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Torre de Babel Ediciones

José Ortega y Gasset y el pragmatismo – Álvaro Bastida

ORTEGA Y EL PRAGMATISMO

 

Álvaro Bastida Freijedo

                         

Mucho se ha escrito sobre el influjo de otros pensadores sobre la obra de Ortega. A las acusaciones de que su pensamiento “no era filosófico” y “no era sistemático” –ambas suficientemente rebatidas- se añadió otra, más insidiosa y difícil de combatir: la de su supuesta “poca originalidad”. A esta objeción habría que responder que toda pretensión de adanismo en filosofía es una solemne tontería. Cualquier pensador tiene, por fuerza, una estirpe intelectual; y ésta forma parte del por qué y el para qué de su labor investigadora. ¿En qué consiste la originalidad filosófica? Hay dos formas, que podemos resumir en una sencilla metáfora. En algunos casos, el filósofo consigue, con los viejos mimbres intelectuales, reajustando su disposición, hacer una nueva y mejor cesta que recoja el conocimiento de la realidad. En otros casos, consigue, además de lo anterior, añadir nuevos mimbres. Esta segunda forma de originalidad tiene el mérito adicional del descubrimiento. Pues bien: La innovación metafísica de Ortega y Gasset (tal y como reza el título del excelente libro de Antonio Rodríguez Huescar, ed. Aula Nueva) pertenece a este segundo tipo.

Sin embargo, hay ciertos sectores –¿o, quizá, mejor “sectas”?– de la crítica filosófica que le han negado el pan y la sal al meditador español, al tiempo que aceptaban, con alharacas y deliquios, corrientes de pensamiento tan burdas y viejas como perniciosas. Del porqué de este asunto me he ocupado –bien que a vuelapluma, pues el morlaco merece una faena más larga y templada– en otro artículo (¡Viva Ortega!, en este mismo foro). Pero la insidia de que “Ortega no es original” está ahí, haciendo mella en todo aquel que se acerca desprevenido al pensamiento orteguiano. Hay libros, por lo demás serios y meritorios, como el de Nelson Orringer (Ortega y sus fuentes germánicas, ed. Gredos), que, si no son adecuadamente interpretados, pueden fomentar esa falacia antiorteguiana. Otro de esos libros, excelente también, pero menos conocido que el anterior, es el de Jonh T. Graham de la Universidad de Missouri (Kansas City) titulado «A Pragamatist Philosophy of Life in Ortega y Gasset». Tomaré como pretexto este último para hacer algunas consideraciones acerca de la influencia entre teorías filosóficas –los mimbres que hacen el cesto de la filosofía– y, más concretamente, acerca de la relación de Ortega y el pragmatismo. Se trata de rebatir el calificativo de «pragmatismo de la vida» con que moteja el profesor Graham a la filosofía de Ortega, adscribiéndolo a una corriente de pensamiento superada por el pensador español.

«Toda superación es conservar y añadir» repitió muchas veces Ortega, parafraseando a Hegel. Una teoría que no conserve en su interior todo lo que se ha pensado antes que ella, caerá en el primitivismo intelectual, en los viejos errores, y no aprovechará lo que de verdad hay en el pensamiento pasado. Porque se trata justamente de lo contrario: tener en cuenta los antiguos yerros, para no repetirlos, y navegar a favor del viento de Verdad que sopla desde el barlovento del pretérito, para llegar más lejos.

Pero esta misión de conservación –conservación crítica– no es suficiente. Al tesoro de verdades que, con esfuerzo, podemos descubrir en el pasado, hay que añadir «nuevas formas de ver las cosas» –modi res considerandi–. Esto es lo que hace Ortega en 1914. No quiere prescindir del pensamiento que le precede, porque gracias a él puede escalar hasta una cima intelectual de altura nunca alcanzada. Se sube “a hombros de gigantes” y desde allí, desde la cima, es capaz de contemplar un inmenso paisaje, sobrecogedor, hasta ese momento sólo entrevisto y completamente inexplorado. Ortega es consciente que se trata de un nuevo continente metafísico –el continente de la «vida humana»– y se propone llevar claridad allí donde hasta el momento sólo había sombras.

¿Quiere esto decir que Ortega fue el primero en llegar a ver ese terreno fundamental? No. El filósofo madrileño reseña en diversos lugares las corrientes de pensamiento que previamente habían señalado en esa dirección. Lo que digo es que Ortega fue el primero que, consciente de lo que hacía, hincó su pie en el nuevo continente metafísico de la vida e inició su exploración sistemática, con un adelanto de muchos años (comenzó en 1914, con «Meditaciones del Quijote»). Antes que él, otros filósofos habían vislumbrado ese paisaje e incluso lo habían explorado parcialmente (aunque con herramientas inadecuadas). Pero ninguno había reparado en la magnitud y la radicalidad del descubrimiento –aletheia– hasta Ortega.

¿Quiénes fueron los precursores? Desde luego, Dilthey, cuya obra lamenta Ortega haber encontrado relativamente tarde, ya que le hubiera ahorrado muchos esfuerzos y cavilaciones. También Husserl, quien en sus Ideen menciona de pasada el «mundo natural» –natürliche welt– como origen de la experiencia originaria (bastantes años más tarde y después de muchas discusiones comienzan a considerar en su debida importancia los fenomenólogos el «mundo de la vida» –Lebenswelt–). Estos son los dos principales, aunque hay otros (Simmel, Bergson, etc.). ¿Podemos considerar a W. James, padre del pargmatismo, dentro de este grupo? Por supuesto; creo que el pragmatismo fue un intento muy apreciable de captar la realidad radical que es la vida humana, aunque no utilizase estos términos. El método de estudio de la conciencia que utiliza James, es un anticipo de lo que sería años más tarde la fenomenlogía.

Cuando leemos obras de esos autores y de otros pensadores contemporáneos a Ortega –Heidegger, Scheler, Hartmann etc.– que llevaron investigaciones paralelas sobre el mismo asunto, observaremos con frecuencia como existen conceptos, tesis, razonamientos casi intercambiables de un autor a otro e incluso que se complementan entre sí. A veces da la impresión de que se hubieran puesto de acuerdo o se copiasen unos a otros. Esto, evidentemente, no es así. Aunque en algún caso pudiera haber ocurrido, es imposible que tal grado de coincidencia se dé en tantos autores, que en muchos casos desconocían la obra unos de los otros.

Esto resultará estupefaciente a quien no conozca en qué consiste una investigación filosófica. Muchos consideran la filosofía como un género literario de cuasi-ficción, similar a la novela, en la que cada autor imagina algo bonito o misterioso, vagamente relacionado con la realidad y de nula aplicación práctica. Entonces, estos ignaros filosóficos suelen hacer la siguiente reflexión: Si varias novelas se parecen entre sí o tratan de los mismos personajes, puede considerarse un plagio, pues no es posible que varios escritores imaginen por separado el mismo argumento y lo desarrollen de forma parecida. Al aplicar este criterio a la Filosofía, llegan a la siguiente conclusión: cuando las teorías filosóficas no se contradicen, sino que más bien coinciden, estamos ante un plagio. Claro está, este razonamiento por analogía es erróneo.

La Filosofía no es un género literario, aunque para su expresión necesite de uno de ellos: poesía, diálogo, discurso, ensayo, meditación, etc., etc. La Filosofía es conocimiento, la forma más radical de conocimiento. Y ese conocimiento tiene un objeto de estudio y unas condiciones que no dependen del capricho o la imaginación del pensador; porque se trata de dar razón de lo real en cuanto tal.  La realidad admite ser descrita de muchas maneras,  pero no consiente arbitrariedades.

Esto explica las similitudes y complementariedades que puede haber cuando distintos filósofos se ocupan del mismo estrato de la realidad, sobre todo si su método es parecido. Varios observadores de un mismo paisaje describirán aspectos diferentes del mismo, pero, en conjunto, habrá coincidencias entre lo que ven sin necesidad de que sepan previamente lo que han dicho los otros. En el caso que nos ocupa el paisaje no es visual, sino intelectual. Una vez más, Ortega da en el clavo con su doctrina de la perspectiva

Un ejemplo, extraído de la ciencia física-matemática, puede ilustrar lo dicho. Se trata del famoso litigio sostenido entre Leibniz y Newton acerca del descubrimiento del cálculo infinitesimal (en terminología de Leibniz) o método de las fluxiones (en terminología de Newton). Ambos se publicaron casi al mismo tiempo y, con diversas variaciones, permitían llegar a los mismos resultados, que suponían un gigantesco avance científico. La sorpresa de los dos pensadores fue mayúscula, pues no conocían las investigaciones que el otro estaba realizando. De inmediato se inició la discusión sobre quién había plagiado a quién. El resultado fue que no existía tal plagio: al estar ambos investigando el mismo campo de conocimiento, el mismo paisaje intelectual, habían obtenido resultados casi intercambiables. A la postre se impuso el método de Leibniz y la denominación de «cálculo infinitesimal», pues resultaba algo menos engorroso de utilizar que el de D. Isaac.

¿Conocía Heidegger la obra de Ortega y Gasset cuando publicó en 1928 «Ser y Tiempo»? Desconozco este dato, pero lo cierto es que la mayoría de los conceptos fundamentales allí expuestos ya estaban en los escritos del filósofo español. No por ello vamos a acusar de plagio al pensador alemán. Ortega recibió ese libro con gran interés, reconociendo generosamente la profundidad de sus análisis. Consideraba que había un grupo de pensadores europeos, entre los que Heidegger y él mismo se encontraban, que estaba trabajando en una gigantesca tarea común: la conquista de un estrato metafísico de profundidad jamás alcanzada.

Los trabajos del filósofo alemán –y de otros pensadores contemporáneos– estimularon el pensamiento orteguiano, de forma que la crítica de aquellos permitía denunciar errores y purificar conceptos, incorporando los mejores métodos y resultados al corpus doctrinal del español. Asimismo, el pensamiento de Ortega ejerció un gran influjo en el panorama intelectual europeo de aquellos años. Por tanto, la influencia entre los pensadores contemporáneos fue recíproca, al igual que ocurre ahora y ocurrirá siempre.

Pero ¿permanecen inalterados los conceptos intercambiados en el diálogo entre dos teorías? Sí y no. Sí, porque conservan, al menos en parte, su contenido original; mas no son los mismos, pues entran a formar parte de un sistema de conceptos en el que su posición varía – del centro pueden pasar a la periferia y viceversa.

Por otra parte, las tesis fundamentales de una teoría insuflan de significado especial a cada uno de sus conceptos; y cuando éstos son trasladados a otra teoría de fundamentos diferentes, sufren la consiguiente transformación, a veces difícil de detectar, pero siempre presente. Si no tenemos todo esto en cuenta, podemos generar una comprensión defectuosa de la obra de un autor, al considerar que dichos conceptos se corresponden unívocamente de una teoría a otra.

Teniendo en cuenta todo lo dicho ¿es correcta la denominación de «pragmatista» a la Razón Vital orteguiana? Conceptos usados por el Dr. James aparecen en la obra de Ortega, a veces en un lugar central –el enfronte del hombre con lo que le rodea, por ej.–. ¿Esto nos da derecho a calificarla de «pragmatismo de la vida»? También podemos hallar muchos conceptos kantianos y neo-kantianos en ella –por ej. cultura, persona. Ortega encuentra antecedentes de la Razón Vital en la Razón Práctica (véase «Kant» O. C. tomo 4). ¿No sería también adecuado denominarla «neo-kantismo de la vida»? Y ya puestos, dado que el filósofo madrileño aprovecha el método fenomenológico –aunque sin aceptar las implicaciones epistemológicas que Husserl sostiene– podemos usar el apelativo de «fenomenología de la vida».

Creo que cualquiera de esas denominaciones, aun teniendo cierta justificación, son incorrectas y desvirtúan el auténtico sentido de la innovación metafísica orteguiana. A la calificación de «filosofía pragmatista» respondió Ortega con un ilustrativo artículo titulado «Para dos revistas argentinas» (O. C. tomo 8, pág. 372). En él muestra cómo la teoría del conocimiento de James parte de una tesis contraria a la suya y conduce al escepticismo. Por eso, aunque ciertos elementos de la obra del pensador norteamericano sean compatibles con el raciovitalismo, esos elementos quedan transformados al formar parte de un sistema de fundamento diferente.

Pero, ¿es completamente negativa la opinión de Ortega respecto al pragmatismo? Sin lugar a dudas, no. En el extraordinario curso que dictó en 1928-29 titulado «¿Qué es Filosofía?» hace una breve crítica del pragmatismo y, en una nota a pie de página, afirma: «…en el pragmatismo, al lado de su audacia y su ingenuidad, hay algo profundamente verdadero, aunque centrifugado» (la cursiva es mía). «Profundamente verdadero» en Ortega significa haber alcanzado un nivel metafísico radical. «Centrifugado» quiere decir que el hallazgo queda fuera del centro del sistema de conceptos que es toda teoría. En otra parte de las O. C. se dice que el pragmatismo es una de las corrientes del pensamiento que consiguió «vislumbrar nebulosamente» el hecho radical que es la vida humana.

El corolario de lo expuesto es que Ortega reconoció públicamente los méritos del pragmatismo y la psicología de James, aunque no pudo menos que rechazarlo, pues sus diferencias con él eran fundamentales. La teoría del ser y la teoría del conocimiento son el alfa y el omega de toda filosofía. Ser y conocer son dos ideas recíprocas. Toda idea del conocer complica (co-implica) automáticamente una determinada idea del ser y no otra. Pues bien, la gnoseología pragmatista conduce, como dijimos mas arriba, al relativismo y escepticismo, por lo que la correspondiente ontología queda irremisiblemente pulverizada.

Espero que este somero análisis haya podido contribuir a poner las cosas en su sitio sobre el tema de la tan manida “originalidad”. Desfacer entuertos no es tarea fácil cuando hay un poso de años de inquina y calumnias. Ortega ya no se puede defender. Pero siempre habrá espadas, aunque sean melladas y poco diestras, que se pondrán al servicio de su noble causa.

Vigo, a 6 de marzo de 2004

©Álvaro Bastida Freijedo

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