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Torre de Babel Ediciones

Ortega y Gasset – Raciovitalismo – Filosofía

HISTORIA DE LA FILOSOFÍA – VOCABULARIO FILOSÓFICO

ORTEGA Y GASSET

EjerciciosTextosResumen mínimo de su pensamiento

Introducción al pensamiento de Ortega y Gasset – Influencias y repercusiones

Conceptos fundamentales explicados

image  París – 1938

Filosofía

Conocimiento radical del Universo o de todo cuanto hay. Su ejercicio nos lleva al descubrimiento de la vida como realidad primordial.

En «¿Qué es filosofía?» comienza Ortega definiendo la filosofía como el conocimiento del Universo o de todo cuanto hay. Y pasa inmediatamente a describir algunos rasgos que definen el peculiar modo que tiene la filosofía de averiguar lo que hay:

1. Imperativo o principio de autonomía: este imperativo es expresión de la radicalidad de la filosofía y la diferencia claramente de otras formas de conocimiento. En este punto Ortega se declara expresamente heredero de Descartes: la filosofía debe utilizar como principio metódico la autonomía, el no aceptar ninguna verdad que ella misma no haya fundamentado, no apoyarse en nada anterior, no dar nada por supuesto. «La filosofía es una ciencia sin suposiciones». Una consecuencia de este principio es que lleva al filósofo a una situación paradójica: deberá apartarse de las opiniones naturales que normalmente utilizamos en la vida y cuestionar  creencias absolutamente básicas, creencias que vitalmente parecen incuestionables. Siguiendo fielmente la duda metódica cartesiana considera Ortega que el filósofo debe dudar de lo que de hecho presenta dudas (como todo hombre mínimamente prudente) pero también de todo aquello de lo que pueda dudarse, aunque de hecho no se dude. El objetivo de este método es encontrar la realidad radical, el dato a partir del cual empezar la filosofía. La filosofía se presenta como un saber radical, lo cual conduce a no aceptar mas que aquello que se presente con total evi­dencia.

2. Principio de pantonomía o ley de totalidad o universalismo: a diferencia de las ciencias que aspiran a comprender una parcela de la realidad abstrayéndola de la totalidad, considerándola como parte aislada (el mundo físico, o el biológico…), a diferencia de las ciencias particulares, la filosofía se presenta como el saber universal, en el sentido de que debe aspirar al universalismo. «Se trata de alcanzar el todo o Universo». Para ello el filósofo debe intentar comprender la realidad que estudie en su relación con el todo, en función del todo. La filosofía no trata todos los aspectos de las cosas, no trata sus aspectos particulares, y mucho menos su individualidad, descubre lo universal de cada cosa. Para caracterizar esta dimensión de la filosofía Ortega utiliza lo que él mismo acepta como expresión paradójica «el filósofo es también un especialista, un especialista en universos».

3. Es un conocimiento teorético, una teoría: con su peculiar estilo, Ortega define la teoría como «esa especialísima e ingeniosa caricia que hace la mente a las cosas amoldándose a ellas en una idea exacta». La teoría es un sistema de conceptos, un conjunto de conceptos trabados unos con otros a partir de las relaciones que entre ellos nos muestra la evidencia. Ortega defiende la necesidad del pensamiento conceptual. En la medida en que la filosofía, como toda teoría, es «un conjunto de conceptos» y los conceptos son «contenidos mentales enunciables», aquello que no se pueda decir, lo inefable, no es un concepto, ni es un dato para la filosofía. El filósofo debe prescindir de supuestas visiones no comunicables de la realidad. Expresamente Ortega critica el misticismo, y afirma que la filosofía no puede ser misticismo sino un sistema de conceptos y de enunciados.

En la obra de Ortega encontramos dos conjuntos de tesis respecto de la filosofía aparentemente opuestas:

  •  es una actividad desinteresada, puramente teórica y contraria a la vida;
  • es una actividad comprometida con la vida, participa del resto de afanes humanos en relación con la supervivencia (tiene por lo tanto una clara dimensión práctica) y es expresión de la vida.

En la literatura sobre Ortega se intenta resolver esta diferente interpretación de la filosofía indicando que corresponden a fases distintas de su pensamiento. Sin embargo, si profundizamos en las tesis orteguianas citadas vemos que no hay tal oposición pues se trata de descripciones de la filosofía que pertenecen a niveles distintos. Si nos situamos en el nivel de la actitud espontánea o natural, y comparamos el resto de activida­des que se hacen en este nivel con la propia filosofía, la filosofía se presenta como actividad desinteresada, puramente teórica y contraria a la vida, o al menos a cierta disposición espontánea del vivir que es preciso matizar: es una actividad con la que nos podemos ocupar, y en este sentido es, desde luego, un vivir e incluso puede dar lugar a una forma de vida. Pero es un vivir muy particular: otras actividades, otros modos de vivir, consisten en el trato con las cosas, en transformarlas, quererlas, detes­tarlas, preocuparse por ellas. Pero la filosofía, ya se ha dicho, es teoría, es una actividad teorética y por serlo no es un hacer cosas; la filosofía no es una saber técnico ni una disciplina práctica que presente reglas cuyo cumplimiento nos permita el control y dominio del mundo.

Cuando se vive la filosofía no se viven las cosas, se las teoriza, se las contempla. «Y contemplar una cosa implica mantenerse fuera de ella, estar resuelto a conservar entre ella y nosotros la castidad de una distancia». Además, hay otro sentido en el que la filosofía se aleja de la vida: la auténtica filosofía debe buscar el dato radical, lo incuestionable, pero el conjunto de cosas naturales y los demás seres humanos, el mundo exterior, en suma, es dudable, por lo que no puede partir de él. Sin embargo, nuestras creencias vitales parten del hecho de la existencia del mundo exterior. Por tanto, la filosofía es contraria a nuestra creencia vital. En este sentido, filosofar es no-vivir y por ello la filosofía es paradoja: llama Ortega «doxa» a la opinión que se forma espontáneamente y que es común a todos los hombres, a la opinión «natural». La filosofía debe buscar otra opinión o doxa más firme que ésta. Es pues «para-doxa«, paradoja.

Pero, en un sentido más básico, la filosofía no es una actividad desinteresada, no es una actividad que aparezca como consecuencia de un mero afán intelectual o teórico. Recordamos que para Ortega la situación del hombre en el mundo es la de desorientación, de fragilidad ante el entorno o circunstancia. «No es que al hombre le acontezca desorientarse, perderse en su vida, sino que, por lo visto, la situación del hombre, la vida, es desorientación, es estar perdido -y por eso existe la metafísica-» («Unas lecciones de metafísica»). De aquí que una de las tareas más urgentes e irrenunciables del hombre es la de orientarse, encontrar un sentido a las cosas y los datos que se le ofrecen en su experiencia, y para ello el hombre utiliza su pensamiento, hace ciencia y filosofía. De este modo, el pensar tiene un alcance vital. La teoría, la pura contemplación se hace sobre el fondo del interés primordial por orientarse en el mundo. No nos es ajena la filosofía, como no nos es circunstancial el apetecer la verdad. El hombre, nos dice Ortega, es un «verdávoro», se alimenta de verdades porque necesita saber a qué atenerse.

La filosofía aparece como consecuencia del afán humano por la orientación, por el sentido. La teoría no descubre el universo sino que lo construye: «La metafísica no es una ciencia: es construcción del mundo, y eso, construir mundo con la circunstancia, es la vida humana. El mundo, el Universo, no es dado al hombre: le es dado la circunstancia con su innumerable contenido. Pero la circunstancia y toda ella es en sí puro problema. Ahora bien, no se puede estar en un puro problema… El puro problema es la absoluta inseguridad que nos obliga a fabricarnos una seguridad. La interpretación que damos a la circunstancia, en la medida que nos convence, que la creemos, nos hace estar seguros, nos salva. Y como el mundo o universo no es sino esa interpretación, tendremos que el mundo es la seguridad en que el hombre logra estar. Mundo es aquello de que estamos seguros.» («Unas lecciones de metafísica»). Algunos intérpretes limitan estas tesis orteguianas a sus últimos escritos, en donde, desde luego, las presenta con mayor claridad. Pero tal vez es más correcto considerar que estas ideas están de modo implícito o explícito en la médula de su sistema filosófico, pues sólo con ellas podemos entender aspectos básicos de su filosofía que aparecen en épocas anteriores, por ejemplo su doctrina de la perspectiva, o su tesis de la dependencia absoluta entre mundo y subjetividad, entre circunstancia y yo.

Ver intuiciónrazón histórica y razón vital.     

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TEXTOS DE ORTEGA Y GASSET

Ortega y Gasset relaciona en el siguiente texto la tarea de la filosofía (de su parte más radical, la metafísica) con el hecho existencial primero: la indigencia o fragilidad en que consiste siempre la vida humana.

 Y decimos que la Metafísica consiste en que el hombre busca una orientación radical en su situación. Pero esto supone que la situación del hombre ―esto es, su vida― consiste en una radical desorientación. No, pues, que el hombre, dentro de su vida, se encuentre desorientado parcialmente en este o el otro orden, en sus negocios o en su caminar por un paisaje, o en la política. El que se desorienta en el campo busca un plano o la brújula, o pregunta a un transeúnte y esto le basta para orientarse. Pero nuestra definición presupone una desorientación total, radical; es decir, no que al hombre le acontezca desorientarse, perderse en su vida, sino que, por lo visto, la situación del hombre, la vida, es desorientación, es estar perdido ―y por eso existe la Metafísica.

José Ortega y Gasset, Unas lecciones de metafísica
Obras Completas, vol. XII, Alianza Editorial)

© Javier Echegoyen Olleta
Edición en papel:
Historia de la Filosofía. Volumen 3: Filosofía Contemporánea. Editorial Edinumen.
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