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MIGUEL DE CERVANTES -obras- Diccionario Enciclopédico Hispano-Americano

MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA: obras y escritos (biografía)

CERVANTES SAAVEDRA (MIGUEL DE) )

En el año siguiente salieron a luz los Trabajos de Persiles y Segismunda en Madrid, Valencia, Barcelona y Bruselas. Se perdieron, probablemente para siempre, la segunda parte de La Galatea, Las Semanas del Jardín y El Bernardo, obras que se proponía concluir si por un milagro, decía él al conde de Lemos, le restituía el cielo la vida. Perdiéronse también sus retratos originales, que pintaron, según indicios, Francisco Pacheco, y, positivamente, don Juan de Jáuregui. De cualquiera de los dos puede ser copia el de la Academia, atribuido por unos a Alonso del Arco, y por otros a Vicente Carducho o a Eugenio Caxes, o a alguno de su escuela. Era Cervantes, según la descripción que de sí mismo nos hace, de estatura mediana, de color viva, antes blanca que morena, rostro aguileño, nariz corva y bien proporcionada, frente lisa y desembarazada, ojos alegres, cabello castaño, barba un tanto más clara, bigotes grandes, boca pequeña, dientes mal alineados, algo cargado de espaldas y no muy ligero de pies, a la edad en que esto escribía, que era a la de sesenta y seis años.

«Pero el retrato de su alma privilegiada, dice Aribau, se encuentra en sus escritos y en sus acciones. Impávido en los peligros, fuerte en las adversidades, modesto en sus triunfos, desprendido y generoso en sus intereses, amigo de favorecer, indulgente con los esfuerzos bien intencionados de la medianía, dotado de juicio recto y clarísimo, de imaginación sin ejemplo, en su fecundidad pasó por el mundo como peregrino cuya lengua no se comprende. Sus contemporáneos no le conocieron, y le miraron con indiferencia; la posteridad le ha dado una compensación justa, pero tardía, porque ha conocido que hubo un hombre que se adelantó a su siglo, que adivinó el gusto y las tendencias de otra sociedad, y que, haciéndose popular con sus gracias inagotables, anunció la aurora de una civilización que amaneció mucho después.»

«Los soberanos, agrega el mismo biógrafo, han honrado a porfía su memoria; los magnates y protectores de las letras le han levantado monumentos; los sabios le han colmado de elogios; el pueblo ve su nombre con una especie de culto; las naciones extrañas nos le envidian; las artes todas han reproducido su efigie y las creaciones de su fantasía bajo mil formas; la Imprenta multiplica sus escritos todos los años y los difunde por todo el ámbito del mundo; nosotros no podemos prestarle otro homenaje que el de haber relatado sencillamente sus hechos.»

El genio fecundo del inmortal soldado de Lepanto manifestó variadas aptitudes. La novela fue el género en que brilló especialmente aquella privilegiada inteligencia; pero todavía como poeta lírico y autor dramático ganó Cervantes justos títulos de fama, un tanto aminorada por el mismo esplendor de su reputación como novelista. Cada uno de estos distintos aspectos de su vida literaria merece párrafo aparte.

El monumento más glorioso de la literatura castellana es una novela de Cervantes: el Quijote (V. esta palabra), que será estudiada en el lugar respectivo. Pero al género novelesco pertenecen también los seis libros de La Galatea, y los que el autor llamó novelas ejemplares, que llevan los siguientes títulos: La Gitanilla, La fuerza de la sangre, Rinconete y Cortadillo, La española inglesa, El amante liberal, El licenciado Vidriera, El celoso extremeño, Las dos doncellas, La ilustre fregona, La señora Cornelia, El casamiento engañoso y El coloquio de los perros, lista a la que hay que agregar El curioso impertinente, que, para tantear el gusto del público, insertó Cervantes en la primera parte del Quijote, y alguna otra incluida en la misma obra. Novelas son también La Tía fingida y Los trabajos de Persiles y Segismunda. A fines de 1583 tenía el autor concluida La Galatea y solicitada la licencia para su impresión, que se verificó, pasado el mes de agosto del año inmediato, después del fallecimiento del insigne caudillo Marco Antonio Colonna, supuesto que en la dedicatoria a su hijo Ascanio, abad de Santa Sofía, se refiere ya a este suceso, dando así un grato testimonio de las relaciones que había conservado con sus favorecedores de Italia. Si es que Cervantes escribió esta obra en el breve intervalo que medió entre su licenciamiento y la presentación a la censura, esto sería una prueba bien elocuente de su fecundidad. «Es La Galatea, dice Aribau, una novela pastoral, género que se había hecho muy de moda en todas las naciones cultas de Europa, desde que la introdujo el napolitano Sannazaro con toda la lozanía de su genio poético. Imitador de éste fue en España el portugués Jorge de Montemayor, que antes del año 1562 había publicado su Diana, con tanto aplauso que a muy poco salieron a la vez dos continuaciones de su mismo argumento, la una de corto mérito, del salmantino Alonso Pérez, bajo el título de Diana segunda, y la otra llamada Diana enamorada, del valenciano Gil Polo, que compitió honrosamente con su modelo. Salieron a luz otras obras de la misma familia, pero el público empezaba a fastidiarse por la abundancia de un género que, sobre ofrecer limitados recursos a fuerza de buscar novedad, iba extraviándose por camino poco acomodado a la naturaleza. Por eso La Galatea no excitó grande entusiasmo, y la misma suerte cupo a otros poemas pastoriles de fecha posterior a pesar de la fama y verdadero mérito de sus autores. Cervantes, que no solía despreciar los frutos de su ingenio, se mostró severo con su Galatea en el discreto expurgo de la librería de Don Quijote, librándola del fuego sólo por misericordia, y con la esperanza de enmienda en la segunda parte prometida.

 «Su censor oficial la calificó de provechosa, de mucho ingenio y de galana invención, de casto estilo y buen lenguaje. El censor tenía razón: la mayor parte de sus defectos consistían en el género; la más pequeña en el autor, que lo había escogido sin encontrar todavía en estos primeros pasos la senda a que le llamaban las condiciones especiales de su privilegiada fantasía. Prescindiendo de los resabios bastante frecuentes de afectación y amaneramiento, el lenguaje es puro, elegante, armonioso más bien que animado, y correcto; algunos caracteres están bien delineados; muchos incidentes inspiran el más vivo interés, y, sobre todo, la inventiva, esta gran dote de Cervantes, resalta allí magníficamente y sobresale sobre todas las demás. Pero esto no es bastante para disimular ni la enmarañada complicación de sucesos que siendo inconexos entre sí embarazan, detienen, interrumpen y debilitan el curso de la acción principal, ni la inferioridad de ciertos versos, ni la sutil metafísica amorosa explicada como en una cátedra, ni la poca conformidad de las condiciones con las costumbres de los personajes, que desvanecen toda la ilusión de la verosimilitud. Por eso convienen casi todos los críticos en que La Galatea ocupa el último lugar entre las obras de Cervantes en el orden de perfección literaria. Otros poetas intentaron disfrazar la sociedad con el traje de los pastores. Cervantes quiso además retratar de intento a determinados personajes. Bajo los nombres del ya difunto Meliso, quiso celebrar a don Diego Hurtado de Mendoza; bajo el de Tirsi, Damon, Siralvo, Lauso, Larsileo y Artidoro, puso en escena a sus amigos Francisco de Figueroa, Pedro Laínez, Luis Gálvez de Montalvo, Luis Barahona de Soto, don Alonso de Ercilla y Micer Andrés Rey de Artieda; y si el tiempo no hubiera consumido las memorias que se hallaban frescas entonces, aún se descifrarían otras semblanzas y se interpretarían otras alusiones.»

En el prólogo de las doce citadas novelas ejemplares se jactó Cervantes de haber sido el primero que noveló en lengua castellana; pero ha de entenderse, para comprender el pensamiento del autor, que la palabra novela era entonces mucho menos lata que hoy en su significado. No puede negarse, sin embargo, que el autor del Quijote dio a la novela nueva forma y dirección, y que en las ejemplares desplegó con feliz éxito las galas de su privilegiado ingenio, brillando especialmente por la inventiva, la gracia y la gallardía del estilo y del lenguaje. Puede decirse que las dotes de buen narrador sobresalen en las de asuntos festivos, más que en las de acciones serias y graves. Cervantes sentía bien, pero al expresar sus sentimientos se echaba unas veces a sutilizar y otras a disertar. Conmueve cuando se propone conmover; pero raras veces arranca una lágrima. Traza caracteres ridículos, describe costumbres extravagantes, cuenta travesuras, dialoga chistes y socarronerías, y todo se anima, todo adquiere movimiento y viveza; en vano se querrá contener la risa; él la hará estallar. Éste era su elemento, el arma privativa de su poder intelectual. Llamó Cervantes ejemplares a estas novelas para distinguirlas de las poco edificantes que a la sazón estaban en boga, llevando su miramiento en esta parte al punto de que «hasta los requiebros amorosos, dice él mismo, son tan honestos y tan medidos con el discurso cristiano, que no podrán llevar a mal pensamiento al descuidado o cuidadoso que las leyese, pues de otro modo antes me cortara la mano con que las escribí, que sacarlas al público.» Por eso, sin duda, no incluyó en su colección La Tía fingida, que algunos han supuesto que no es suya, y que por retratar las costumbres estudiantiles con muy vivos colores, es la que ha dado margen a la suposición de que Cervantes cursó en Salamanca. Las novelas ejemplares, excelentes casi todas y caracterizadas por un gran sello de originalidad, ocupan, en orden al mérito literario, el segundo lugar, o sea el puesto siguiente al Quijote, al que sin duda aventajan en la corrección del lenguaje entre los trabajos de Cervantes. Por la moralidad que encierra y lo bien sentida que está, debe reputarse como una de las más interesantes El Curioso impertinente. De ella dijo el reputado crítico francés Emilio Charles: «El hombre tal como le representa Pascal; el ser que se agita en la tierra y huye de sí mismo; el espíritu curioso, inconstante, a quien no satisface condición alguna de la vida; el alma errante que se halla inquieta en el reposo y miserable en la felicidad, todo esto está personificado en Anselmo, que pide al mundo más de lo que el mundo puede darle… El Curioso impertinente es indudablemente, a medias todavía, una novela italiana; Cervantes recuerda en ella a cada instante sus modelos, cita al Ariosto que le inspira y a Luigi Tansilo, cuyos poemas había leído… Pero, a despecho de sí mismo, preciso es reconocer aquí la huella de su genio, la observación superior y nueva, la sagacidad instructiva, la atención penetrante aplicada a los estudios morales.» La Gitanilla es la historia de una hermosa muchacha llamada Preciosa, hija de una familia ilustre, robada en su niñez, y educada entre una tribu de gitanos.

En Preciosa se descubre el carácter de la Esmeralda, tan gallardamente dibujado por Víctor Hugo en su famosa novela Nuestra Señora de París. El citado crítico francés, comparando estas dos obras, ha dicho: «He aquí la diferencia esencial entre los dos autores: nuestro gran poeta ha sometido a la gitana, con más arte y pasión violenta, a crisis más dramáticas. La ha conducido al hampa de Monipodio, de la que hizo la Corte de los Milagros, y, por un vivo estudio de arcaísmo, resucitó alrededor de ella todo el París de la Edad Media. Cervantes, dominado por otra idea, pinta menos el pasado que el presente; muestra a la gitanería y al hampa como dos legiones distintas y contemporáneas; explica su vida antisocial… Habla (la gitanilla) y se desliza en Madrid, bailando, cantando y alegrando a todo el mundo, alcaldes e hidalgos, la villa y la corte; es una figura satírica.» La fuerza de la sangre no merece estudio particular, sin que quepa por esto desconocer su mérito; Rinconete y Cortadillo son dos muchachos vagabundos, cuyas aventuras dan motivo a Cervantes para hacer un bellísimo estudio de caracteres y costumbres picarescas de la época. Ninguna observación especial puede hacerse en los estrechos límites de esta biografía respecto de La española inglesa. El amante liberal es un recuerdo de su vida de soldado y de las campañas contra los turcos, notable por la fidelidad con que reproduce lo que había observado. El licenciado Vidriera, nombre hoy tan popular en España, es una obra en que Cervantes tradujo con explosión desordenada todo el amargo humor, toda la misantropía, fruto de una dolorosa experiencia. El celoso extremeño recuerda al Curioso impertinente, y presenta en Carrizales un verdadero carácter; mártir de sí mismo, víctima de sus celos, juguete de la ilusión que se hizo respecto de sus años. Como tantas otras obras del mismo autor, encierra una lección profundamente moral. Las dos doncellas, muchachas que, abandonadas por un mismo amante, buscan y hallan a su pérfido Eneas, son dos tipos deliciosos de elegancia y de hermosura. La obra tiene marcado gusto italiano. La ilustre fregona desarrolla el pensamiento de las metamorfosis sociales de España, y descubre también el genio observador de Cervantes. La señora Comalia tiene como fondo y asunto el concierto de la cortesía española y de la elegancia italiana. El casamiento engañoso no presenta cualidades que le hagan sobresalir respecto de las demás novelas ejemplares. El coloquio de los perros, apólogo social atrevido, es, a juicio de Charles, «la última palabra de Cervantes sobre la España social… Aclara de una sola ojeada las páginas humorísticas, sembradas a través de sus cuentos, su novela y su teatro, y que formarán, reunidas, una extraña revista del país y del siglo; crúzanse mil figuras singulares y verdaderas, pero con verdad significativa… Con los años, Cervantes tomó la pluma de Aristófanes para escribir la leyenda a la vista de las figuras.» El coloquio, más que una verdadera novela, es una admirable sátira de costumbres en que abunda el gracejo, y que compite con las mejores sátiras de Quevedo; La Tía fingida, novela picaresca, se asemeja en mérito a Rinconete y Cortadillo; su autor, que sólo la leyó a los amigos, la dejó manuscrita. La última obra en que Cervantes trabajó fue la novela titulada Los trabajos de Persiles y Segismunda, que escribió, a lo que parece, con el propósito de que fuese, con relación a las novelas serias, lo que el Quijote respecto a los libros de caballerías. En tal estima la tuvo su autor, que después de declarar que sería el más malo o el mejor de los libros de entretenimiento compuestos en lengua castellana, añadió: «Y digo me arrepiento de haber dicho el mas malo, porque, según la opinión de mis amigos, ha de llegar al extremo de bondad posible,» juicio, como dice muy bien un crítico español contemporáneo, «que no ha confirmado la posteridad, por más que haya reconocido en el Persiles bellezas de primer orden; como la corrección del lenguaje, que es superior a la del Quijote, y la inventiva y fuerza creadora, que tan vigorosamente se revelan en todo el libro, cuyo estilo es más acabado que el de ningún otro de los escritos de Cervantes. Pero el lujo de aventuras, episodios y anécdotas que entorpecen la acción principal, recargándola con detrimento de la unidad, la falta de verdad y otros defectos de este jaez, amenguan mucho el mérito del Persiles y Segismunda

A esta lista de trabajos en prosa debidos a Cervantes es preciso agregar el Diálogo entre Sillenia y Selanio sobre la vida del campo, hallado por don Adolfo de Castro en la Biblioteca Colombina, y publicado por éste en el libro titulado Varias obras inéditas de Cervantes (Madrid, 1874). «Se asemeja, dice el señor Castro, al diálogo entre Lenio y Tirsi sobre el amor, que se lee en libro IV de La Galatea; similitud en la manera de exponer los razonamientos. Tal vez el dialogo entre Selanio y Sillenia fuese compuesto para formar parte de la segunda de Galatea, introduciéndose de la misma suerte que en la primera el de Lenio y Tirsi… En resumen, una tercera parte del diálogo parece enlazada con otro escrito que no conocemos; tiene semejanza el estilo con el de los coloquios de La Galatea. En la otra tercera parte se descubre la pluma del autor de los discursos sobre la vida civil, que se hallan salpicados en la primera parte del Quijote. En la postrimera parte, en que describe Cervantes la vida del campo, compite consigo mismo. Es una elocuentísima y animada pintura de aquélla, trazada con tanta gala y mucha mayor extensión que la de la edad de oro.»

Pasaron los tiempos en que era opinión corriente la de juzgar pésimo poeta al autor del Quijote. Distan mucho, sin embargo, sus poesías líricas del mérito de las demás obras de su genio. Que Cervantes sintió decidida inclinación a la poesía desde sus más tiernos años, lo confiesa él mismo repetidas veces en sus obras; que llegó a desconfiar del mérito de sus composiciones en verso, lo declara también en el Viaje al Parnaso, donde dice:

Yo que siempre trabajo y me desvelo

Por parecer que tengo de poeta

La gracia que no quiso darme el cielo,

y en el prólogo de sus comedias, cuando cuenta que, habiendo ofrecido éstas al librero Juan de Villarroel, hubo éste de manifestarle francamente que le compraría desde luego las comedias a no haberle dicho un autor de título que de su prosa podía esperarse mucho, pero de su verso nada, respuesta que le llegó al alma, pero no le convenció. Sembró Cervantes de poesías casi todas sus obras en prosa, y escribió además otras muchas composiciones en verso, algunas indicadas ya en su biografía, y entre las cuales han llegado a nosotros las siguientes: A la muerte de la reina doña Isabel de Valois, soneto; redondillas A la muerte de la reina doña Isabel de Valois; Elegía en tercetos al cardenal don Diego de Espinosa; Al Romancero de Padilla, soneto; redondillas Al habito de Fray Pedro de Padilla; un soneto y una poesía suelta dedicados al mismo religioso; un soneto A López Maldonado, inserto en el Cancionero del mismo poeta, a quien dedicó otra composición en quintillas; un soneto A Alonso de Barros, impreso en la Filosofía moralizada de éste; otro soneto A la Austriada de Juan Rufo Gutiérrez; un soneto A Lope de Vega, en su Dragontea; una composición en redondillas A Gabriel Pérez del Barrio Angulo; un soneto A Juan Yagüe de Salas, en Los Amantes de Teruel; tres sonetos más, respectivamente dedicados A don Diego de Mendoza y a su fama, A la muerte de Hernando de Herrera, y En alabanza del marqués de Santa Cruz; otro soneto A San Francisco; una Glosa a una redondilla en alabanza de San Jacinto; el conocido soneto con estrambote Al túmulo del rey Felipe II en Sevilla; tres sonetos, uno A la entrada del duque de Medina en Cádiz, en julio de 1596: el segundo A un valentón metido a pordiosero, y el último A un ermitaño; una canción A los éxtasis de la beata madre Teresa de Jesús; cuatro romances titulados Los celos, El desdén, Elicio, y Galatea; una oda Al conde de Saldaña; la Canción desesperada, que Cervantes puso en el Quijote como del pastor Crísóstomo y que don Adolfo de Castro ha reproducido con notables variantes inéditas en la obra citada, y la Canción a la elección del arzobispo de Toledo don Bernardo de Sandoval y Rojas. A esta lista es preciso agregar su Viaje al Parnaso, escrito en tercetos, y el romance Los celos, que en el común sentir de reputados críticos es el mismo de que habló Cervantes en su Viaje al Parnaso, diciendo que era el que más estimaba, juicio que la posteridad no ha desmentido. Atribúyenle los titulados El desdén, Elicio, y Galatea, ya por la semejanza de estilo, ya por otras causas. Del Viaje al Parnaso, su obra poética de más consideración fuera de las dramáticas, ha dicho un crítico moderno: «Quiso en ella imitar a César Caporali, natural de Perusa, poeta superior a él en el artificio de la rima, inferior en invención, y muy parecido tanto en el buen humor como en la mala suerte. Propúsose por objeto hacer, como en el Canto de Calíope, el elogio de los poetas españoles que entonces vivían y él reputaba por buenos, y la censura de los que corrompían el gusto y le guiaban por una senda extraviada, recomendando al mismo tiempo, como de paso, los propios méritos en la literatura y en la milicia.

 

El pensamiento es ingenioso; no deja de haber tiradas de tercetos que prohijaría cualquiera sin repugnancia. Los encomios son, en general, exagerados y propios de su natural indulgencia; la sátira es moderada, sin dejar de ser picante, y más que una maldición es un conjuro a la nube de malos poetas que venía a descargar sobre nuestro Parnaso.» La dedicatoria estaba dirigida al joven don Rodrigo de Tapia, de quien no tenemos más noticias.
 

Sigue al poema una Adjunta en prosa, que es lo mejor por el donaire de la dicción; en ella habló de sus comedias y abrió así el camino para darlas al público, como ardientemente deseaba. De la misma obra ha dicho el crítico Charles: «Ocurrió a Cervantes la idea de contar en versos burlescos el asalto dado al Parnaso por la poetambre, y defender la verdadera poesía contra las profanaciones. El mismo hará un viaje, su último viaje, a estas regiones, que tanto amaba; explicará a la juventud que no hay poesía sin desinterés, y por tercera vez pasará revista completa a la literatura. En otro tiempo, en su Galatea, había hecho una apología en extremo complaciente de los versificadores amigos suyos. Ahora ha de reparar su debilidad, pero tomará por arma la ironía. Si otro mérito no tuviera, el Viaje al Parnaso sería digno de recuerdo porque su autor protesta enérgicamente contra la poesía vergonzosa, aduladora y famélica.»

De la mayor parte de las comedias de Cervantes se ignoran hasta los títulos. Conocemos los de La gran turquesca; La batalla naval; La Jerusalén; La Amaranta o La del Mayo; El bosque amoroso; La única y bizarra Arsinda, que todas se han perdido, así como La Confusa, que él tenía por la mejor, y El engaño de los ojos, de que hizo méritos en el prólogo de las demás que publicó. «Mas, ¿quién sabe, dice Morán, si algún día tendremos la dicha de embelesarnos todos con su lectura, como ha sucedido recientemente con la interesante epístola dirigida al secretario Mateo Vázquez desde el fondo de las mazmorras argelinas, y con la muy donosa carta a D. Diego de Astudillo desde las risueñas márgenes del Guadalquivir?» Cervantes compuso ocho comedias más, tituladas El gallardo español; La casa de los celos; Los baños de Argel; El rufián dichoso; La gran sultana; El laberinto de amor; La entretenida, y Pedro de Urdemalas, que con El trato de Argel y La Numancia completan la lista de sus obras dramáticas conocidas, si se incluye en ella los siguientes entremeses: El juez de los divorcios; El rufián viudo; El vizcaíno fingido; La elección de los alcaldes de Daganzo; La guarda cuidadosa; El retablo de las maravillas; La cueva de Salamanca; El viejo celoso; La cárcel de Sevilla; El hospital de los podridos; Los habladores; Los mirones; Doña Justina de Calahorra, y los graciosos entremeses de Los Refranes y de Los romances. Los cuatro últimos fueron dados a conocer por don Adolfo de Castro en el libro citado.

El trato de Argel y La Numancia pertenecen al número de las veinte o treinta comedias que, según el mismo Cervantes, compuso por los años de 1584 y siguientes. A pesar de su amistad con los clásicos, Cervantes siguió casi siempre el sistema de Cueva, comprendiendo el teatro de la misma manera que Lope de Vega, de quien fue como el precursor. A la manera de este ingenio trata en sus obras asuntos nacionales, como acontece en la titulada El trato de Argel, en la que procuró pintar la triste condición de los cautivos cristianos, representándose a sí propio en el esclavo Saavedra; pero estas obras son hijas de la necesidad de su autor, que tenía que buscar recursos para salir de su pobreza, y no están escritas con esmero. Hablando de El trato de Argel, ha dicho otro crítico: «Se ha juzgado, desde el punto de vista literario, este drama improvisado, y ha parecido inferior a los del hábil Lope de Vega e indigno de nuestro gusto refinado. No se parece, en efecto, ni a las piezas francesas que tratan del amor, ni a las españolas que mezclan lo gracioso con las aventuras heroicas… El verdadero asunto es la lucha moral de dos razas; el antagonismo de dos leyes religiosas; el conflicto de la mujer oriental y de la mujer europea. Las figuras están tomadas francamente de la realidad; no hay creaciones, si se quiere, pero sí personajes que han vivido; no hay una intriga hábil, mas sí una trama de ideas, pasiones y creencias hecha con profundidad.» Más feliz fue Cervantes en las pocas obras que, a pesar de la dirección antes indicada, escribió según el gusto clásico, y, sin embargo, hasta en la más notable de ellas, que es sin disputa La Numancia, tragedia escrita hacia 1586, tiene, como dice un crítico español, «a vueltas de cuadros bellísimos y de escenas interesantes, defectos tan capitales como el de la falta de unidad en el plan y la introducción de episodios impropios y de escenas repugnantes contrarias al sentido estético, que haciendo muchas veces decaer el estilo deslucen con frecuencia los trozos verdaderamente inspirados y de versificación notable que encierra dicha tragedia.» La Numancia es, sin embargo, una obra importante, de estilo elevado y de inspiración patriótica. Compuso Cervantes esta tragedia influido por el amor de la patria y el orgullo nacional frente a los demás países; en ella admira y exalta las esperanzas públicas y las ambiciones reales de su época. Para él la conquista reciente de Portugal preparaba el término de la unidad del territorio. De las otras ocho comedias del mismo autor, dijo Blas de Nasarre que Cervantes las había hecho artificiosamente malas para ridiculizar otras igualmente disparatadas que en su tiempo obtenían gran boga.

El abate Lampillas atribuyó su publicación a malicia de impresores, que las mutilaron y transformaron en un todo, tomando el nombre y el prólogo de Cervantes. Uno y otro dictamen están en contradicción con hechos demostrados y constantes. Cervantes, como dice Aribau, «escribió indudablemente estas comedias, y con la mejor fe del mundo las dio cuando menos por pasaderas. Felicitóse en su prólogo de haberse atrevido a reducir las comedias a tres jornadas, y de haber sido el primero en sacar figuras morales en el teatro. Si los documentos relativos a tiempos anteriores no son engañosos, estas proposiciones no son exactas. En 1553 Francisco de Avendaño, y en 1579 Cristóbal de Virués, se gloriaban de lo primero; y con respecto a lo segundo, en el monumento más antiguo entre cuantos se han conservado de la dramática española, aquella danza general atribuida al rabí don Santo de Carrión, y fijada hacia el año de 1356, la Muerte es la que hace el primer papel. Nada quitamos la gloria de Cervantes con rehusarle la prioridad en estas dos novedades, la una muy indiferente, y la otra de dudoso mérito.» El gallardo español es una comedia llena de vida y de movimiento, mezcla de lo histórico y lo novelesco, semi-entusiasta y semi-irónica, en la que los diálogos de los soldados, los presentimientos de las mujeres, los madrigales, los alertas, los combates y los asaltos, una rica variedad de invenciones e incidentes, forman la ligera trama de la breve composición dramática. La casa de los celos da ocasión al poeta para demostrar que había hecho un estudio profundo de la mujer. Los baños de Argel presenta agradables episodios. El asunto no es tan vasto como el de El trato de Argel, y la pintura es más sencilla. Un sacristán hace en la obra el papel de gracioso. La suerte de los cautivos cristianos, que por experiencia conocía el autor, conmueve profundamente, y más aún el martirio de los niños. El rufián dichoso es un drama religioso, un auto si se quiere, en el que la vida humana aparece estudiada como asunto que debe terminar gravemente. Por el contraste que ofrece con el carácter festivo de casi todas las obras de Cervantes, se ha creído que debió ser escrito en los últimos años de la vida del autor, cuando la idea religiosa imperaba decisivamente en su espíritu. El asunto de La Gran Sultana es histórico: tiene la obra algunas escenas sencillas y conmovedoras, y, como los demás escritos de Cervantes en que habla de los turcos, procura excitar la indignación y el ridículo contra un pueblo que entonces asustaba a Europa. El laberinto de amor ha sido juzgado por Charles en los siguientes términos: «Cervantes se recrea escribiendo El laberinto, ensayo singular de un teatro caballeresco y galante, en llevar a la escena un cuentecillo lleno de aventuras, disfraces, desafíos de armas y amores, cuya heroína es la hermosa Rosamira, acusada en su honor y vengada en campo cerrado. Los personajes todos son italianos. Su tono es trágico, sus aventuras lamentables; pero no corre la sangre… El laberinto de amor pasea la imaginación del tiempo en sus dédalos favoritos. No sería imposible que esta pieza mala hubiese parecido exquisita al público.» La entretenida no es objeto de particular estudio por parte de los críticos. Pedro de Urdemalas es el drama picaresco del rufián.

Los entremeses de Cervantes, de modo bien distinto que sus otras composiciones dramáticas, forman uno de sus mejores títulos de gloria. En ellos aparece el autor del Quijote con todo su genio y como en su elemento, haciendo gala de sus extraordinarias dotes cómicas, que tanto le inmortalizaron en la pintura de caracteres exagerados, grotescos y ridículos. En dichas obras el diálogo no puede ser más fluido ni más castizo el lenguaje, por lo general en prosa. Los editores Gaspar y Roig publicaron en Madrid, hacia 1868, una económica y bonita edición de los entremeses de Cervantes con el objeto, dice el prólogo, de que estas obras alcancen la misma popularidad que las restantes del príncipe de nuestros ingenios, máxime, agrega, cuando, fuera del Quijote, en los entremeses es donde Cervantes aparece más cervántico. Dicho prólogo califica estas graciosas piezas diciendo que son cuadros goyescos formados a ligeras pinceladas. En El juez de los divorcios se burla el autor graciosamente de los innumerables esposos que quieren romper su cadena, y, atento siempre al fin moral, declara por último que un mal acuerdo vale siempre más que el mejor divorcio. La elección de los alcaldes de Daganzo es una escena de costumbres políticas. La cueva de Salamanca pinta con vivos colores la vida de un matrimonio de la clase media. El viejo celoso recuerda el argumento de El celoso extremeño, pero se diferencia de éste en que tiene un carácter más cómico. «Los mirones, dice D. Adolfo de Castro, merecería mejor el dictado de coloquio.» «Más aún, añade, en el estilo se asemeja mucho al de los perros Cipión y Berganza. Hay la misma manera de presentar los pensamientos filosóficos y la de contar las aventuras y describir las costumbres y, hasta a veces, con la libertad que hoy nuestro siglo no perdonaría a autor contemporáneo. Es una pintura amenísima, por la discreción, vivacidad, exactitud y gala… Es un cuadro animadísimo y rico de costumbres sevillanas… Las frases además, los giros, todo es de Cervantes. Algunas notas lo comprueban, si no cuantas debiera tener, al menos las suficientes para el intento y no incurrir en difuso o inoportuno. Sólo Cervantes podía escribir así en aquel siglo.»

El entremés de doña Justina y Calahorra, dice el mismo critico, «parece también obra suya, pero escrita en los últimos años. La manera de componer versos sueltos y de empezar el diálogo es muy propia suya. Por ellos se viene en conocimiento del entremés.» «El de los Refranes, continúa el señor Castro, evidentemente pertenece a tan gran ingenio. Argumento, modo de exponerlo, diálogo, y la facilidad en el uso de tanta multitud de refranes sólo corresponden a Miguel de Cervantes Saavedra. El que lee este entremés no puede poner en ello la menor duda… Ciertamente, no es desmayado el dialogar del entremés, sino muy ligero e ingenioso… Para mí tienen gran importancia el entremés de Los Mirones y el de los Refranes, porque explican el carácter de Cervantes. Cervantes debió asemejarse a aquéllos.» El entremés de los Romances, para el señor Castro, «es verdaderamente el bosquejo del carácter de Don Quijote y de la primera salida del ingenioso hidalgo.. En el Entremés de los Refranes vemos al inventor dichoso del carácter de Sancho Panza. En el Entremés de los Romances vemos en sombras el carácter de Don Quijote.» No es posible estudiar uno a uno los entremeses del poderoso genio español: todos ellos serán siempre leídos con verdadero placer; pero, como dice muy bien Charles: «¿quien podrá analizar, sin alterarlas y destruirlas, estas frágiles y vivas composiciones en las que el detalle, el tono, el juego de escena dan el sentido de la obra y el encanto de los caracteres?… Querer salirles al paso y detenerles sería inútil, sería triste, y acaso iría también contra el pensamiento del autor, pues él se oculta voluntariamente cuando emplea esta forma flexible y fugitiva del entremés. Trata entonces a sus personajes como sombras chinescas que no pueden mostrarse a la luz del día sin que se desvanezcan.»

La influencia del genio de Cervantes fue desde luego inmediata e inmensa, y superior a la de todos los escritores de genio. Sus obras han sido repetidas veces traducidas a todos los idiomas. Imitadas en el teatro inglés, inspiraron en Francia las mejores creaciones de Moliere y Boileau, Beaumarchais y Víctor Hugo. Charles confiesa que el genio precursor de Cervantes inauguró la literatura moderna. En España bien puede decirse que no hay un solo escritor notable de cuantos vivieron después de Cervantes que no muestre en sus obras la influencia del inmortal autor del Quijote

Las ediciones principales de las obras de Cervantes son las siguientes: La Galatea. Publicada por vez primera en 1585 en Alcalá por Juan Gracián, 8.º, ocho hojas de prelim. y 375 fols. Bellísimo ejemplar encuadernado en tafilete colorado por Derome. Síguense por orden cronológico las de Baeza, por Juan B. Montoya, y Valladolid, por Francisco Fernández de Córdoba, ambas en 1617, y viene en seguida la de Barcelona de 1618, por Sebastián de Comellas y a su costa. En 1736 la hermosa edición de Juan de Zúñiga, en 4.º, en la que se halla también, con paginación separada, el Viaje al Parnaso; Viaje al Parnaso, Madrid, viuda de Alonso Martín, 1614; 8.º, ocho hojas prelim. 80 fols. La misma obra, Milán, Juan Bautista Bidelo, 1624, 12.º, dos hojas preliminares y ochenta foliadas. Ocho comedias y ocho entremeses nuevos, Madrid, viuda de Alonso Martín, 1615, en 4.º, cuatro hojas prelim., 257 foliadas y una en que se repiten las señas de la impresión. Comedias y entremeses, con una disertación o prólogo de don Blas Nasarre sobre las comedias de España, Madrid, Antonio Marín, 1749, dos volúmenes 4.º Viaje al Parnaso, publícanse ahora de nuevo una tragedia y una comedia inéditas del autor, La Numancia y El trato de Argel, Madrid , Antonio de Sancha M.DCC.LXXXIV, en 8.º mayor, tres láminas. Los seis libros de La Galatea, corregida e ilustrada con láminas finas, Madrid, Antonio de Sancha M.DCC.LXXXIV, dos vols. 8.º Novelas ejemplares, Madrid, Juan de la Cuesta, 1613, 4.º, 12 hojas prelim. y 274 foliadas. Otra del mismo, 1614, 4.º pequeño, ocho hojas preliminares y 236 fols. Novelas ejemplares, Bruselas, Roger Velpio, 1614, 8.º prolongado, ocho hojas prelimin. y 616 págs. Novelas ejemplares, Milán, Juan Bautista Bidelo, M.DC.XV, 12.º, doce hojas prelim. y 763 págs. Id., Bruselas, Huberto Antonio, 1625, 8.º prologado, ocho hojas prelim. y 608 págs. Id., Sevilla, Pedro Gómez de Pastrana, 1648, 8.º, dos hojas prelim. y 332 fols. Id., Madrid, Julián de Paredes, 1644, en 4.º, cuatro hojas prelim. y 403 págs. Id., Sevilla, Juan Gómez de Blas, 1644, 4.º, dos hojas prelim. y 403 págs. Id., El Haya, J. Neaulme, M.DCC.XXXIX, dos vols. 8.º prologado. Idem., Madrid, Antonio de Sancha, MDCCLXXXIII, dos vols., 8.º mayor. Id., Madrid, Villalpando, 1799, tres vols., 12.º Id., Madrid, Sánchez, 1716 (por error el primer tomo) y 1816 el segundo, dos vols., 12.º francés. Los trabajos de Persiles y Segismunda, Historia Septentrional, Madrid, Juan de la Cuesta, 1617. Id., París, Esteban Recher, 1617, 8.º Id., Pamplona, Nicolás de Assiayn, 1617, 8.º Id., Barcelona, Bautista Sarita,  1617. Id., Bruselas, Huberto Antonio, 1618, en 8.º prolongado. Madrid, Antonio de Sancha, M.DCC.LXXXI, dos vols., 8.º Id., Madrid, Villalpando, 1799, dos vols., 12.º Id. Madrid, Sancha, M.DCCCII, dos vols., 8.º Novelas de Cervantes, 11 vol., que forma parte de la Biblioteca Universal. Novelas ejemplares, dos vol. en 8.º mayor. Trabajos de Persiles y Segismunda, un volumen, 12.º Obras completas de Cervantes dedicadas a S. A. R. el Sermo. Señor infante don Sebastián Gabriel Borbón y Braganza, ilustradas por los señores don J. E. Hartzenbusch y don Cayetano Rosell, Madrid, 1868, doce tomos en 4.º mayor. Obras de Cervantes, obras publicadas por la casa Gaspar y Roig, Madrid, un vol., 4.º mayor. Los Entremeses, impresos por la misma casa editorial, un vol., 8.º Obras de Miguel de Cervantes Saavedra, un vol., que forma el tomo primero de la Biblioteca de autores españoles de Rivadeneira, Madrid, 1846, y algunas de sus poesías sueltas han sido también publicadas por varios autores en diferentes ocasiones.

CERVANTES SAAVEDRA (MIGUEL DE) )

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