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TIRANO – Voltaire – Diccionario Filosófico

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Voltaire – Diccionario Filosófico  

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TIRANO

Tirano - Diccionario Filosófico de VoltaireAntiguamente la palabra «tirano» designaba al que supo conquistarse la principal autoridad, como la palabra «rey» designaba al que tenía el cargo de relatar los asuntos al Senado. Las acepciones de las palabras cambian en el transcurso del tiempo. Hoy se da el nombre de tirano al usurpador o al rey que comete actos de violencia e injusticia y cuya voluntad se sobrepone a las leyes.

Cromwell fue un tirano bajo todos esos aspectos. El hombre de la clase media que usurpa la autoridad suprema, y que contra lo que disponen las leyes suprime la Cámara de los Pares, es indudablemente un tirano usurpador. El general que hace que decapiten a su rey, que lo tiene prisionero de guerra, viola al mismo tiempo las leyes de la guerra, las leyes internacionales y las leyes de la humanidad, es tirano, asesino y parricida.

Carlos I no fue tirano, aunque el partido que le venció le diera ese nombre; en la opinión general, era terco y débil y estuvo mal aconsejado. No aseguraré que esto sea verdad, porque no lo conocí; pero sí aseguro que fue muy desgraciado.

Enrique VIII fue tirano en el gobierno y con la familia, y se manchó con la sangre de dos esposas inocentes y con la sangre de los ciudadanos más virtuosos; merece la execración de la posteridad; sin embargo, no tuvo ningún castigo, y el desdichado Carlos I murió en un cadalso.

Isabel cometió un acto de tiranía y su Parlamento una cobardía infame haciendo asesinar por mano del verdugo a la reina María Estuardo; en el resto de su gobierno no fue tiránica; fue hábil y comedianta, pero manifestó tener prudencia y fortaleza.

Ricardo III fue un tirano bárbaro, pero sufrió el castigo que merecía.

El papa Alejandro VI, que fue un tirano más execrable que los que acabamos de citar, fue sin embargo feliz en todos sus atentados.

Cristian II fue un tirano tan perverso como Alejandro VI, y aunque fue castigado, no le alcanzó el castigo que merecía.

Si enumerara los tiranos turcos, griegos y romanos que encontramos en la Historia, veríamos que hubo tantos dichosos como desgraciados. Les llamo dichosos hablando según el prejuicio vulgar, según la acepción ordinaria de la palabra, según las apariencias, porque fueran dichosos realmente, que vivieran contentos y tranquilos, es cosa que tengo por imposible.

Constantino el Grande fue indudablemente un tirano con doble título. Usurpó en el Norte de Inglaterra la corona del Imperio romano, poniéndose al frente de algunas legiones extranjeras, faltando a todas las leyes, oponiéndose a la votación del Senado y del pueblo, que habían elegido legítimamente emperador a Magencio. Su vida fue una serie no interrumpida de delitos, de voluptuosidades, de fraudes y de imposturas. No fue castigado, ¿pero fue feliz? Dios lo sabe; yo sólo sé que sus vasallos fueron desgraciados.

El gran Teodosio obró como el más abominable de los tiranos, cuando con el pretexto de dar una fiesta mandó degollar en el circo quince mil ciudadanos romanos con sus mujeres y sus hijos, añadiendo a esa barbarie la farsa de pasar algunos meses sin ir a misa mayor por causa de penitencia.

Los tiranos del Bajo Imperio griego fueron casi todos destronados y asesinados unos por otros. Esos grandes culpables fueron sucesivamente los ejecutores de la venganza divina y de la venganza humana. Entre los tiranos turcos hubo tantos desposeídos como muertos en el trono.

De los tiranos subalternos, de esos monstruos de segundo orden que hicieron recaer en sus señores la execración pública, de cuyo peso se descargaron, debemos decir que su número es infinito.

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