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Torre de Babel Ediciones

AD HOC – AD HOMINEM -filosofía- Diccionario Enciclopédico Hisp.-Amer.

DICCIONARIO ENCICLOPÉDICO HISPANO-AMERICANO(1887-1910)

Índice

AD HOC – ARGUMENTO AD HOMINEM  (filosofía: lógica)

AD HOC

AD HOC (lit., para esto): exp. adv. lat, que se aplica a lo que se dice o hace sólo para un fin determinado.

AD HOMINEM

(ARGUMENTO)Filosofía. (V. la palabra ARGUMENTO). El argumento personal o ad hominem consiste principalmente en probar contradicción latente entre las palabras del que discurre y sus propios actos. Aparece, por tanto, como un razonamiento extrínseco y no intrínseco, pues a nadie se le oculta que bien puede un hombre usar razones de gran peso (aunque en sus labios queden desautorizadas porque las contradicen actos negativos), sin que pierdan su cualidad de verdaderas, porque las emplee quien no debiera. Así se ha estimado siempre este argumento personal más que lógico, retórico, al cual no se le puede atribuir un valor intrínseco de que carece. Si se admiten los dos fines que de antiguo vienen señalándose a la Oratoria, convencer y persuadir, sólo a este último se referirá el argumento ad hominem; de ningún modo al primero. Puede, por ejemplo, un ladrón, aunque no tenga autoridad para ello, escribir una disertación bien fundada y justificada acerca del respeto que debemos guardar a la propiedad del prójimo. Y en este caso, podremos echar por tierra la sinceridad de su pensamiento, previamente negada con su conducta, pero no será licito dar por invalidadas las razones intrínsecas que aduce a favor del respeto a lo ajeno. Nadie duda, el sentido común lo sabe instintivamente, que la verdad moral requiere la unión indivisa de la teoría con la práctica (que se debe practicar lo que se predica); pero lógica y científicamente (por un esfuerzo de abstracción) se concibe que un hombre perverso puede llegar a adquirir pico de oro (según dice el proverbio), divulgando los preceptos morales. De suerte que el argumento ad hominem es oratorio y sirve para refutar o combatir personalmente al adversario, pero no es lícito, ni debe emplearse como medio para hallar e indagar la verdad.

Según su mismo nombre indica, el argumento ad hominem ataca a la persona, pero sus armas se embotan ante el carácter impersonal y objetivo de la verdad. No es sólo pues por cortesía, según dice W. Scott, por lo que se debe considerar el argumento ad hominem como un último extremo del cual se echa mano, a falta de recursos más valederos, sino señalada y principalmente porque toca de cerca a lo subjetivo y personal, pero no hiere, ni aun de soslayo, los fundamentos reales de aquello que se pretende refutar. Lógica, científica y aun ontológicamente, el conocimiento vale por lo que dice y expresa y no por quien lo dice o expresa. Para que el conocimiento sea valedero, legítimo, es necesario que el sujeto (sea el que quiera) forme su representación intelectual (vea) en adecuada conformidad con lo que el objeto ofrece como presente, sin que jamás ocurra a nadie, en el terreno científico o filosófico, dar valor a un conocimiento porque lo afirme tal o cual persona y sin que nunca pidamos más prueba y justificación de lo que conocemos que la presencia de lo conocido. El razonamiento de autoridad, desde que se reconoce mas o menos ampliamente la libre sustantividad del pensamiento, carece de valor, pues otra vez, aun para admitirlo, hay que justificar su buena ley con razones objetivas o impersonales; que es, por ejemplo, declaración unánime de gentes tenidas por muy ortodoxas, que de tejas abajo nadie es infalible. Al carácter impersonal y objetivo de la verdad se refiere después cuanto el sentido común afirma, al decir que la verdad como relación real, que no dimana de la voluntad del hombre reconocerla o negarla, se impone a todo el que no es ciego o se empeña en no ver, y que su existencia no depende del que la afirma, sino de los fundamentos reales con que se justifica.

Si la verdad existe con independencia del que la declara o la niega, de lo cual es un ejemplo elocuente el E pur si muove de Galileo; si el sujeto no es el autor, sino el testigo de la verdad, obvio y claro, resulta que el argumento ad hominem va contra el testigo, rechaza la autoridad personal del que expone, pero nunca afecta a lo atestiguado, ni refuta las razones fundamentales de la existencia de lo verdadero. Justificadamente por tanto desecha la crítica racional los razonamientos de autoridad (Magister dixit; jurare in verba magistri) y declara la sabiduría popular que está muchas veces la verdad en los labios desautorizados del niño. Pero si el argumento ad hominem, como extrínseco, limita su alcance a desautorizar al que habla, sin que llegue a refutar intrínsecamente lo por éste afirmado; se infiere que este razonamiento pertenece exclusivamente a la crítica negativa, de ningún modo a la positiva, es decir, que según hemos indicado antes, persuade, pero no convence. Tal es la razón que existe para que se haga uso de él en las discusiones políticas y aun periodísticas, donde juega principal papel el elemento personal y a la vez para que no se aplique en el terreno especulativo o científico, en lo que alguna vez se denomina la serena región de los principios. En ella se persiguen los altos e impersonales intereses de la verdad, que no apasionan en sentidos antitéticos y dentro de ella no encontrará ocasión oportuna el lógico más sutil para exponer verdades nuevamente halladas o reconocidas en la forma del argumento ad hominem. Por su contextura, exclusivamente extrínseca, el argumento ad hominem es molde adecuado para poner de manifiesto la contradicción entre las palabras y los actos de aquél con quien se discute, para acentuar la divergencia de la obra y de la palabra o de la teoría y de la práctica, y finalmente para significar y justificar en lo político el apasionamiento personal, y en lo jurídico especie de excepción dilatoria. Ejemplos de argumentos ad hominem abundan a granel en las discusiones políticas, efecto de la frecuencia lamentable con que las inquietas ambiciones de los hombres predican bienandanzas sin término en la oposición, a reserva de practicar en el poder la máxima egoísta omnia pro dominatione

En los debates jurídicos puede y debe aplicarse el argumento ad hominem, oponiendo excepciones dilatorias en todo lo que toca a la autoridad o descrédito personales de los testigos. Entre los ejemplos más preciosos que pueden citarse está el usado por Cicerón y de que da cuenta Plutarco. Defendía el gran orador romano a Ligario, acusado por Tuberón de haber combatido contra César en África y se expresaba, empleando el argumento ad hominem, en los siguientes términos: «Pero pregunto, ¿quién acusa a Ligario por haber estado en África? Un hombre que ha querido ir a África, un hombre que ha luchado contra César. ¿Que hacíais, Tuberón, con el hierro en la mano en los campos de Farsalia?, ¿qué sangre queríais derramar? ¿Hacia qué lado se inclinaban vuestras armas? ¿Contra quién dirigíais vuestro empuje?» etc. Refiere Plutarco que César dejó caer los papeles que contenían sentencia condenatoria, y concluyó absolviendo a Ligario. Pero a nadie se le oculta que con semejante argumento, Cicerón probó la culpabilidad del acusador, mas no demostró la inculpabilidad de su defendido Ligario.

Diccionario Enciclopédico Hispano-Americano (vol. 1, pág. 442 – editado: 15-9-2007)         AD HOC – ARGUMENTO AD HOMINEM  (filosofía)
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