Diógenes Laercio - Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres DIÓGENES,
el cínico - Libro Sexto
BIOGRAFÍA DE DIÓGENES
1.
Diógenes, hijo de Icesio, banquero, fue natural de Sinope. Diocles dice que
como su padre tuviese banco público y fabricase moneda adulterina, huyó
Diógenes. Pero Eubúlides, en el libro De
Diógenes, afirma que el mismo
Diógenes
fue quien lo hizo, y salió desterrado con su padre. Aun él mismo dice de sí en
su Podalo que fue monedero falso. Algunos escriben que habiendo sido hecho
director de la Casa de Moneda se dejó persuadir de los oficiales a fabricar
moneda, y que pasó a Delfos, o a Delos, patria de Apolo, donde fue preguntado
«si ejecutaba aquello a que lo habían inducido». Que no habiendo entendido el
oráculo, y creído se le permitía la falsificación de la moneda pública, lo
ejecutó, fue cogido y, según algunos, desterrado; bien que otros dicen se fue
voluntariamente por miedo que tuvo. Otros, finalmente, afirman que falsificó
moneda que le dio su padre; que éste murió en la cárcel, pero que
Diógenes huyó
y se fue a Delfos. Que preguntó no si adulteraría moneda, sino qué debía
practicar para ser hombre célebre, y de esto recibió el oráculo referido.
2. Pasádose a Atenas, se encaminó a Antístenes; y como éste,
que a nadie admitía, lo repeliese, prevaleció su constancia. Y aun
habiendo una vez alzado el báculo, puso él la cabeza debajo, diciendo:
«Descárgalo, pues no hallarás leño tan duro que de ti me aparte, con tal que
enseñes algo.» Desde entonces quedó discípulo suyo, y como fugitivo de su
patria, se dio a una vida frugal y parca. Habiendo visto un ratón que andaba de
una a otra parte (refiérelo Teofrasto en su Megárico), sin buscar lecho, no
temía la oscuridad ni anhelaba ninguna de las cosas a propósito para vivir
regaladamente, halló el remedio a su indigencia. Según algunos, fue el primero
que duplicó el palio, a fin de tener con él lo necesario y servirse de él para
dormir. Proveyóse también de zurrón, en el cual llevaba la comida, sin dejarlo
jamás en cualquier parte que se hallase, ya comiendo, ya durmiendo, ya
conversando; y decía señalando al pórtico de Júpiter que «los atenienses
le habían edificado otro pompeyo donde comiese» (357).
3. Hallándose un tiempo débil de fuerzas, caminaba con un báculo; mas después
lo llevó ya siempre, no en la ciudad, sino viajando, y entonces llevaba también
el zurrón, como refieren Olimpiodoro, príncipe de los atenienses; Polieucto,
orador, y Lisanias, hijo de Escrión. Habiendo escrito a uno que le buscase un
cuarto para habitar, como éste fuese tardo en hacerlo, tomó por habitación la
cuba del metroo (358), según él mismo lo manifiesta en sus Epístolas.
Por el estío se echaba y revolvía sobre la arena caliente, y en el invierno
abrazaba las estatuas cubiertas de nieve, acostumbrándose de todos modos al
sufrimiento. Era vehemente en recargar a los demás; y a la escuela de Euclides
la llamaba χολήν (cholen) (359); a la disputa de Platón le daba el nombre
de consunción (360); a los juegos bacanales grandes maravillas para
los necios; a los gobernadores del pueblo ministros de la
plebe. Cuando veía a los magistrados, los médicos y los filósofos empleados en
el gobierno de la vida, decía que el hombre es el animal más recomendable de
todos; pero al ver los intérpretes de sueños, los adivinos y cuantos los creen,
o a los que se ciegan por la gloria mundana y riquezas, nada tenía por más necio
que el hombre. Decía que su ordinario modo de pensar era que «en esta vida, o
nos hemos de valer de la razón o del dogal». Viendo una vez a Platón que en
un gran convite comía aceitunas, dijo: «¿Por qué causa, oh sabio, navegas a
Sicilia en busca de semejantes mesas, y ahora que la tienes delante no la disfrutas?»
Y respondiendo Platón: «Yo cierto, oh Diógenes, también comía allá aceitunas y cosas
semejantes», repuso Diógenes: «¿Pues de qué servía navegar a Sicilia? ¿Acaso el
Ática
no producía entonces aceitunas?» Favorino escribe en su Historia varia que esto
lo dijo Aristipo; y que una vez, comiendo higos secos, se le puso delante, y le dijo:
«Puedes participar de ellos»; y como Platón tomase y comiese, le dijo: «Participar os
dije, no comer».
4. Pisando una vez las alfombras de Platón en presencia de Dionisio, dijo:
«Piso la vana diligencia (361) de Platón»; mas éste le respondió: «¡Cuánto
fasto manifiestas, oh Diógenes, queriendo no parecer fastuoso!» Otros escriben
que Diógenes dijo: «Piso el fasto de Platón», y que éste respondió: «Pero con
otro fasto, oh Diógenes». Soción dice en el libro IV que este Can dijo a
Platón lo siguiente: Habíale Diógenes una vez pedido vino y al mismo tiempo
higos secos, y como le enviase un cántaro lleno, le dijo: «Si te preguntaren
cuántos hacen dos y dos, ¿responderías que veinte? Tú ni das según te piden, ni
respondes según te preguntan». Con esto lo motejaba de verboso.
5. Habiendo sido preguntado dónde había visto en Grecia hombres buenos,
respondió: «Hombres en ninguna parte; muchachos sí los he visto en
Lacedemonia». Haciendo una vez un discurso muy sabio y provechoso, como nadie
llegase a oírlo, se puso a cantar (362). Concurrieron entonces muchos; mas él,
dejando el canto, los reprendió diciendo que «a los charlatanes y embaidores
concurrían diligentes, pero tardos y negligentes a los que enseñan cosas
útiles». Decía que «los hombres contienden acerca del cavar y del acocear
(363), pero ninguno acerca de ser honestos y buenos». Admirábase de los
gramáticos que «escudriñan los trabajos de Ulises e ignoran los propios.»
También de los músicos que «acordando las cuerdas de su lira, tienen
desacordes las costumbres del ánimo». De los matemáticos, «porque mirando al
sol y a la luna no ven las cosas que tienen a los pies» (364): De los oradores,
«porque procuran decir lo justo, mas no procuran hacerlo». De los avaros,
«porque vituperan de palabra el dinero y lo aman sobre manera». Reprendía a «los
que alaban a los justos porque desprecian el dinero, pero imitan a los adinerados». Se
conmovía «de que se ofreciesen sacrificios a los dioses por la salud, y en los
sacrificios mismos hubiese banquetes, que le son contrarios». Admirábase de los
esclavos «que viendo la voracidad de sus amos nada hurtaban de la comida». Loaba
mucho «a los que pueden casarse y no se casan; a los que les importa navegar y
no navegan; a los que pueden gobernar la república y lo huyen; a los que pueden
abusar de los muchachos y se abstienen de ello; a los que tienen oportunidad y
disposición para vivir con los poderosos y no se acercan a ellos» (365). Decía
que «debemos alargar las manos a los amigos con los dedos extendidos, no doblados».
6. Refiere Menipo en La almoneda de Diógenes que, habiendo sido hecho
cautivo, como al venderlo le preguntasen qué sabía hacer, respondió: «Sé mandar
a los hombres» Y al pregonero le dijo: «Pregona si alguno quiere comprarse un
amo». Prohibiéndole que se sentase, respondió: «No importa; los peces de
cualquier modo que estén se venden.» Decía que «se maravillaba de que no
comprando nosotros olla ni plato sin examinarlo bien, en la compra de un hombre
nos contentamos sólo con la apariencia». A Jeníades, que lo compró, le decía:
«Que debía obedecerle, por más que fuese su esclavo; pues aunque el médico y el
piloto sean esclavos, conviene obedecerlos».
7. También Eubulo, en el libro igualmente titulado La almoneda de Diógenes,
dice que instruyó a los hijos de Jeníades, de manera que después de haberles
enseñado las disciplinas, los adiestró en el montar a caballo, a disparar la
flecha, tirar con honda y arrojar dardos. Después no permitía que el que
instruía a los muchachos en la palestra ejercitase los suyos para ser atletas,
sino sólo para adquirir buen color y sanidad. Sabían de memoria estos muchachos
varias sentencias de los poetas, de los otros escritores y aun de
Diógenes
mismo; y para que mejor aprendiesen, les enseñaba todas las cosas en compendio. Enseñábales también a servir en casa, a comer poco y a beber agua. Hacíales raer
la cabeza a navaja; los llevaba por las calles sin adornos, sin túnica,
descalzos, con silencio y sólo mirándolo a él. Llevábalos también a caza.
Los discípulos tenían igual cuidado que él, y lo recomendaban a sus padres encarecidamente.
Refiere el mismo autor que envejeció y murió en casa de Jeníades y lo enterraron sus hijos;
y preguntándole Jeníades cómo lo había de enterrar, respondió: «Boca abajo». Diciéndole aquél
por qué causa, respondió: «Porque de aquí a poco se volverán las cosas de abajo
arriba». Dijo esto porque ya entonces los macedones tenían mucho poder, y de
humildes iban a hacerse grandes.
8. Habiéndolo uno llevado a su magnífica y adornada casa y prohibídole
escupiese en ella, arrancando una buena reuma se la escupió en la cara diciendo
que «no había hallado lugar más inmundo». Otros atribuyen esto a Aristipo.
Clamando una ocasión y diciendo: «hombres, hombres», como concurriesen varios,
los ahuyentó con el báculo diciendo: «Hombres he llamado, no heces».
Refiérelo Hecatón en el libro I de sus Críos. También cuentan haber dicho
Alejandro que «si no fuera Alejandro, querría ser Diógenes». Llamaba άναπμρος (366) (anaperous), lisiados, no a los sordos y ciegos, sino a los
que no llevaban zurrón. Habiendo entrado una vez al convite de ciertos jóvenes
con la cabeza a medio esquilar, le dieron algunos golpes; pero él, escribiendo
después los nombres de los que le habían dado en una tablita blanca, se la ató
encima y anduvo con ella. De este modo vindicó su injuria, exponiéndolos a la
reprensión y censura de todos. Esto lo trae Metrocles en sus Críos. Llamábase
perro a sí mismo; pero decía que «lo era de los famosos y alabados, no obstante
que ninguno de los que lo alababan saldría con él de caza».
9. A uno que decía que vencía los hombres en los juegos
pitios, le respondió: «Yo soy quien venzo a los hombres: tú vences a los
esclavos» (367). A unos que le dijeron: «Viejo eres, minora el trabajo», les
respondió: «¿Cómo? ¿pues si yo
corriera un largo espacio, y estuviera ya cercano a la meta, no debía entonces
aligerar el paso en vez de remitirlo?» Convidado a un banquete, dijo que «no
iría; porque habiendo estado el día antes no había tenido gusto». Caminaba a
pie descalzo sobre la nieve y demás cosas que dijimos arriba. Probó también a
comer carne cruda; pero no pudo digerirla. Halló una vez al orador Demóstenes
comiendo en un figón; y como éste se retirase, le dijo: «Cuanto más adentro te
metas, más en el figón estarás». En otra ocasión, queriendo unos forasteras ver a
Demóstenes, extendiendo el dedo de en medio dijo: «Éste es el conductor del pueblo
ateniense». Para reprender a uno que tenía vergüenza de coger el pan que se le había
caído, le colgó al cuello una vasija de barro y lo condujo por el Cerámico diciendo
«imitaba a los maestros de coro, los cuales se salen a veces del tono para que los
demás tomen el correspondiente».
10. Decía que «muchos distan sólo un dedo de enloquecer, pues quien lleva el
dedo de en medio extendido, parece loco; pero que no si el índice (368). Que las
cosas mejores se venden por muy poco precio, y al contrario; pues una estatua se
vende por tres mil dracmas, y un quénice (369) de harina no más que por dos
dineros». A Jeníades, que lo compró, le dijo: «Cuidado de hacer lo mandado», al
cual, como le dijese:
Eso es correr los ríos hacia arriba.
le respondió: «Si estando enfermo hubieras comprado un médico, ¿no lo
obedecerías? ¿diríasle que los ríos corren hacia arriba?» A uno que quería ser
su discípulo en la filosofía le dio un pececillo que llaman saperda para que
lo siguiese con él; mas como el tal por vergüenza lo arrojase y se fuere,
habiéndolo después encontrado, le dijo: «Una saperda deshizo tu amistad y la
mía».
11. Diocles cuenta el caso de este otro modo. Diciéndole uno: «Mándanos,
Diógenes», sacó un pedacito de queso, y se lo dio que lo llevase. Rehusándolo
aquél, dijo Diógenes: «Medio óbolo de queso deshizo tu amistad y la mía».
Habiendo visto una vez que un muchacho bebía con las manos, sacó su colodra (370) del zurrón y la arrojó,
diciendo: «Un muchacho me gana en simplicidad y economía». Arrojó también el
plato, habiendo igualmente visto que otro muchacho, cuyo plato se había
quebrado, puso las lentejas que comía en una poza de pan.
12. Silogizaba de esta forma: «De los dioses son todas las cosas; los sabios son
amigos de los dioses, y la cosas de los amigos son comunes; luego todas las
cosas son de los sabios». Habiendo una vez visto que una cierta mujer se
postraba ante los dioses indecentemente, queriéndola corregir, le dijo: «¿No te
avergüenzas, oh mujer, de estar tan indecente teniendo detrás a Dios que lo
llena todo?» Esto lo refiere Zoilo Pergeo. Dedicó a Esculapio la imagen de uno
que hacía dar contra tierra la cara de los que la bajaban hasta junto a ella en
sus adoraciones (371). Solía decir que habían caído sobre él las imprecaciones
de las tragedias; pues ni tenía ciudad ni casa, estaba privado de la patria,
era pobre, errante y pasaba una vida efímera. Que oponía a la fortuna el
ardimiento; a la ley la naturaleza, y la razón a las pasiones. Estando tomando
el sol en el Cranión, se le acercó Alejandro y le dijo: «Pídeme lo que quieras»;
a lo que respondió él: «Pues no me hagas sombra».
13. Leyendo un cierto escrito sobradamente largo, como ya llegase al fin y se
viese la última hoja sin letras, dijo: «Buen ánimo, señores, que ya veo tierra».
A uno que con silogismos le probaba que tenía cuernos (372), tocándose la
frente, le dijo: «Yo no los veo». Igualmente, diciendo otro que no había
movimiento, se levantó y se puso a pasear. A uno que discurría de los meteoros,
le dijo: «¿Cuánto ha que viniste del cielo?» Habiendo cierto eunuco, hombre
perverso, escrito sobre el ingreso de su casa: «No entre por aquí ningún malo»,
dijo: «¿pues cómo ha de entrar el dueño de la casa?» (373). Ungíase los pies con
ungüento, y decía: «Que el ungüento puesto en la cabeza se iba por el aire;
pero el que ponía en los pies subía al olfato».
14. Diciéndole los atenienses que se iniciase, porque los iniciados presiden en
el infierno, respondió: «Cosa ridícula es que Agesilao y Epaminondas vivan en el
lodo, y que los que son viles, sólo por estar iniciados hayan de poseer las
islas de los bienaventurados». Habiendo subido los ratones sobre su mesa, dijo:
«He aquí que Diógenes también mantiene parásitos». Como Platón lo llamase perro,
respondió: «Dices bien, puesto que me volví a los que me vendieron» (374).
Saliendo de los baños, a uno que le preguntó si se bañaban muchos hombres, dijo que no;
pero a otro que le preguntó si había mucha gente, dijo que sí. Habiendo Platón
definido al hombre animal de dos pies sin plumas, y agradádose de esta
definición, tomó Diógenes un gallo, quitóle las plumas y lo echó en la escuela
de Platón, diciendo: «Éste es el hombre de Platón». Y así se añadió a la
definición, con uñas anchas. A uno que le preguntó a qué hora conviene comer,
le respondió: «Si es rico, cuando quiere; si es pobre, cuando puede».
15. Habiendo visto en Megara las ovejas cubiertas con pieles (375), y desnudos
los muchachos, dijo: «Entre los megarenses más vale ser carnero que hijo». A uno
que le dio un golpe con un madero, y luego decía: «guarda, guarda», le dijo:
«¿Quieres acaso herirme nuevamente?» A los oradores del pueblo (376) los
llamaba «ministros (377) de la turba»; y a las coronas «vejigas de glorias».
Encendía de día un candil, y decía: «Voy buscando un hombre». Una vez le daba
encima un canal de agua; y como muchos se compadeciesen, Platón, que también
estaba presente, dijo: «Si queréis compadeceros de él, idos», con lo cual quiso
significar su gran deseo de gloria. Habiéndole uno dado un bofetón, dijo: «Por
Dios que yo ignoraba una bella cosa, y es que debo llevar casquete».
Abofeteándolo también Midias, y diciéndole: «Sobre la mesa hay para ti tres
mil», al día siguiente, tomando las correas de los púgiles, lo golpeó muy bien,
diciendo: «Tres mil hay para ti sobre la mesa». Preguntándole un boticario,
llamado Lisias, si creía que había dioses, respondió: «¿Cómo no lo creeré si te
tengo a ti por enemigo de ellos?» Algunos atribuyen esto a Teodoro.
16. Viendo una vez a uno todo mojado de una aspersión (378), dijo: «¡Oh
infeliz! ¿no sabes que así como las aspersiones no te lavan de tus pecados en la
gramática, tampoco lavarán los crímenes de tu vida?» Culpaba los hombres acerca
de la oración, diciendo que «piden no las cosas realmente buenas, sino las que
les parecen buenas». A los que se amedrentaban de los sueños, les decía: «¡No os
conmovéis de lo que hacéis despiertos, y vais escudriñando lo que imagináis
dormidos!» En los juegos olímpicos, habiendo pronunciado el pregonero: «Venció Dixipo a los hombres», dijo
Diógenes: «Ése venció a los esclavos; yo a los hombres».
Era amado de los atenienses, pues a un mozo que le quebró la tinaja lo castigaron con
azotes, y a Diógenes le dieron otra. Dionisio Estoico dice que habiendo quedado prisionero
después de la batalla de Queronea, fue llevado a Filipo; y como éste le preguntase quién era,
respondió: «Un espía de tu insaciabilidad». Fue admirado por esto, y puesto en libertad.
17. Habiendo Alejandro enviado una carta a Antípatro, que estaba en Atenas, por
mano de un tal Atlías, como Diógenes se hallase presente, dijo: «Atlías, de Atlías, por Atlías, a Atlías» (379). Habiéndolo Perdicas amenazado de que lo
había de matar si no iba a verlo, le dijo: «No harás una gran cosa; pues un
escarabajo (380) y un falangio lo harían también»; y le dijo por contraamenaza
que «sin él viviría feliz». Solía clamar con frecuencia, diciendo que «los
dioses han dado a los hombres una vida fácil; pero que ésta se oculta a los que
van buscando dulzuras, ungüentos y cosas semejantes». Así, a uno a quien un
criado estaba calzando, le dijo: «Todavía no eres dichoso si no te suena
también las narices; pero esto será cuando te sean cortadas las manos».
18. En una ocasión, habiendo visto a los diputados llamados hieromnémones que
llevaban preso a uno que había robado una taba del erario, dijo: «Los ladrones
grandes llevan al pequeño». Viendo una vez a un joven que tiraba piedras a un
patíbulo, le dijo: «Buen ánimo, mancebo, que tú darás en el blanco». A unos
mozos que le estaban alrededor y decían: «Cuidamos que no nos muerdas», les
respondió: «No os dé cuidado, muchachos; el perro no come acelgas». A uno que
por delicia vestía una piel de león, le dijo: «Deja de afrentar los vestidos
del valor». A otro que llamaba dichoso a Calístenes, y decía que disfrutaba las
magnificencias de Alejandro, le dijo: «Ante es infeliz, pues come y cena cuando
a Alejandro le da la gana». Cuando necesitaba de dinero lo pedía a sus amigos,
no como prestado, sino como debido.
19. Haciendo una vez en el foro acciones torpes con las manos, decía: «¡Ojalá
que frotándome el vientre no tuviese hambre!» Habiendo visto a un joven que se iba a cenar con los
sátrapas, retirándolo de ellos, lo restituyó a los suyos, mandándoles cuidasen
más de él. A un mozo muy adornado que le preguntaba cierta cosa, le dijo que no
le respondería si primero no se levantaba la ropa y mostraba si era mujer u
hombre. A otro joven que estando en el baño echaba vino del jarro al vaso
haciendo ruido, le dijo: «Cuanto mejor, tanto peor» (381). Estando en una cena,
hubo algunos que le echaron los huesos como a un perro, y él, acercándose a los
tales, se les meó encima como hacen los perros. A los oradores y demás que ponen
toda su gloria en la retórica, los llamaba tres veces hombres por tres
veces miserables. Al rico ignorante lo llamaba oveja con la piel de oro.
Habiendo visto escrito en la portada de la casa de un pródigo: «Se vende», dijo:
«Ya sabía yo que por la ebriedad desmoderada habías de vomitar presto a tu dueño».
A un mozo que se quejaba de la turba popular que lo perturbaba, le dijo: «Deja tú
también de dar indicio de lo que deseas».
20. Hallándose en un baño poco limpio, dijo: «¿Los que se bañan aquí dónde se
lavan?» Como un mal citarista fuese despreciado de todos, sólo él lo alababa; y
preguntado por qué, respondió: «Porque tal como es, toca su cítara y canta,
mas no roba». A otro citarista y cantor a quien siempre desamparaban los
oyentes, lo saludaba así: «Dios te guarde, gallo». Preguntándole él la causa
de esto, respondió: «Porque cantando haces levantar a todos» (382). Estando una
multitud de gentes mirando a un joven que refería alguna cosa (383),
Diógenes se llenó el seno de altramuces y se puso a comer enfrente; y como las
gentes se volviesen a el, dijo que «se maravillaba de que dejando al otro, lo
mirasen a él».
21. Diciéndole uno muy supersticioso: «De un golpe te romperé la cabeza», le
respondió: «Y si yo estornudo (384) a tu lado izquierdo, te haré temblar».
Habiéndole Hegesias pedido alguno de sus escritos para leerlo, le dijo: «Necio
eres, Hegesias, que buscas los higos pintados y no los verdaderos, dejando
la verdadera y efectiva ejercitación y yéndote a la escrita». A uno que le
objetaba el destierro, le dijo: «Por ese mismo destierro, oh infeliz, he sido filósofo».
Diciéndole también otro: «Los sinopenses te condenaron a destierro», respondió:
«Y yo a ellos a quedarse». Habiendo visto a un vencedor en los juegos
olímpicos que guardaba ovejas, le dijo: «Presto, amigo, pasaste de los Juegos
Olímpicos a los Nemeos» (385).
22. Preguntado por qué los atletas eran insensibles respondió:
«Porque son compuestos de carne de puerco y de buey». Pidió una vez le pusieran estatua;
y preguntado por que pedía esto, respondió: «Porque quiero no conseguirlo». Pidiendo
asistencia a uno (pues en los principios la pobreza le obligó a pedir), le dijo:
«Si has dado ya a otro, dame también a mí; y si a nadie has dado, comienza por mí».
Preguntado una vez por un tirano qué metal sería mejor para una estatua, respondió:
«Aquel de que se fundieron las de Harmodio y Aristogitón». Preguntado cómo usaba
Dionisio de los amigos, respondió: «Como costales de harina, que cuando están llenos
los cuelga, y cuando vacíos los arroja». Habiendo un recién casado escrito sobre la
puerta de su habitación: «Hércules Calinico, hijo de Júpiter, habita aquí: nada malo
entre», añadió Diógenes a continuación: «Después de la batalla el socorro». Al amor
del dinero lo llamaba «la metrópoli de todos los males». Viendo en una hostería a un
pródigo que comía aceitunas, le dijo: «Si así hubieras comido, no cenarías así».
(opiniones de Diógenes)
23. Decía que «los hombres buenos son imágenes de los dioses»; y
el amor «ocupación de desocupados». Preguntado qué cosa es miserable en esta vida,
respondió: «El viejo pobre». Preguntado también qué animal muerde más perniciosamente,
respondió: «De los bravíos, el calumniador; de los domados, el adulador». Habiendo en
una ocasión visto dos centauros muy mal pintados, dijo: «¿Cuál de éstos es Quirón?» (386).
Decía que «una oración hecha para conseguir favores es un dogal almibarado». Al vientre
lo llamaba «Caribdis de la vida». Sabiendo que Dídimo había sido preso por adúltero, dijo:
«De su propio nombre es digno de que lo cuelguen» (387). Preguntado por qué causa es el oro
de color pálido, respondió: «Porque tiene muchos que lo buscan» (388). Viendo a una mujer
en silla de manos, dijo: «No es la jaula ajustada a la fiera». Como viese a un esclavo fugitivo
que estaba sentado junto a un pozo, le dijo: «Mozo, mira no caigas». Viendo en los
baños un muchacho ladroncillo de ropa, le dijo: «¿Vienes por algún poco de
ungüento o de ropa?» (389).
24. Habiendo visto una vez unas mujeres ahorcadas en un olivo, dijo: «¡Ojalá
que todos los árboles trajesen este fruto!» Viendo a uno que solía robar las
vestiduras de los muertos, le dijo:
«¿A qué venís, amigo? ¿Por ventura
pretendes desnudar algún difunto?» (390)
Preguntado si tenía algún criado o criada, dijo que no; y replicándole que quién
lo llevaría al sepulcro cuando muriese, respondió: «El que necesite de casa».
Habiendo visto a un joven muy hermoso que dormía sin que nadie lo cuidase, lo
despertó diciéndole: «Levántate,
No sea que durmiendo
por detrás con su dardo alguien te hiera» (391)
A uno que prevenía muchos y preciosos comestibles, le dijo:
Presto, hijo, morirás, que tanto compras.
Disputando Platón acerca de las ideas, y usando de las voces mesalidad y
vaseidad, dijo: «Yo, oh Platón, veo la mesa y el vaso; pero no la mesalidad ni
la vaseidad». A esto respondió Platón: «Dices bien; pues tienes ojos con que se
ven el vaso y la mesa, pero no tienes mente con que se entiende la mesalidad y
vaseidad». Preguntado por uno quién le parecía que había sido Sócrates,
respondió: «Un loco». Preguntado cuándo deben casarse los hombres, respondió:
«Los jóvenes todavía no; los viejos nunca». Preguntándole uno qué quería, y
dejarse dar una bofetada, respondió; «Un morrión». Visto un mocito que se
adornaba mucho, le dijo: «Si lo haces por los hombres, es inútil; si por las
mujeres, malo». Viendo a un otro joven a quien le salían los colores al
rostro, le dijo: «Ten ánimo, que ése es el color de la virtud».
25. Habiendo una vez oído a dos abogados, los condenó a entrambos diciendo: «El
uno nada ha quitado; el otro nada ha perdido». Preguntado qué vino le gustaba
más, respondió: «El ajeno». A uno que le decía: «Muchos se burlan de ti», le
respondió: «Pero yo no soy burlado». A otro que decía que el vivir es malo, le
dijo: «No el vivir, sino el vivir mal». A los que lo instaban a que buscase un
esclavo que se le había huido, les respondió: «Cosa es ridícula que pudiendo
Manes vivir sin Diógenes, no haya
Diógenes de poder vivir sin Manes». Estando
comiendo aceitunas, como le sacasen una torta, arrojó las aceitunas, diciendo:
Cede al momento, oh huésped,
a los tiranos el lugar que ocupas (392).
Y aun añadió:
Azotó la aceituna (393).
Preguntado qué raza de perro era la suya, respondió: «Cuando hambriento,
melitense (394); cuando harto, molósico. También soy de aquellos perros que
muchos alaban, pero por el trabajo no se atreven a salir con ellos a caza; y
así, ni conmigo podéis vivir por miedo de los trabajos».
26. Preguntado si los sabios comen tortas, respondió: «De todo, como los demás
hombres». Siendo igualmente preguntado por qué los hombres socorren a los
mendigos y no a los filósofos, dijo: «Porque ser cojos y ciegos bien lo
esperan; pero hacerse filósofos no lo esperan». Estaba pidiendo a un avaro, y
como éste se excusase, le dijo: «Hombre, para comer te pido, no para el
sepulcro». Objetándole uno el que había hecho moneda falsa, le dijo: «Hubo un
tiempo en que era yo tal cual tú ahora; pero cual yo soy ahora, no serás tú nunca».
Culpándolo otro sobre lo mismo, dijo: «También antes (395) me meaba encima, y
ahora no». Habiendo ido a Mindo, como viese las puertas grandes siendo la ciudad
pequeña, dijo: «¡Oh varones mindios!, cerrad las puertas, no sea que la ciudad se
salga por ellas».
27. Habiendo una vez visto a un ladrón de púrpura cogido en el hurto, dijo:
Una purpúrea muerte (396),
y una Parca violenta lo cogieron.
Rogándole Crátero se viniese a vivir con él, respondió: «Mas quiero yo lamer
sal en Atenas que disfrutar con Crátero mesas abundantísimas». Habiendo ido a
ver al retórico Anaxímenes, que era muy recio de cuerpo, dijo: «Danos
también a nosotros pobres un poco de tripa, y con eso tú te aligerarás y a
nosotros nos serás útil». Disputando en cierta ocasión el mismo Anaxímenes,
levantó Diógenes en alto un pedacito de pescado salado (397), con lo cual se le
volvió el auditorio, y como Anaxímenes se indignase, dijo
Diógenes: «Un óbolo
de pescado salado disolvió la disputa de Anaxímenes». Notándole una vez de que
comía en el foro, respondió: «En el foro me cogió el hambre».
28. Dicen algunos que es suyo lo siguiente: habiéndole visto Platón lavando
unas hierbas, se le acercó y le dijo: «Si sirvieras a Dionisio, cierto no lavarías
hierbas»; mas él, acercándosele también, le respondió: «Y si tú lavaras
hierbas, seguramente no sirvieras a Dionisio». A uno que le dijo que muchos se
reían de él, le respondió: «Y acaso de ellos los asnos; pero ni ellos se cuidan
de los asnos ni yo de ellos». Viendo a un joven que filosofaba, le dijo:
«¡Grandemente!, tú induces a los adoradores del cuerpo a la belleza del alma».
Admirando uno los muchos votos que había en Samotracia, dijo: «Muchos más
habría si también los hubieran puesto los que perecieron». Algunos atribuyen
esto a Diágores Melio (398).
29. A un joven hermoso que iba a un banquete, le dijo: «Peor volverás»
(399). Como éste volviese al día siguiente y le dijese: «Fui y no volví peor»,
le respondió: «Si peor no, más laxo sí» (400). Pedía algo a un hombre duro, y
como éste le dijese: «Si me lo persuadieres», le respondió: «Si yo pudiera
persuadirte algo, te persuadiría que te ahogaras». Volvía de Lacedemonia a Atenas,
y como uno le preguntase de dónde venía y adónde iba, respondió: «Vengo de los hombres
y voy a las hembras» (401). Volviendo de los Juegos Olímpicos le preguntó uno si había
concurrido mucha gente, a que respondió: «Gente mucha; hombres pocos». Decía
que «los voluptuosos son semejantes a las higueras que nacen en los
despeñaderos, de cuyo fruto no goza el hombre, sino que se lo comen cuervos y buitres».
Habiendo Friné (402) dedicado en Delfos una Venus de oro,
Diógenes le puso esta
inscripción: SE HIZO DE LA INCONTINENCIA DE LOS GRIEGOS. Viniendo una vez a él
Alejandro y diciéndole: «Yo soy Alejandro, aquel gran rey», le respondió: «Y yo
Diógenes el can». Preguntado qué hacía para que lo llamasen can, respondió:
«Halago a los que dan, ladro a los que no dan, y a los malos los muerdo».
30. Cogía higos de una higuera, y como el guarda le dijese: «De ella hace poco
se colgó un hombre», respondió: «Pues yo la dejaré pura». Viendo que un
olimpiónico miraba mucho a una ramera, dijo: «He aquí el carnero belicoso cómo
es llevado del cuello por una muchacha vulgar». Decía que las meretrices
hermosas son semejantes al vino-miel envenenado (403). Comiendo una vez en el
foro, las gentes que estaban allí lo llamaron perro repetidas veces; pero él les
decía: «Vosotros sois los perros, que estando yo comiendo me estáis alrededor».
Como dos muy afeminados se escondiesen de él, les dijo: «No temáis, que el perro
no come acelgas». Como le preguntasen de dónde era cierto muchacho estuprado,
respondió: «De Tegea» (404). Habiendo visto que uno que había sido palestrita
muy flojo profesaba medicina, le dijo: «¿Qué es esto? ¿Ahora vences tú a los
que te vencieron en otro tiempo?» Viendo al hijo de una meretriz que tiraba una
piedra a la gente, le dijo: «Mira no des a tu padre». A un muchacho que le
enseñaba una espada que le había dado su amante, le dijo: «La espada es bella,
pero el puño feo» (405). Alabando algunos a quien le había dado socorro, dijo:
«¿Y no me alabáis a mí que soy digno de recibirlo?» Como uno le pidiese el
palio que le había prestado, dijo: «Si me hiciste gracia de él, lo tengo; si para
usarlo, lo uso». Un bastardo prohijado (406) le dijo que tenía oro en el palio, a que
respondió: «Verdad es: por eso duermo sobre él».
31. Preguntado qué había ganado de la filosofía, respondió: «Cuando no otra
cosa, a lo menos he sacado el estar prevenido a toda fortuna». Preguntándole
de dónde era, respondió: «Ciudadano del mundo». Sacrificando unos para
conseguir de los dioses un hijo, les dijo: «¿Y no sacrificáis por cuál deba ser ese hijo?»
Habiéndosele una vez pedido cierto impuesto público, dijo al recaudador:
«A los otros desnuda;
pero de Héctor apartarás tus manos (407).»
Decía que «las rameras son reinas de los reyes, pues piden cuanto les da la
gana». Como los atenienses decretasen que Alejandro era Libero-Padre (408),
dijo: «Hacedme a mí Sérapis». A uno que le afeaba el que entrase en lugares
inmundos, le respondió: «También el sol entra en los albañales y no se ensucia».
Estando cenando en un templo, como le sacasen el pan corrompido, lo cogió y
arrojó ,diciendo: «En el templo no debe entrar cosa inmunda». A uno que le
decía: «filosofas sin saber cosa alguna», le respondió: «Me arrogo la ciencia, y
esto también es filosofar». A otro que le traía y encargaba un muchacho,
diciéndole que tenía talento y era de muy buenas costumbres, le dijo: «¿Pues
para que necesita de mí?»
32. Solía decir que «los que dicen cosas buenas y no las hacen, no se
diferencian de una cítara, pues ésta ni oye ni siente». Entraba en el teatro
contra la gente que salía, y preguntado por qué, respondió: «Esto tengo resuelto
hacer toda mi vida». Viendo una vez que cierto joven se afeminaba mucho, le dijo:
«¿No te afrentas de hacerte peor de lo que la naturaleza te hizo? ¡Ella te hizo
hombre, y tú te fuerzas en ser mujer!» Viendo que uno muy imprudente acordaba
un salterio, le dijo: «¡No tienes vergüenza de que acordando los sones a un
madero, no concuerdas tu ánimo con la vida!» (409). A uno que decía era inepto
para la filosofía, le dijo: «Pues ¿por que vives si no piensas en vivir bien?»
A otro que menospreciaba a su padre, le dijo: «¿No tienes vergüenza de
menospreciar a aquel por quien tú eres un sabio?» Viendo a un joven dotado de
hermosura y que hablaba cosas feas, le dijo: «¿No te afrentas de sacar de una
vaina de marfil una espada de plomo?» Motejado de que bebía en la taberna,
respondió: «Y en la tienda del barbero me corto el pelo».
33. Notado de que había recibido de Antípatro un palio pequeño, dijo:
No deben desecharse
dones esclarecidos de los dioses (410).
Habiéndole uno dado un encontrón con un madero, y díchole después «guarda,
guarda», le dio él un palo con su báculo, diciendo también: «Guarda, guarda». A
uno que rogaba continuamente a una ramera, le dijo: «¿Por qué anhelas alcanzar,
miserable, una cosa de la cual vale más carecer?» A uno muy ungido con
ungüentos olorosos le dijo: «Mira no sea que la fragancia de tu cabeza cause
hedor en tu vida». Decía que «los esclavos sirven a sus amos, y los hombres
malos (411) a sus deseos». Preguntado por qué los esclavos (412) se llamaban
andrápodas, respondió: «Porque tienen los pies de hombre, y el alma como tú que
me lo preguntas». Pedía una mina a un pródigo, y como éste le preguntase por
qué a los otros pedía un óbolo y a él una mina, respondió: «Porque de los otros
espero recibir otra vez; pero si he de recibir de ti otra vez, sábenlo solamente
los dioses». Objetándole que él pedía y Platón no, dijo: «También él pide,
pero es
la cabeza acercando
para que los demás no lo conozcan.»
Viendo a un arquero inhábil, se sentó junto al blanco diciendo: «No sea que me
hiera». Decía que los amantes son unos infelices en orden a sus deleites.
37. Preguntado si la muerte es mala, respondió: «¿Cómo será mala, cuando estando
presente no es sentida?» Habiendo Alejandro venido repentinamente a su
presencia y díchole: «¿No me temes?», le preguntó si era bueno o malo; diciendo
aquél que bueno, respondió Diógenes: «¿Pues al bueno quién le teme?» Decía que
«el saber es para los jóvenes templanza, para los viejos consuelo, para los pobres
riqueza y para los ricos ornato». A Dídimo, notado de adúltero, que curaba un ojo
enfermo a una muchacha, le dijo: «Mira no sea que curando el ojo a la doncella
corrompas la pupila». Diciéndole uno que era perseguido de sus propios amigos, dijo:
«¿Y qué hemos de hacer, si ya es preciso usar de los amigos del modo mismo que de los
enemigos?» Preguntado qué es lo mejor en los hombres, respondió: «La libertad en el
decir» (413). Habiendo entrado un día en una escuela, como viese muchas musas en ella y
pocos estudiantes, dijo: «Con los dioses (414), maestro, tenéis muchos discípulos».
38. Solía hacer todas las cosas en público, tanto las de Ceres cuanto las de
Venus, valiéndose de estos argumentos: «Si el comer no es absurdo alguno,
tampoco lo será comer en el foro. Es así que el comer no es absurdo; luego ni
lo es en el foro». Ejecutando a menudo con las manos operaciones torpes a vista
de las gentes, decía: «¡Ojalá que restregándome el vientre cesase de tener hambre!»
Atribuyéndosele además otras cosas, que fuera largo traer aquí por ser muchas.
39. Decía que la ejercitación es en dos maneras: una del alma y otra del
cuerpo. Que en esta ejercitación del cuerpo se conciben frecuentes
imaginaciones que dan fácil soltura para acciones valerosas, por lo cual es
imperfecta la una sin la otra, no obstante que el buen hábito y la fortaleza se
agregan al alma o al cuerpo a quienes pertenecen. Daba sus pruebas de que del
ejercicio a la fortaleza se pasa fácilmente, pues veía que en las artes
mecánicas y otras adquieren los artesanos no poca destreza con el ejercicio
continuado. Que los flautistas, v.gr., y los atletas se diferencian entre
sí al paso que se ejercitaron con más o menos aplicación a su trabajo. Y que si
éstos hubiesen trasladado al alma al ejercicio, no hubieran trabajado inútil e
imperfectamente. Así, concluía que nada absolutamente se perfecciona en la
vida humana sin el ejercicio, y que éste puede conseguirlo todo. Por lo cual,
debiendo nosotros vivir felices abandonando los trabajos inútiles y siguiendo
los naturales, somos infelices por demencia propia. Aun el mismo desprecio del
deleite puede sernos gustosísimo una vez acostumbrados, pues así como los
acostumbrados a vivir voluptuosamente con dificultad pasan a lo contrario,
así también los ejercitados contra los deleites fácilmente los desprecian.
40. Estas cosas decía, y aun las practicaba abiertamente,
siendo con ello un falsificador de moneda, que no daba menos estimación a la
natural que a la legítima, y afirmando que «su vida se conformaba con la de
Hércules, que nada prefería a la libertad». Decía que todas las cosas son de los
sabios, afianzándolo con los argumentos arriba puestos, a saber: «Todas
las cosas son de los dioses; los dioses son amigos de los sabios, y las cosas
de los amigos son comunes entre ellos; luego todas las cosas son suyas».
Semejantemente disputaba acerca de las leyes, porque sin ellas no puede gobernarse la
república. Decía así: «Sin ciudad de nada sirve lo ciudadano y urbano; la
ciudad son los mismos ciudadanos; sin leyes de nada sirve la ciudad y los
ciudadanos; luego las leyes son cosa indispensable en la ciudad».
41. Tenía por cosa pueril la nobleza, la gloria mundana y demás cosas así,
diciendo son adornos de la malicia (415); y concluía que sólo la república
natural es la buena en el mundo (416). Decía que las mujeres debieran ser
comunes, sin tener cuenta con el matrimonio (417); sino que cada cual usase
de la que pudiese persuadir, y por consiguiente que fuesen también comunes
los hijos. Que no es mal alguno tomar cosas de los templos, comer de todos los
animales, y aun carne humana, como constaba por costumbre de otras naciones,
pues en la realidad todas las cosas están unas en otras, y entre sí se participan
(418). La carne, v.gr., está en el pan, y el pan en las hierbas, y así en los
demás cuerpos, en todos los cuales por ciertos ocultos poros penetran las partículas
y se coevaporan y unen. Esto lo hace manifiesto en su Tiestes, si acaso son suyas
las tragedias que se le atribuyen, y no de Felisco Egineta su amigo, ni de
Pasifonte Luciano, de quien afirma Favorino en su Historia varia escribió después
de muerto Diógenes.
42. Menospreció la música, la geometría, la astrología y semejantes, como
inútiles y no necesarias. Era prontísimo en ocurrir a lo que se le objetaba,
como consta de lo antedicho. Sufrió constantemente la venta de sí mismo cuando
navegando a Egina fue cogido de piratas, cuyo capitán era Escirpalo, y vendido
en Creta. En esta ocasión, preguntándole el pregonero «qué sabía hacer»,
respondió: «Mandar a los hombres»; y señalando con el dedo a cierto corintio que
pasaba por allí muy bien vestido (era el Jeníades que dijimos arriba), dijo:
«Véndeme a éste; éste necesita de amo». Comprólo en efecto Jeníades; llevóselo
a Corinto; lo hizo preceptor de sus hijos y administrador de toda su casa.
Portóse en ella de manera que Jeníades decía por todas partes: «El buen genio
vino a mi casa».
43. Refiere Cleómenes, en su libro titulado Pedagógico, que sus amigos
quisieron rescatarlo, y que él los trató de necios, diciendo que «los leones no
son esclavos de los que los mantienen, sino que éstos lo son de los leones, pues
es cosa de esclavos el temer, y las fieras son temidas de los hombres».
Tenía una persuasiva maravillosa, tanto, que a cualquiera embelesaba fácilmente
con sus palabras. Por tanto, se refiere que un tal Onesicrito, egineta, envió a
Atenas a uno de sus hijos, llamado Andróstenes, el cual, luego que oyó a
Diógenes,
se quedó allí; que envió después al otro hermano, que era mayor, llamado Felisco,
de quien ya hicimos memoria, y se quedó también; y finalmente fue allá el mismo
Onesicrito, y no menos se quedó con sus hijos a estudiar la filosofía. Tanto
hechizo contenía la elocuencia de Diógenes.
44. También fueron discípulos suyos Foción, apellidado el Bueno (419); Estilpón
Megarense y otros muchos ciudadanos. Dícese que murió a los noventa años de su
edad. Acerca del modo de su muerte hay variedad de pareceres. Hay quien dice que
habiéndose comido crudo un pie de buey, se le movió cólico y murió de ello.
Otros dicen que detuvo la respiración; y de éstos es también Cecridas Megalopolitano o Cretense, el cual, en sus Meliambos, dice:
Cierto no lo sufría en otro tiempo
el sinopense, el llevador de palo,
el doblado, el que en público comía;
pero murió cerrando
fuertemente sus dientes y sus labios,
y oprimiendo el aliento. Hijo de Jove
Diógenes fue sin duda, y Can celeste.
Otros dicen que queriendo repartir un pulpo a los perros, le mordió uno el
tendón del pie, y murió de ello. Pero sus amigos, según Antístenes en las Sucesiones,
asienten más a que detuvo la respiración.
45. Vivía en el Cranio, que es un gimnasio que hay cercano a Corinto; y como
sus amigos viniesen según acostumbraban y lo hallasen cubierto con su palio,
no lo tuvieron por dormido, porque era muy poco dormidor (420); y así,
tirándole del palio, vieron que había expirado, y sospecharon que él mismo se había
muerto por deseo de dejar la vida. Dicen que se movió allí cuestión entre sus amigos
acerca de quien lo había de enterrar, de manera que casi vinieron a las manos;
pero habiendo acudido los padres de éstos y algunos señores, lo enterraron
junto a la puerta que conduce al istmo. Erigiéndole una columna, y sobre ella
un perro de mármol pario. Después también sus paisanos lo honraron con
estatuas de bronce, poniendo esta inscripción:
Caducan aun los bronces con el tiempo;
mas no podrán, Diógenes, tu gloria
sepultar las edades, pues tú solo
supiste demostrar a los mortales
facilidad de vida,
y a la inmortalidad ancho camino.
Mi epigrama a él en metro proceleumático es:
-Diógenes, ea, dime:
¿qué muerte a los infiernos te condujo?
-De un perro la cruenta mordedura.
Dicen algunos que en su muerte mandó arrojasen su cadáver sin darle sepultura,
para que todos los animales participasen de él; o bien lo metiesen en un hoyo,
cubriéndolo con un poco de polvo. Otros, que lo echasen al Eliso para ser útil a
sus hermanos (421). Demetrio trae en sus Colombroños que el mismo día en que
murió Alejandro en Babilonia, murió Diógenes en Corinto. Lo cierto es que en la
Olimpíada CXIII era ya viejo.
46. Corren de él estos libros: diálogos titulados Cefalión, Ictias, Grajo,
Leopardo, La plebe ateniense, República, Arte moral, De la riqueza, Amatorio,
Teodoro, Hipsias, Aristarco, De la muerte, Cartas. Siete tragedias, a saber:
Helena, Tiestes, Hércules, Aquiles, Medea, Crisipo y Edipo. Pero Sosícrates en
el libro I de las Sucesiones, y Sátiro en el IV de las Vidas, dicen que nada de
esto es de Diógenes. Las tragedias, dice Sátiro, son de Filisco Egineta,
discípulo de Diógenes. Soción en su libro VII dice que sólo son de
Diógenes
las obras siguientes: De la virtud, De lo bueno, Amatorio, El pobre, Tolomeo,
Leopardo, Casandro, Cefalión, Filisco, Aristarco, Sísifo, Ganimedes, Críos y
Cartas.
47. Hubo cinco Diógenes. El primero, natural de Apolonia, fue físico. El
principio de sus escritos es: «Lo primero que ha de practicar el que va a
escribir de alguna materia es poner de ella un principio incontrastable.» El
segundo fue sicionio, y escribió Del Peloponeso. El tercero, éste de que hemos
tratado. El cuarto fue estoico, natural de Selencia, aunque llamado Babilónico
por la cercanía de ambas ciudades. El quinto, de Tarso, y escritor de Cuestiones
poéticas, con sus soluciones. Atenodoro dice en el libro VIII De los paseos
(422) que nuestro filósofo iba siempre muy limpio a causa de que se ungía.
__________
(357) Del Pompeyo se trató en la nota 106 de la vida de Sócrates.
(358) Acerca del metroo, véase la nota 102 de la vida de Sócrates.
(359) Esto es, bilis o cólera.
(360) Llamando χατατρι
βήν, consumación,
a la διατρι βή, disputa o concurso.
(361) χενοσπουδίαν.
(362) τερετίξειν, cantillare, lascive canere.
(363) Entiendo esto de las luchas de las palestras.
(364) Esto lo decía sin duda por Tales Milesio, el cual, observando las estrellas, cayó en un hoyo, como se dice en su
vida, pár. 10.
(365) Todo este período está dudoso, y puede admitir diverso sentido, pues el texto
έπήιει τούς μέλλοντας γαμεϊν χαί μή γαμεϊν, χαί τούς μέλλοντας χαταπλεϊν χαί μή
χαταπλ είν, etc., puede muy bien traducirse así:
Loaba a los que se habían de casar y a los que no, etc. Pero la interpretación que pongo en el texto traducido me parece
la más natural.
(366) άναπήρος significa el lisiado del cuerpo; y también el que no tiene zurrón o burjaca.
(367) Juega con las voces άνόρας y άνδράποδα.
(368) El dedo largo de la mano era tenido por ignominioso e impúdico, y quien lo
llevaba extendido era juzgado loco o impudente; pero nada de esto tenía el dedo
índice que está al lado. Así, la sentencia de Diógenes se interpreta bien
diciendo que el
parecer loco o no, dista entre sí sólo un dedo.
(369) El quénice ático era una medida de cosas áridas, cuya capacidad era igual a la de dos sextarios romanos, o dos cuartillos
nuestros de vino.
(370) χολύλην.
371) Sin duda quiso con esto loar mucho la manía del tal hombre, para
castigar a los hipócritas que besan la tierra en sus adoraciones, uso (no sé si
diga indecente, a lo menos en las mujeres) que todavía dura entre los
cristianos.
(372) De este argumento tratamos en la vida de Euclides, pár. 9. Parece que
Diógenes, con decir yo no los veo,
por yo no los toco, quiso hacer burla del que le argüía, dándole a entender que el argumento no concluía.
(373) πούέισέθοι, acaso pudiera también traducirse: ¿Por dónde entra?
(374) Ésta es burla y motejo de Platón, el cual, después que lo vendió Dionisio, todavía volvió a Sicilia. Así hacen los perros,
que siempre se vuelven al primer amo.
(375) Solían cubrirlas con ciertas pieles traídas de África, para que la lana fuese más fina y suave, no tocándola el sol. Varrón,
Columela, Plinio.
(376) δημαγωγούς, los que con sus discursos y oraciones iban induciendo al pueblo a lo
que querían.
(377) διαχόνους, sirvientes.
(378) Sería alguna aspersión lustratoria.
(379) Es un equívoco griego; pues άθλιος significa miserable: así, la carta era miserable, venía de
miserable, por mano de miserable e iba a miserable.
(380) Acaso quiso significar una cantáride y no un escarabajo común, pues aquélla es venenosa y éste no; además tiene el mismo
nombre en lengua griega. Falangio, phalangium, es especie de araña.
(381) Era una especie de superstición; pues del sonido que el vino hacía al verterlo sacaban el suceso próspero o adverso de
sus amores.
(382) Éste es un equívoco que en nuestra lengua no tiene gracia, ni aun es
equivoco, como en griego y latín. Consiste en que el verbo έγείω significa despertar a alguno; y también, levantar o
levantarse. Así, aquel músico era como el gallo, pues si
éste despierta, aquél hacia levantar y marcharse al auditorio.
(383) La dicción διαδειχνυμένου se cree ilegítima. Sigo a Joaquín Kühnio, que
sustituye έπιδειχνυμένου, enseñando, manifestando, refiriendo,
etc., un mozo cierta cosa. Aldobrandini traduce celebrando un convite:
debió hallar en algunos códices δεδειπνισσμενου.
(384) Esta voz, estornudo, no está en los textos impresos, pero se halla en algunos códices; y viendo que sin ella queda
la sentencia fría y sin gracia alguna ni concepto, la restituye Menagio, observando que los supersticiosos tomaban mal agüero
de que uno les estornudase al lado siniestro. Así, donde el texto dice παρών,
estando o poniendose, se ha de leer πιαρών, estornudando. Esto me
hizo entender mejor lo que dice en sus Generaciones
y semblanzas Fernán Pérez de Guzmán, cap. XXVIII, hablando de don Enrique de Villena, que se había dado a interpretar
sueños y estornudos, y señales, etc.
(385) Es un juego de palabras tomando νέμειν, apacentar, y Νέμεα, los
juegos nemeos, que se celebraban en la selva Nemea cerca de Fliunte, en
honor de Hércules, el cual dicen había matado allí al león de la selva nemea.
(386) Juego de palabras que en un sentido dicen: ¿Cuál de estos dos es el centro Quirón?, y en otro:
¿Cuál de éstos es peor?, pues χείρων significa también peor.
(387) Digno es de que lo cuelguen de su nombre, ex didimis.
(388) Quia multos habet insidiatores. ΄Ότέ πολλούς έχει τούς έπι
βονλεύοντας.
(389) Es otro juego de palabras entre άλειμάτιον, ungüentillo o uncioncilla, y
άλλ΄ιμάτιον, otra ropa o vestidura.
(390) Es el verso 343 del lib. X de la Ilíada, repetido al v. 387 del mismo libro.
(391) Es el verso 95 del lib. VIII de la Ilíada, algo trovado o acomodado al caso presente.
(392) Es el verso 40 de las Fenisas de Eurípides.
(393) También éste es medio verso de Homero, aplicado a significación diversa. Hállase en la Ilíada, lib. V, v. 366 y
se repite en el lib. VIII, v. 45.
(394) Es más probable quiso significar la inclinación de los perros de Malta, no obstante que hubo otra Mélite. También parece
que hay aquí un equívoco, pues μελιταιόν χυνίδιον llaman también al perrito falderito y de recreo.
Molósico, esto es,
mordedor y fiero, como los de Molosia.
(395) Esto es, cuando era infante. Καί γάρ ένεούρουν θχττον΄ άλλά νϋν, οϋ. Aquí
θχττον significa antea, olim, quondam, y no celerius,
como algunos entendieron, quitando toda la gracia a la respuesta.
(396) Es el verso 83 del lib. V de la Ilíada.
(397) Τάριχος.
(398) Efectivamente, Cicerón, lib. III, De nat. Deor., lo atribuye a Diágoras, y pone la respuesta misma. Samotracia es isla
pequeña del mar Egeo, cercana al Quersoneso. Había allí una cueva en donde sacrificaban a Hécate.
Suidas.
(399) Χείρωνέπανίξεις; Quirón volverás; y también: Peor volverás.
Χείρων significa un centauro que hubo ebrio y vinoso, llamado Eurutión; y
asimismo significa peor. Véase la nota 386.
(400) Eurutión significa en parte amplior, laxior.
(401) Εχ τής ανδρωνίτιδυς είς τήν γυνατχωνίτιν. Del cuarto o pieza de los hombres al de las mujeres.
(Vitrubio, lib. VI, cap. X.)
(402) Fue una célebre ramera.
(403) Οανασίμψ, lethali.
(404) Juego de palabras. Tegea era una ciudad de Arcadia, y tegos significa el lupanar.
(405) Es un equivoco de la palabra χα βή, que significa mango o puño, y también dádiva o don recibido.
(406) ύπο βολιμαίον τινός έιπόντος άυτώ. Supposititio quodam ipsi dicente,
etc.- Véase Suidas en dicha voz. Consta que éstos solían prohijarse ad poederantiam; en cuyo caso pudo haber
mayor malicia de lo que parece en la respuesta de Diógenes.
(407) Verso de Homero.
(408) Διόνυσον, Dionisio o Baco.
(409) Con la vida honesta.
(410) Verso 66 del lib. III de la Ilíada.
(411) Φαύγους.
(412) Falta esta voz en el texto: se suple por elipsis.
(413) Παρρησία en propiedad significa la confianza y satisfacción propia
tomada en buena parte; pero bien puede interpretarse de otras maneras.
(414} Σύν θεοϊς traducido literalmente carece de gracia; debe entenderse así: Gracias a los dioses, oh maestro, tenéis muchos discípulos,
esto es, contando las musas por discípulos.
(415) Porque debajo del especioso hábito de noble, caballero, hidalgo, etc., suelen anidar los mayores vicios y licencias.
(416) Añado la voz natural, que es lo que quiere decir
Diógenes.
(417) La misma disparatada opinión sigue Platón en su República, lib. V, no haciéndose cargo de que el matrimonio es el
principio y base de la sociedad humana.
(418) Opinión de Anaxágoras, que refuta Lucrecio, lib. I, v. 875.
(419) χρηστός.
(420) νυχταλός χαί ύπνηλός.
(421) A sus hermanos los perros querría entender; pero arrojándolo al río sería útil a los peces, no a los perros. Así, los
ilustradores de Laercio enmiendan de varios modos el texto, sin duda trastornado. Sigo la corrección de Samuel Bochart que
me parece la mejor, pues sólo con anteponer un período a otro que se le pospone en el texto común queda corriente el sentido.
Debe, pues, decir: O que lo metiesen en algún hoyo y lo cubriesen con un poco de polvo, para que fuese útil a sus hermanos.
Otros dicen fue echado al Eliso. Menagio añade que este río Eliso es el que corre por Sición, junto al istmo, no el de Ática,
puesto que Diógenes murió en Corinto, como Laercio y Demetrio dicen.
(422) Véase la nota 198 a la vida de Platón. De este Atenodoro siempre cita Laercio el lib. VIII de esta obra De los paseos.
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