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Torre de Babel Ediciones

MÁQUINAS – Vocabulario de la economía

Máquinas

Son todos los instrumentos formados por el hombre que se emplean en hacer más eficaz y menos penosa la acción del trabajo económico. No admitimos la distinción que muchos escritores establecen entre las herramientas y las máquinas, porque, además de ser sus servicios enteramente iguales en la industria desde el punto de vista económico, creemos que la mejor manera de desvanecer las preocupaciones contrarias a las máquinas es borrar por completo esa diferencia, mostrando a los adversarios de ellas que su condenación alcanza a los útiles más sencillos, y la lógica de sus raciocinios les obliga a pedir la vuelta al estado primitivo en que el hombre tiene la fuerza muscular como único elemento de producción y de trabajo.

Las máquinas constituyen una de las formas del capital y reportan los beneficios que son comunes a todas éstas, aunque de una manera más visible, y por decirlo así, más activa. Por su medio reemplazan a la acción directa del hombre las fuerzas de la naturaleza, que son más intensas, más regulares y menos costosas, y la industria obtiene los productos en cantidades mucho mayores, en calidad superior y más baratos. El gran desarrollo que la producción adquiere con el uso de las máquinas favorece a los trabajadores, porque aumenta sus colocaciones y eleva los salarios, y dando lugar a la abundancia de los objetos, reduce sus precios y generaliza la satisfacción de las necesidades.

Las máquinas son algo más que auxiliares del trabajo, y sus efectos no se reducen a mejorar las industrias, porque hay muchas producciones que sin ellas serían imposible de todo punto: no se concibe la navegación sin el barco, ni la celeridad que dan a las comunicaciones el ferrocarril y el telégrafo sin la locomotora que utiliza la fuerza elástica del vapor y la pila que desarrolla la electricidad, por intenso que supongamos el trabajo dedicado a esos objetos, por grandes que sean los esfuerzos acumulados para conseguirlos.

Las máquinas, a pesar de sus inmensas ventajas y de lo mucho que han contribuido al progreso y al bienestar de la humanidad, han sido objeto de violentas acusaciones. La máquina, dice con mucha exactitud Mr. Batbie (1), que hace el trabajo de muchos hombres, es mirada por el obrero como una invasión de brazos extraños, de trabajadores forasteros que vienen a arrebatarle su salario; de aquí sus lamentos y sus quejas apasionadas, que han encontrado quien las formule con apariencias de razón.

Sólo en cierto sentido es verdad que la máquina desaloje al trabajador; mas aunque lo fuera en absoluto, ¿habría motivo para rechazarlas? El trabajo es un medio, no un fin; es el coste de la riqueza, el espacio que separa a las necesidades de las satisfacciones, y todo lo que reduzca el esfuerzo preciso para alcanzar los bienes materiales y acorte esa distancia es un adelanto, una mejora, no puede ser un perjuicio. Pero las máquinas no disminuyen el trabajo más que con relación a un producto determinado, y antes aumentan los empleos del trabajador en la industria a que se aplican, porque la baja consiguiente en el precio de los artículos extiende su consumo de una manera indefinida: el número de los impresores es mucho más considerable que el de los antiguos copistas, y no hay comparación posible entre la cantidad de salarios que proporciona una línea férrea y los que producían los medios de comunicación que sustituye. Hoy se trabaja más que nunca, y el progreso consiste en que la riqueza crece en una proporción mucho mayor que los esfuerzos hechos para alcanzarla. Además, las máquinas crean industrias que antes no existían y son otras tantas colocaciones para el trabajador, y por lo menos dan lugar siempre a una producción enteramente nueva, la que se dedica a construirlas. Por último, si la retribución del trabajo depende de la suma de los capitales y la máquina viene a aumentarlos, su aplicación ha de ser favorable para el número y la importancia de los salarios.

Otra cosa es que las máquinas causen una perturbación en el trabajo y dejen por lo pronto algunos brazos ociosos, ya porque resulten innecesarios sus servicios, ya porque la industria modificada exija una aptitud que no tuvieran los obreros de la antigua. Este mal pasajero, que no alcanza generalmente grandes proporciones, atenuado por las dificultades que encuentra el descubrimiento y sobre todo la aplicación de las máquinas, representa, sin embargo, sensibles privaciones y sufrimientos de las clases laboriosas; pero es inevitable y hay que confiar su remedio a la previsión de los trabajadores que se hallan en el caso de computar ese riesgo al lado de todos los demás a que se exponen, y a la prudencia de capitalistas y empresarios, que deben dulcificar las transiciones consultando el interés y la suerte de sus compañeros en la industria.

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(1) Nouveau cours d’Economie politique

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