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SÍMBOLO O CREDO en el cristianismo – Voltaire – Diccionario Filosófico

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Voltaire – Diccionario Filosófico  

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SÍMBOLO O CREDO

Símbolo o credo - Diccionario Filosófico de VoltaireLa voz «símbolo» proviene de la palabra symbolei, y la Iglesia latina la adoptó, como adoptó muchas cosas de la Iglesia griega. Los teólogos que son instruidos saben que ese símbolo que se llama «de los Apóstoles» no es todo de ellos.

Llamábase «símbolo» en Grecia a las palabras, a los signos con los que se reconocían los iniciados en los misterios de Ceres, de Cibeles y de Mithra, y con el transcurso del tiempo los cristianos tuvieron también su símbolo. Si hubiera existido en la época de los apóstoles, San Lucas se hubiera ocupado de él.

Atribúyese a San Agustín la historia del símbolo incluida en su sermón 115, haciéndole decir en dicho sermón que Pedro comenzó el símbolo pronunciando estas palabras: «Creo en Dios padre todopoderoso»; Juan continuó diciendo: «Creador del cielo y de la tierra»; Santiago añadió: «Creo en Jesucristo, su hijo nuestro Señor»; y así los demás. Han cercenado esta fábula en la última edición de San Agustín. Me dirijo a los reverendos padres benedictinos para saber si es justo que se cercene ese pequeño fragmento, que es muy curioso.

Lo cierto es que nadie oyó hablar del Credo durante más de cuatrocientos años. El pueblo francés dice que París no se edificó en un día, y los proverbios del pueblo tienen razón muchas veces. Los apóstoles tuvieron nuestro símbolo en su corazón, pero no lo dejaron escrito. Inventaron un Credo en la época de San Ireneo, que no se parece al que nosotros recitamos. El símbolo que rezamos hoy debe ser del siglo V, porque es posterior al de Nicea. El pasaje que dice que Jesús descendió a los infiernos y el que habla de la comunión de los santos no se encuentran en ninguno de los símbolos que precedieron al nuestro. Ni los evangelios ni las Actas de los Apóstoles dicen que Jesús descendió al infierno, pero era opinión común en el siglo III que Jesús había descendido al Hades, al Tártaro, cuyas dos palabras traducimos nosotros por infierno. El infierno, en este sentido, no significa lo mismo que la palabra hebrea scheol, que quería decir subterráneo, fosa. Y por esto San Atanasio nos enseñó después cómo nuestro Salvador había descendido a los infiernos: «Su humanidad —dice— no estuvo entera en el sepulcro ni entera en el infierno; estuvo en el sepulcro según la carne, y en el infierno según el alma.»

Santo Tomás asegura que los santos que resucitaron cuando murió Jesucristo murieron de nuevo para resucitar con él; ésta es la opinión más admitida. Pero esta clase de opiniones son absolutamente extrañas para la moral; debemos ser hombres de bien; ya esos santos resucitaran dos veces; ya Dios no los necesitara mas que una. Confieso que nuestro símbolo se escribió tarde, pero en cambio la virtud vive toda la eternidad.

Si me es lícito citar autores modernos en una materia tan grave, copiaré el Credo del abad de San Pedro, tal como lo escribió su propia mano en un libro que compuso sobre la pureza de la religión, que no está impreso, pero que yo fielmente he copiado:

«Creo en el único Dios y le amo. Creo que ilumina toda alma que viene al mundo, como dice San Juan. Comprendo que se trata de toda alma que le busca de buena fe.

»Creo en el Dios único, porque sólo puede tener un alma el gran todo, un solo ser vivificante, un creador único.

»Creo en Dios Padre todopoderoso, porque es padre común de la Naturaleza y de todos los hombres, que son sus hijos. Creo que el que los hizo nacer todos iguales, que el que organizó los resortes de la vida del mismo modo, que el que les dio los mismos principios de moral, no puso más diferencia entre sus hijos que la del crimen y la de la virtud.

»Creo que el chino justo y bienhechor es más digno de aprecio para Él que un doctor europeo quisquilloso y arrogante.

»Creo que siendo Dios nuestro padre común, debemos considerarnos todos los hombres como hermanos.

»Creo que el perseguidor es abominable, y camina inmediatamente detrás del envenenador y del parricida.

»Creo que las disputas teológicas son al mismo tiempo la farsa más ridícula y la calamidad más horrible del mundo, después de la guerra, la peste y el hambre.

»Creo que los eclesiásticos deben pagarse, y pagarse bien, como servidores del público, por ser preceptores de moral, por llevar los registros de nacidos y muertos; pero no deben concedérseles riquezas ni categorías de príncipes, porque nada es tan provocativo y contraproducente como el ver hombres ricos y orgullosos que predican la humildad y el amor a la pobreza.

»Creo que todos los sacerdotes que sirven a una parroquia debían ser casados, como los sacerdotes de la Iglesia griega, no sólo para que tengan una mujer honrada que cuide de su casa, sino para ser mejores ciudadanos, para que den vasallos al Estado y para que tengan hijos bien educados.

»Creo que es indispensable devolver a la sociedad muchos frailes, porque esto es servir a la patria y a sí mismo, y ya que se dice de ellos que son hombres que Circe convirtió en cerdos, el sabio Ulises debe devolverles la forma humana.»

Referimos palabra por palabra el símbolo que escribió el abad de San Pedro, sin que copiarlo quiera decir que merece nuestra aprobación. Lo hemos insertado como curiosidad singular, pero nos atenemos con fe respetuosa al verdadero símbolo de la Iglesia.

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