Heráclito había aprendido todo lo que sabía sin maestro. Sus profundas
meditaciones le habían abierto el camino del conocimiento de la verdad.
Tenía muy mala idea del género humano, y se compadecía de los errores en
que viven la mayor parte de los hombres. Tanta pesadumbre tenía al
considerar estas cosas, que casi siempre estaba llorando. Juvenal le
pone en contraste con Demócrito, que siempre estaba riendo. El mismo
poeta dice que la risa es un arma de que cada cual puede echar mano
para corregir las locuras de los hombres, pero que no sabe como pueden
caber en una cabeza humana las lágrimas que no cesaba de derramar
Heráclito.
Sin embargo, este filósofo no fue siempre del mismo modo de pensar.
Cuando joven decía que no sabía nada y se quejaba de su ignorancia;
cuando llegó a la edad madura decía que su ciencia era universal y que
nada se le ocultaba. Todos los hombres le desagradaban, huía de la
sociedad, y se iba a jugar a las tabas y a otros juegos con los
muchachos del pueblo, enfrente del templo de Diana. Los habitantes de
Éfeso iban a presenciar tan extraño espectáculo. «¿De que os
admiráis? les decía el filosofo. ¿No es mucho mejor jugar con
estas criaturas que consentir, como hacéis vosotros, en el mal gobierno
de la república?»
Los habitantes de Éfeso le pidieron que les diese leyes, más él no
quiso, fundándose en que las costumbres públicas estaban muy corrompidas
en aquel país, y en que no tenía la menor esperanza de reformarlas.
He aquí algunas opiniones de Heráclito:

«Los pueblos deben pelear con
tanto ardor por conservar sus leyes, como por defender sus fortalezas.
Un resentimiento debe apagarse con más prontitud que un incendio, porque
el uno trae consigo resultados más funestos que el otro. Un incendio
consume algunas casas, y un resentimiento ocasiona guerras crueles y con
ellas la ruina délas naciones.»
«El fuego es el primer principio de todas las cosas. Este primer
elemento se cambia en aire, por medio de la condensación. El aire,
condensándose, se convierte en agua. El aire se convierte en tierra, y
por los mismos grados, la tierra, por medio de la rarefacción se
convierte en agua, el agua en aire, y el aire vuelve al principio
universal, que es el fuego. El universo no es infinito. No hay más que
un mundo. Este se compone de fuego, y perecerá por el fuego. El universo
está lleno de espíritus y de genios. Los dioses no tienen providencia;
todo lo que sucede depende del destino. El sol es del tamaño que parece
a nuestra vista. Sobre el aire que nos rodea, hay unos cuerpos en figura
de barcos, cuya parte cóncava está vuelta hacia la tierra. Allí suben
los vapores que la tierra despide. Estos cuerpos son los astros, llenos
de vapores inflamados, que brillan como lo vemos en el resplandor de los
cuerpos celestes. Los eclipses del sol y de la luna acaecen cuando estos
cuerpos vuelven hacia la tierra la parte convexa. De esto mismo dependen
los varios aspectos de la luna. Es inútil toda investigación acerca de
la naturaleza del alma, porque es tan obscura que imposible
comprenderla.»
Hubo una sedición en Éfeso. Algunos habitantes le suplicaron que
declarase delante de todo el pueblo los medios de evitar semejantes
trastornos. Heráclito subió a la tribuna, tomó un vaso de agua fría, le
llenó de yerbas, se las comió y bajó de la tribuna; con lo que quiso dar
a entender que era necesario desprenderse del lujo y acostumbrarse a
vivir con moderación.
Heráclito compuso un libro intitulado: De la Naturaleza, y le depositó
en el templo de Diana. El estilo de esta obra era sumamente oscuro, de
modo que era preciso ser muy sabio para entenderla. No quiso que el
pueblo se acostumbrase a estas doctrinas porque llegaría a
despreciarlas. Este libro tuvo mucha fama por su oscuridad. Darío, rey
de Persia, escribió al autor, convidándole a que viniese a su corte a
explicarle aquella otra, y ofreciéndole una gran recompensa, más
Heráclito no admitió.
Este filósofo hablaba muy poco. Cuando le preguntaban la causa de su
silencio, respondía: «Callo, para que hables.» Despreciaba a los
atenienses que le miraban con un respeto extraordinario, y prefería
vivir en Éfeso donde era despreciado generalmente. Lloraba con mucha
frecuencia considerando las miserias humanas. El odio que profesaba al
género humano le indujo a abandonarle para siempre. Se retiró a unas
montañas espantosas, donde no trataba con nadie y donde se mantenía de
yerbas. Las asperezas de este género de vida le ocasionaron una gran
enfermedad. Estaba hidrópico y volvió a Éfeso para curarse. Como no
hablaba más que por enigmas, preguntó a los médicos si podían convertir
el tiempo lluvioso en sereno. Los médicos no le entendieron y Heráclito
se fue a un establo y se enterró en estiércol, creyendo que de este modo
se evacuarían las aguas que eran causa de su mal, pero se enterró de tal
modo que no fue posible desenterrarle. Otros dicen que murió comido de
perros. Murió a la edad de 65 años. |