se decía que este Estado tenía la hegemonía es decir, la jefatura (ήγεμονία) de la liga. Por esta razón de que las primeras ligas nacieron de las uniones religiosas, y se fundaron en el juramento prestado ante el dios, los griegos posteriores, siempre que hacían una liga, establecían un culto o fiesta común, en la cual se unían todos los miembros de la liga.

En tiempos muy remotos existió en el norte de Grecia una gran unión religiosa. Se unieron doce tribus para adorar a Apolo en Delfos  (mapa de Grecia meridional), y para proteger su templo; y los diputados de todas ellas se reunían dos veces al año para arreglar todos los puntos que tuvieran relación con el templo. Esta unión, que se llamó la anfitionía délfica, no llegó a ser una liga verdadera, y las tribus continuaron haciéndose entre sí la guerra, pero prestaron el juramento de no hacer dos cosas cuando estuviesen en guerra, a saber: no destruirse las ciudades, ni cortarle el agua corriente a una ciudad cuando estuviera sitiada. La reunión de los diputados se llamó el concilio anfictiónico, es decir, el concilio de los vecinos (άμφικτίονες).

15. Oráculo de Delfos

Por ser el templo de Delfos el santuario común de estas doce tribus, y uno de los puntos de reunión del concilio anfitiónico, llegó a ser el templo más importante de Grecia. Allí se daban oráculos, esto es, respuestas que se suponían ser del dios Apolo a aquellos que venían a consultarle. Los que dirigían el templo eran hombres muy hábiles; averiguaban lo que estaba aconteciendo en lugares distantes, y muchas veces daban bonísimos consejos en los oráculos. La fama del templo fue extendida por toda Grecia, y llegó a tierras extranjeras. En los primeros tiempos hicieron los sacerdotes, al parecer, mucho bien a Grecia, esparciendo ideas de justicia y de bondad en nombre del dios, y haciendo que los Estados griegos comprendiesen que, a pesar de su posición geográfica, eran una sola nación, y que había una ley divina a la que todos debían obediencia. Sin embargo, como los sacerdotes daban oráculos sobre las luchas entre los Estados, y sobre cuestiones de guerra y de gobierno, los hombres poderosos que deseaban el apoyo del oráculo empezaron a sobornar a los sacerdotes para tenerlos de su lado. Así fue perdiendo crédito el oráculo, y en las guerras pérsicas, de que hablaremos en seguida, se hizo aun más daño desalentando a los griegos en vez de animarlos a hacer una valiente resistencia.

 

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