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Torre de Babel Ediciones

ARISTOTELISMO -filosofía- Diccionario Enciclopédico Hispano-Americano

DICCIONARIO ENCICLOPÉDICO HISPANO-AMERICANO(1887-1910)

Índice

ARISTOTELISMO (filosofía: teorías y sistemas filosóficos)

ARISTOTELISMO

Filosofía. Doctrina, sistema filosófico de Aristóteles. Entendemos con Lange (V. su Histoire du Materialisme), y con Eucken y el mismo Trendelenburg, que ha perdido gran parte de su prestigio y autoridad Aristóteles como científico, que su física, meteorología e historia de los animales son un resumen de todo lo que en su tiempo se sabía de ciencias naturales; pero el abuso que hace de las causas finales, la multitud de datos de que en su tiempo se carecía y otras razones largas de enumerar, deponen en pro de lo que afirmamos. El saber positivo de Aristóteles, en lo que se refiere a lo comprendido hoy genéricamente en el nombre de ciencias naturales, será un antecedente del estado de aquellas ciencias, pero no podrá aducirse como prueba para ninguno de los problemas que en ellas se agitan. Conviene el conocimiento de su idea general (si es que la tenía), o concepción del mundo y de la realidad; pero todos los problemas cosmológicos vienen hoy enriquecidos por una suma de observaciones que se ponen de relieve hasta en la manera de formularse (V. POUCHET La Psicologie aristotélique. Revue Philosophique, t. XVIII). Por estas razones y por otras muchas que quedan implícitas en la indicación hecha, limitamos la exposición de las ideas aristotélicas a sus doctrinas filosóficas, que constituyen hoy todavía, sin negar la influencia del progreso, el núcleo de los más graves problemas que agitan el pensamiento.

El primer carácter con que se nos ofrece la filosofía aristotélica es el de ser enciclopédica. Y como en su tiempo no existía deslinde completo de las ciencias y de la filosofía, este carácter enciclopédico se refiere al problema general filosófico y a la vez a la suma o conjunto del saber positivo. Tiende Aristóteles a recoger las distintas producciones del pensamiento helénico esparcidas en artes y ciencias, mostrando gran predilección por lo que llamaba la física. Examinando los trabajos científicos de todas clases y el conjunto de los fenómenos naturales, Aristóteles se propuso exponer en filosofía el resultado de sus propias meditaciones, en vista de las distintas opiniones de los filósofos, en física la historia de los conocimientos naturales, en moral y en política el parangón entre los distintos conceptos que tenían de lo bueno y de lo justo individuos y pueblos. Pertenece así Aristóteles a la época de la completa madurez de la filosofía griega, correspondiendo el período genesíaco y creador propio de la edad viril al idealismo de Platón. Crea Aristóteles el sentido crítico e histórico, anuncia la historia de la filosofía, introduce en ella la erudición, falta que le atribuye Ritter y de que le excusa Barthelémy Sant-Hilaire. Preciso es convenir, sin embargo, en que, como dice Lange, Aristóteles expone las teorías de los filósofos que le han precedido, preparando previamente la refutación y razonando de un modo subjetivo.

Contra la pretensión de oponer entre sí radicalmente a Platón y Aristóteles, no se debe inferir que, porque Aristóteles concede gran importancia al conocimiento de los hechos y a la experiencia, contradice o niega el sentido filosófico de Sócrates y Platón. Cuando él se esfuerza en poner de relieve el conocimiento de lo que es, pone su intención en percibir las relaciones de los fenómenos o la causa y el porqué de ellos. Sigue pues Aristóteles siendo discípulo de Platón y al abrazar con igual diligencia los hechos y el conocimiento filosófico de los primeros principios, debemos reconocer en él un espíritu verdaderamente filosófico, que no considera ningún hecho indigno de observación, pero que estima aún más el conocimiento de los primeros principios. No abandona pues Aristóteles ninguno de los principios de su maestro, procura darlos otro plan y otra forma, y a veces distinto nombre; pero llega por lo menos en sus laboriosas investigaciones a los últimos principios de la ciencia. En vez de dirigir su mirada con Platón hacia el ideal de las cosas, la lleva hacia un término medio entre la idea y el hecho, entre el ideal y la realidad. Aristóteles, lejos de idealizar la realidad, aspira a conceptualizar la experiencia con su teoría del Intellecto. Las ideas de Platón, fuente de toda realidad, vienen a ser para Aristóteles principios más bien formales y reguladores que constitutivos de las cosas.

Nunca filosofa Aristóteles sin tener presentes las distintas opiniones de los filósofos para combinarlas y conciliarlas entre sí, de lo cual se desprende el sentido escéptico que le domina y las numerosas restricciones que señala a sus asertos, reconociendo excepciones a sus reglas generales. Este espíritu de duda se acentúa más cuando se ocupa en indagar las razones de los fenómenos, sin atreverse a afirmar ni negar, porque se inclina a prestar más adhesión a los fenómenos que a los principios racionales.

Explican cumplidamente esta nota saliente del pensamiento de Aristóteles las razones eficaces que existen para que el peripatetismo haya sido el sistema filosófico preferido de la Iglesia, que no necesitaba una filosofía de la realidad (pues ésta para ella estaba ya presentida en la fe dogmática), sino una filosofía formal, que sirviera de molde a la realidad creída. A lo general y universal (que caracteriza los principios), refiere Aristóteles la filosofía con Platón, aunque no concilie nunca lo universal separado de lo individual. Pero él distingue lo que llama filosofía primera (metafísica) de la filosofía segunda (física). Para precisar el sentido de la filosofía primera o metafísica hay que tener en cuenta, según Aristóteles, que cada ciencia particular trata de una especie determinada de seres, sin preocuparse de su existencia y fundamentos, explicándolas únicamente tales como son por medio de la sensación y suponiendo la razón de ser. Debe, pues, existir una ciencia que tenga por objeto aquello que suponen las demás ciencias. Ésta es la filosofía primera, que se ocupa de los principios de las demás ciencias, de los principios generales, y por tanto, del ser o la sustancia; debe, pues, ocuparse del primer principio de toda existencia (Metaph. I). El primer principio de toda existencia es Dios, por lo cual la metafísica se llama también teología. Difieren, pues, sólo en el nombre la dialéctica de Platón y la filosofía primera de Aristóteles

Menos preciso es el sentido con que concibe Aristóteles las relaciones de la metafísica con la lógica. Ciencia ésta fundada y constituida por Aristóteles, unánimemente reconocido como padre de la lógica, trae en el fundador del peripatetismo el vicio de origen, que se puso de manifiesto en su degeneración en la escolástica, de ser concebida como ciencia exclusivamente formal y subjetiva (que no tiene porqué ocuparse de la materia), en la cual no se distinguen los elementos subjetivos de los objetivos al formar el conocimiento, dejando así en germen el error aceptado por Hegel de identificar la lógica con la metafísica en su idealismo absoluto. En la historia de la lógica, en las influencias que ha ido sufriendo la idea general de su asunto, en la base psicológica que ha tenido que buscar esta ciencia para librarse de las inflexibles consecuencias que del aristotelismo dedujera Hegel, en los resultados más valiosos de la crítica kantiana, unidos a los de la lógica inglesa, señaladamente la de Hamilton y St. Mill, se hacen por demás patentes estos errores capitales, que laten en el fondo del pensamiento de Aristóteles, tocante a la lógica, siquiera la justicia y la imparcialidad obliguen a reconocer, en perfecta conformidad con la sanción que le han prestado los siglos, que la lógica de Aristóteles en su parte formal y arquitectónica, en la teoría de la proposición y del silogismo, parece obra hecha de una pieza, enteramente perfecta, sólo susceptible de alguna aclaración y de ampliaciones más o menos estimables en la serie de aplicaciones que las nuevas exigencias y el continuo progreso del pensamiento van gradualmente requiriendo. En cada uno de los puntos concretos que de la lógica se vayan examinando, será fácil notar que la preceptiva aristotélica es de una precisión incuestionable, sin que esto sea óbice para que la nueva y más certera posición del problema lógico, tal como lo concibiera Kant, implique la ineludible exigencia de rehacer el sentido y concepto de la lógica, corrigiendo el dualismo que entre lo subjetivo y objetivo parece insoluble en Aristóteles y después en Kant, puesto que sólo ha alcanzado, en la hipótesis hegeliana, un corte violento en la precipitada identificación de los elementos lógicos dentro de la unidad indiferente de la idea. Si pudiera creerse que éste es juicio apasionado, se comprobaría su exactitud solamente con observar (y algunas indicaciones quedan ya apuntadas en este sentido) que la evolución del pensamiento y la célebre cuestión de los Universales, en que condensó la filosofía de la Edad Media todo el problema lógico, ponen de relieve, por medio concluyente y definitivo, el carácter subjetivo y formalista del sentido y concepto que de la lógica formara Aristóteles

Reconocida unánimemente y con innegable justicia la influencia decisiva de Aristóteles en la historia y desarrollo de la lógica, quizá se ha olvidado el alcance de su doctrina en lo que toca a los estudios psicológicos. Y sin embargo, Aristóteles debe ser considerado como el verdadero fundador de la psicología (V. WALLACE, Aristóteles Psychology, in Greek and English, with introduction and notes. Cambridge 1882). En éste que hemos denominado siglo de oro de la filosofía griega, corresponde seguramente a la enseñanza socrática la base psicológica, a la platónica la ontológica, y a la peripatética la lógica o formal. Pero, a pesar de esta nota general cuya verdad estimamos confirmada, el primero que hace objeto de observación directa los fenómenos psíquicos es Aristóteles. Existen seguramente observaciones psicológicas muy estimables esparcidas por los diálogos de Platón (V. el Fedón), pero mezcladas en consideraciones místicas, que adulteran su valor científico. Aristóteles coloca sus escritos psicológicos (el Peripsuje y los opúsculos), según hacen notar Zeller y otros historiadores, en un lugar intermedio, entre la física y la metafísica, expresando así la doble tendencia empírico-ideal, propia del peripatetismo. La teoría del alma es el término medio o punto de enlace de la ciencia de la naturaleza con la ciencia del ser, de la física con la metafísica. En la teoría psicológica de Aristóteles, uno de los puntos más originales y más profundos (que enlaza con la teoría lógica y metafísica) es la doctrina del Intellecto (o de la Razón), distinguido en activo (el discursivo) y pasivo, que elabora los materiales del pensamiento. Pero si el pensamiento, dice Aristóteles, es enteramente distinto del mundo y no tiene nada común con las cosas, ¿cómo las conocerá? Es necesario que haya algo del pensamiento en las cosas, que éstas sean del pensamiento. Este pensamiento difundido en el seno de la realidad (pensamiento divino, emanación hipostática, verbo que era al comienzo, etc., interpretaciones más o menos exactas de la idea aristotélica, que sirve de enlace de la filosofía segunda con la primera) representa para Aristóteles el acto puro, el que ha dado existencia al mundo en cuanto cosa cognoscible. El pensamiento crea el mundo conociéndolo (concepción metafísica que pone bien en claro el parentesco del Peripsuje con la filosofía primera), lo cual equivale a un idealismo intelectualista, que tiene por base y condición, por punto de partida, la experiencia o la observación de lo que es. Claro está que después en el aristotelismo la jerarquía de las formas, que constituye la inteligibilidad del universo, tiene su principio en el pensamiento divino, en el acto puro, lógicamente anterior a todo poder, y que de este pensamiento participa todo hombre (inteligencia universal) tenga o no conciencia de ello. Así (y digno es de notar este nuevo punto doctrinal de contacto con Platón), la fase superior de la inteligencia humana es de la misma esencia que el pensamiento divino, con el cual se identifica por medio de contemplación, idealismo intelectualista de Aristóteles que se da la mano con la teoría de la participación platónica (V. PARMÉNIDES). Pero además de este íntimo parentesco de las doctrinas psicológicas con las metafísicas en el peripatetismo, interesa consignar los principales resultados de la concepción anímica según Aristóteles, tanto más dignos de ser consignados cuanto que en lo general se olvidan o desconocen, lo cual es grave hoy más que nunca, dado el progreso y desarrollo adquiridos por los estudios psicológicos. Desde luego Aristóteles ha constituido la psicología como ciencia especial, haciendo una historia particular del conocimiento de la naturaleza del alma humana; ha considerado además el alma humana como una fase de la tendencia general desenvuelta por la naturaleza en cada grado de la vida, presintiendo quizá la psicología comparada; ha puesto de manifiesto (sobre todo en los opúsculos) el carácter fisiológico y corporal de algunos fenómenos anímicos; ha reconocido y aun intentado borrar o suprimir el dualismo de espíritu y cuerpo, considerando aquél como principio informador del organismo; ha bosquejado una historia evolutiva del desarrollo gradual del principio psíquico; ha analizado con gran discreción los sentidos corporales y el sentido común, nexo de todos ellos, y finalmente ha completado su análisis de los apetitos con la teoría de la voluntad, como el apetito racional. Ante tales resultados, cuya importancia puede colegirse por su conexión con muchos de los problemas que a la hora presente se agitan en la psicología contemporánea, son injustificadas las acusaciones de Barthélemy Saint Hilaire (V. Préface del Traité de l’áme, trad. frc. del Peripsuje) a la psicología de Aristóteles «que no ha concebido el alma como una sustancia, es decir, una «fuerza libre y distinta de las demás, que no ha referido al alma las facultades morales de que el hombre está dotado, que no ha creído en la inmortalidad del alma y que no ha mostrado en ella el fundamento mismo de toda filosofía y de toda ciencia. » Juzgar de este modo la psicología aristotélica es caer en el mismo vicio que B. Saint-Hilaire censura, «en la iniquidad que se comete al someter los grandes hombres del pasado al criterio del presente.»

Más grave que las señaladas por B. Saint-Hilaire es la falta de que adolece todo el aristotelismo por el abuso de la teleología o de las causas finales, abuso que ya hace notar Janet en su precioso libro Les causes finales, y que pone de relieve Lange, rebajando quizá de modo excesivo la significación filosófica y científica de Aristóteles. Muy dado el maestro de Alejandro a las comparaciones, pone en parangón los organismos inferiores con los superiores y asienta como verdad incontrovertible que todo puede apreciarse en el mundo según su valor relativo, y aplica en seguida este principio a las relaciones más abstractas. Determina de este modo un conjunto de relaciones jerárquicas que, según él, no existe sólo en el pensamiento del hombre, sino en la naturaleza de las cosas. Así la generalidad se explica por el caso especial, lo fácil según lo difícil, etc., identificando precipitadamente el orden lógico del pensamiento con el orden real de las cosas (precedente cuyas últimas consecuencias deduce, según hemos dicho, Hegel). Esta aparente y rápida comprensión y explicación de todas las cuestiones (base de la popularidad del aristotelismo) procede de que el hombre, que conoce bien y fácilmente los estados subjetivos de su pensamiento y de su voluntad, se inclina a estimar como claras y sencillas las relaciones de causalidad que unen sus pensamientos y sus actos con los fenómenos del mundo material, confundiendo la sucesión evidente de sus sensaciones internas y de los hechos exteriores con la influencia latente de las causas eficientes.

Después de lo indicado, es ya fácil colegir el sentido y alcance de la filosofía aristotélica, cuyos frutos hemos de ver germinar y florecer constantemente en toda la filosofía de la Edad Media y aun reproducirse en la moderna. Fácilmente perceptible la relativa oposición entre el platonismo y la filosofía aristotélica, hemos procurado que resalten a la vez los puntos de conexión entre ambos; porque no se concibe de otro modo que sean estos dos pensadores los que han suministrado alimento espiritual a todas las generaciones que nos han precedido. El tronco común de donde dimanan (Sócrates), la idea según la cual conciben la realidad y la ciencia, y el aspecto moral de las consecuencias de sus doctrinas, todo esto es homogéneo en Platón y Aristóteles; los separa el procedimiento y quizá mejor el punto de partida. Que cuiden, pues, la crítica histórica y la filosofía de no confundir una oposición exclusivamente lógica con una oposición real, y que corrija, por lo tanto, el error a que venimos refiriéndonos. Elevada a ley general la contrariedad entre el procedimiento inductivo llamado dialéctico por Platón, y el deductivo apellidado silogístico por Aristóteles, ha venido constantemente dividiéndose el campo de la ciencia entre platónicos y aristotélicos, entre idealistas y empíricos. Representan cada uno de ellos una dirección propia para la formación de la ciencia; porque si es verdad que puede legítimamente deducirse de lo total y según esta deducción demostrarse la posibilidad de lo particular, como pretende Aristóteles; también es innegable la legitimidad con que puede aspirarse, mediante el procedimiento inductivo o dialéctico de Platón, a ver y formar el conocimiento de lo total en la observación de lo particular. Aunque los dos procedimientos son legítimos, ninguno de ellos da razón del otro, habiendo necesidad de buscar su fundamento y justificación en la unidad de la relación del conocimiento. De lo expuesto se infiere la exigencia de hacer que cese semejante lucha y contrariedad, entendiendo que si se ha podido decir (V. WADDINGTON, Essais de logique) que todo hombre nace platónico o aristotélico, es preciso afirmar que todo hombre debe aspirar a ser conjunta y armónicamente platónico y aristotélico.

Diccionario Enciclopédico Hispano-Americano (vol. 2, págs. 615-616)                                                                        ARISTOTELISMO (filosofía)
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