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NAVIDAD, origen de la fiesta cristiana – Voltaire-Diccionario Filosófico

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NAVIDAD

Navidad - Diccionario Filosófico de Voltaire

Nadie ignora que se llama así la fiesta del nacimiento de Jesús. La fiesta más antigua que celebró la Iglesia después de la Pascua y de la de Pentecostés, fuera del bautismo de Jesucristo. Sólo se conocían esas tres fiestas cuando San Crisóstomo pronunció su homilía sobre la de Pentecostés. No incluimos en ese número las fiestas de los martirios, que pertenecían a un orden muy inferior. Llamaron fiesta de la Epifanía a la del bautismo de Jesús, imitando a los griegos, que daban este nombre a las fiestas que celebraban como recuerdo de la aparición de los dioses en el mundo, porque sólo después que Jesús recibió el bautismo se empezó a predicar el Evangelio.

Créese que a fines del siglo IV se solemnizaba esta fiesta en la isla de Chipre el día 6 de noviembre, y San Epifanio sostiene que Jesús fue bautizado ese día.

San Clemente de Alejandría nos dice que los basilidianos celebraban esta fiesta el 15 de Tybi, mientras que otros autores dicen que se celebraba el 11 de dicho mes, que era el mes de enero, y esta última opinión es la que se ha admitido. Respecto a su nacimiento, como no se sabía precisamente el día, el mes y el año, no se festejaba.

Según consta en las notas que se encuentran al fin de las obras de San Clemente de Alejandría, los que trataron de averiguar el día del nacimiento de Jesús se dividieron en dos opiniones: unos decían que nació el 25 del mes egipcio Pachon, que en nuestro calendario corresponde al 20 de mayo, y otros opinaban que nació el 24 ó el 25 de Farmuti, cuyos días corresponden al 19 y al 20 de abril. Lo cierto es que en Oriente y en Egipto celebraban la fiesta de la Natividad de Jesús el 6 de enero, el mismo día que la de su bautismo, sin que podamos saber con certeza cuándo empezó esta costumbre, ni cuál fue el verdadero motivo de instituirla.

La opinión y la práctica de los occidentales fueron distintas de las de Oriente. Los historiadores luteranos de Magdeburgo refieren un pasaje de Teófilo de Cesárea, que hace hablar de este modo a la Iglesia de las Galias: «Así como se celebra el nacimiento de Jesucristo el 25 de diciembre, en cualquier día de la semana que caiga esa fiesta, también debe celebrarse lo mismo la resurrección de Jesucristo el día 25 de marzo, porque el Señor resucitó ese día.»

Si ese hecho es verdadero, es preciso confesar que los obispos de las Galias fueron muy prudentes y muy razonables. Estando convencidos como toda la antigüedad de que Jesucristo fue crucificado el 23 de marzo y que resucitó el 25, celebraban la pascua de su muerte el día 23, y el día 25 la resurrección, sin cuidarse de si era plenilunio, porque esto en el fondo era una ceremonia judaica, y sin sujetarse al domingo. Si la Iglesia les hubiera imitado, hubiera evitado las cuestiones largas y escandalosas que amenazaban dividir el Oriente y el Occidente, y que después de durar siglo y medio acabó con ellas el primer Concilio de Nicea.

Algunos sabios conjeturan que los romanos escogieron el solsticio de invierno para colocar en él el nacimiento de Jesús, porque en esa época es cuando el sol comienza a acercarse a nuestro hemisferio. Desde los tiempos de Julio César el solsticio civil político quedó fijado el 25 de diciembre. En Roma se verificaba una fiesta para celebrar el regreso del sol; ese día se llamaba gruma, según refiere Plinio, que lo fija, lo mismo que Servio, el 8 de las kalendas de enero. Puede ser que este pensamiento tuviera alguna parte en la elección del día, pero no fue su origen. Un pasaje de Josefo, que evidentemente es falso, tres o cuatro errores antiguos y la explicación mística de una palabra de San Juan Bautista, le dieron origen, como José Escalígero va a demostrárnoslo.

«Plugo a los antiguos —dice este sabio crítico— suponer en primer lugar que Zacarías era soberano sacrificador cuando Jesús nació. Pero esto es falso, y no hay ninguna persona que lo crea si es ilustrada. En segundo lugar, los antiguos; supusieron que Zacarías estaba en un sitio santo, ofreciendo allí perfume, cuando se le apareció el ángel que le anunció el nacimiento de su hijo. En tercer lugar, como el soberano sacrificador sólo entraba en el santuario una vez cada año, el día de las expiaciones, que era el día 10 del mes Tisri, que corresponde al nuestro de septiembre, supusieron los antiguos que el día 21, o el 23, o el 24, cuando Zacarías regreso a su casa después de celebrar la fiesta, fue cuando Isabel, su mujer, concibió a Juan Bautista. Este es el motivo que hizo colocar la fiesta de la concepción de dicho santo en los referidos días. Como las mujeres llevan sus hijos en el vientre por regla general doscientos setenta y dos o doscientos setenta y cuatro días, creyeron que debían colocar el nacimiento de San Juan el 24 de junio. Éste es el origen de la fiesta de San Juan y el origen de la Navidad, que depende de ella. En cuarto lugar, suponen que mediaron seis meses completos entre la concepción de Juan Bautista y la de Jesús, aunque el ángel dijo sencillamente a María (1) que entonces era el sexto mes del embarazo de Isabel. En consecuencia de esto, colocaron la concepción de Jesús el día 25 de marzo, deduciendo de esas varias suposiciones que Jesús debió nacer el 25 de diciembre, nueve meses justos después de su concepción.»

Hay mucho de maravilloso en esos arreglos. Una de las objeciones que se le pueden hacer consiste en que los cuatro puntos cardinales del año, que son los dos equinoccios y los dos solsticios, como antiguamente los colocaban, se designen como la época de las concepciones y de los nacimientos de Juan Bautista y de Jesús. Todavía hay algo maravilloso más digno de ser notado, y consiste en que el solsticio en que nació Jesús fue en la época en que crecen los días, y que Juan Bautista vino al mundo en la época en que éstos menguan. Esto es lo que el santo Precursor había insinuado de un modo místico por medio de estas palabras, hablando de Jesús (2): «Es preciso —dijo— que él crezca y que yo disminuya.»

A eso alude Prudencio en un himno que escribió sobre la Natividad del Señor. Sin embargo, San León dice que en sus tiempos había en Roma gentes que decían que dicha fiesta era venerable, menos por el nacimiento de Jesús que por el regreso o nuevo nacimiento del Sol. San Epifanio asegura que es creencia constante que Jesús nació el 6 de enero; pero San Clemente de Alejandría, que es más antiguo y más sabio que San Epifanio, fija el nacimiento de Jesús en el día 18 de noviembre del año 28 del reinado de Augusto. Esto es lo que se deduce de la objeción que hace a San Epifanio el jesuita Petau, respecto a las palabras de San Clemente: «Desde el nacimiento de Jesucristo hasta la muerte de Cómmodo mediaron ciento noventa y cuatro años, un mes y trece días.» Según dice Petau, Cómmodo murió el mes de diciembre del año 192 de la era vulgar; es preciso, pues, que, según dice San Clemente, Jesús haya nacido un mes y trece días antes de diciembre, esto es, en 18 de noviembre del año 28 del reinado de Augusto. Hay que observar que San Clemente sólo cuenta los años de Augusto desde la muerte de Antonio y desde la toma de Alejandría, porque sólo desde entonces fue Augusto dueño absoluto del Imperio. Como acabamos de ver, no estamos seguros del año, del mes y del día del nacimiento del Salvador. Aunque San Lucas declara que está perfectamente enterado de todo eso desde el principio, prueba que no sabía exactamente la edad de Jesús, diciendo que tenía cerca de treinta años cuando fue bautizado (3). En efecto, dicho evangelista cree que nació Jesús el año que hizo el empadronamiento Cirino, gobernador de Siria, y lo hizo Sencio Saturnio, si hemos de creer lo que dice Tertuliano. Pero Saturnio había dejado el gobierno y la provincia el último año del reinado de Herodes, y tenía entonces por sucesor a Quintilio Varo, como nos lo hace saber Tácito, y Publio Sulpicio Quirino, del que habla San Lucas, no sucedió a Quintilio Varo hasta diez años después de la muerte de Herodes, cuando Arquelao, rey de Judea, fue desterrado por Augusto, como dice Flavio Josefo en las Antigüedades judaicas

Verdad es que Tertuliano, y antes que él San Agustín, enviaban a tomar datos a los paganos y a los herejes de su época a los archivos públicos, donde se conservaban los registros de ese supuesto empadronamiento; pero Tertuliano enviaba igualmente a los archivos públicos para que encontraran en ellos que se hizo de noche en pleno mediodía en la época de la pasión de Jesús, como hemos referido en el artículo titulado Eclipse, en el que hicimos ver la falta de exactitud de esos dos Padres y de sus semejantes citando monumentos públicos a propósito de la inscripción de una estatua que San Justino, que aseguraba haber visto en Roma, decía que estaba dedicada a San Simón el Mago, y realmente se dedicó a un dios de los antiguos sabinos (4).

No deben sorprendernos estas incertidumbres si nos fijamos en que Jesús no fue conocido de sus discípulos hasta después que le bautizó Juan. Después del bautismo es cuando pretende Pedro que el sucesor de Judas de testimonio de Jesús, y según las Actas de los Apóstoles, Pedro oye hablar de todo el tiempo que Jesús vivió con ellos.

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(I ) San Lucas, cap. I. vers. 36.
(2) San Juan, cap. III, vers. 30.
(1) San Juan, cap. III, vers. 23.
(2) Véase los artículos Adorar y Eclipse
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