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VISIONES religiosas – Voltaire – Diccionario Filosófico

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Voltaire – Diccionario Filosófico  

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VISIÓN

San Juan de la Cruz - Visión - Diccionario Filosófico de VoltaireAl ocuparme de la palabra «visión» no voy a referirme al modo admirable con que los ojos aperciben los objetos, ni de cómo todo lo que vemos se pinta en la retina; pintura divina ejecutada por leyes matemáticas, y que, como todo lo demás, es obra de la mano del eterno geómetra. Esta clase de visión la han tratado sabiamente grandes genios, y después de sus cosechas, no han dejado granos que recoger. Tampoco voy a ocuparme de la herejía de que acusaron al papa Juan XXII por haber sostenido que los santos no gozarán de la visión beatífica hasta después del juicio final.

Mi objeto en este artículo es ocuparme de la multitud de visiones que favorecieron o atormentaron a muchos santos, que multitud de imbéciles creyeron haber visto, con las que infinidad de bribones y de bribonas han hecho caer al mundo en la trampa, ya para adquirir reputación de beatos, que es reputación muy lisonjera, ya para sacar mucho dinero, lo que es más lisonjero aún para los charlatanes.

Calmet y Lenglet han recogido muchas visiones. La más interesante de ellas, en mi opinión, la que produjo mayores efectos, porque introdujo la reforma en las tres cuartas partes de la Suiza, es la del joven jacobino Yetzer, que ya referí a mis lectores, y que, como saben, vio muchas veces a la Virgen y a Santa Bárbara, que le imprimieron los estigmas de Jesucristo. Al darle la comunión un prior jacobino le hizo tragar una hostia espolvoreada con arsénico, y el obispo de Lausana le amenazó con quemarle vivo porque fue a quejarse de que le habían envenenado. Esas abominaciones fueron el motivo que hizo que los habitantes de Berna dejaran de ser católicos, apostólicos y romanos.

Me sabe mal no poder referir visiones de tanta importancia como ésta; pero sin embargo, es también bastante importante la visión que tuvieron los padres franciscanos de Orleáns el año 1534. El proceso criminal que promovió existe todavía manuscrito en la biblioteca del rey de Francia, y tiene el número 1.770.

La ilustre casa de Saint-Mesmin había proporcionado grandes beneficios al convento de los franciscanos y tenía derecho de sepultura en la iglesia. Cuando murió la esposa de uno de los miembros de dicha familia, que era preboste de Orleans, creyendo que sus antepasados se habían empobrecido dando demasiado a dichos frailes, sólo les hizo un regalo, que éstos creyeron de poca consideración. Los buenos franciscanos se convinieron en desenterrar a la difunta, con la idea de obligar al esposo a que volviera a enterrar a su mujer, exigiéndole una paga mayor. Ese proyecto era insensato, porque el señor de Saint-Mesmin hubiera podido hacer que la enterraran en otra parte; pero los bribones tienen algo de locos.

La difunta esposa de Saint-Mesmin se apareció a dos frailes franciscanos y les dijo: «Estoy condenada como Judas, porque mi marido no dio al convento lo que debía dar.» Los dos tunantuelos que refirieron estas palabras no cayeron en la cuenta de que debían perjudicar más al convento que aprovecharle. El convento se proponía sacar una gran cantidad al señor de Saint-Mesmin, para que con ella consiguiera que descansara en paz el alma de su mujer; pero si el alma de dicha difunta estaba condenada, no la podía salvar todo el dinero del mundo, y era inútil dar ninguna cantidad; por lo tanto, los franciscanos nada percibirían.

Por regla general puede decirse que Francia carecía entonces de buen sentido; primero embruteció al país la situación de los francos y después la invasión de la teología escolástica; pero en Orleans había algunas personas que razonaban, y desde luego supusieron que si el Ser Supremo dio permiso al alma de la señora de Saint-Mesmin para que se apareciera a dos frailes franciscanos, no era natural que su alma se declarara a sí misma «condenada como Judas». Esta comparación les pareció insensata. Dicha dama no había vendido a Jesús por treinta dineros; tampoco se ahorcó; sus intestinos no le habían salido del vientre; luego no había el menor pretexto para compararla con Judas. Esta comparación hizo sospechosos a los dos frailes; movió gran laberinto en Orleans, y como allí había herejes que no creían en visiones y que no admitían principios tan absurdos, sacaron de ella fatales deducciones. Los franciscanos cambiaron entonces de táctica y metieron a dicha dama en el purgatorio.

Volvió a aparecerse a los frailes, declarando que estaba en el purgatorio, y pidió que la desenterraran. No era costumbre desenterrar a los que estaban en el purgatorio; pero creían los franciscanos que Saint-Mesmin evitaría esta afrenta dándoles una importante suma. La petición de que le sacaran de la iglesia aumentó las sospechas de los incrédulos. Creían que las almas se aparecían con frecuencia, pero que no pedían nunca que las desenterraran.

El alma no habló ya más desde entonces. Pero continuó haciendo el duende en el convento y en la iglesia, y los hermanos franciscanos la exorcizaron. El hermano Pedro de Arras la conjuró de un modo torpe, diciéndole: «Si eres el alma de la difunta señora de Saint-Mesmin, da cuatro golpes»; y se oyeron los cuatro golpes. «Si estás condenada, da seis golpes»; y los seis golpes se oyeron también. «Si sufres mayores tormentos en el infierno por estar tu cuerpo enterrado en tierra santa, da otros seis golpes»; y también se oyeron. «Si desenterramos tu cuerpo, si cesamos de rezar a Dios por ti, ¿será más leve tu condenación? Da cinco golpes si respondes afirmativamente»; y el alma respondió afirmativamente dando cinco golpes.

Este interrogatorio que hizo al alma Pedro de Arras lo firmaron veintidós franciscanos, firmando el primero el reverendo padre provincial, que al día siguiente interrogó del mismo modo al alma, recibiendo las mismas respuestas.

Puede objetarse que habiendo declarado el alma que estaba en el purgatorio, los franciscanos no debían suponer que estaba en el infierno; pero no tengo yo la culpa de que los teólogos se contradigan.

El señor de Saint-Mesmin presentó al rey una exposición haciendo a los franciscanos los cargos que se merecían; éstos, por su parte, contestaron, y el rey nombró jueces ex profeso para que juzgaran esta causa. El procurador general pidió que los franciscanos fueran quemados vivos; pero la sentencia de los jueces sólo les condenó a pagar una gran cantidad y a que salieran desterrados del reino. Esta sentencia está fechada el 18 de febrero de 1534.

Después de referir estas dos visiones, es ya inútil ocuparnos de otras, nacidas todas ellas o de la bribonería o de la locura. Las visiones de la primera clase deben caer bajo la jurisdicción de la justicia, y las de la segunda clase son visiones que tienen los locos que están enfermos y los locos que gozan de buena salud. De las primeras debe encargarse la medicina; de las segundas las casas de locos.

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