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BRAHMANES, sus costumbres. La metempsicosis – Voltaire – Diccionario Filosófico

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Voltaire – Diccionario Filosófico  

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BRAHMANES

Brahama -Brahmanes - Diccionario Filosófico de VoltaireObserva, amigo lector, que el reverendo padre Thomassin, que es uno de los hombres más sabios de Europa, deriva los brahmanes de la palabra judía barac por una , suponiendo que los judíos tuviesen esa . Barac significa, según él dice, «huir», y los brahmanes huían de las ciudades, suponiendo que entonces hubiera ciudades.

Es verosímil que los brahmanes fueran los primeros legisladores, los primeros filósofos y los primeros teólogos del mundo. Los pocos monumentos que nos quedan de su remota historia nos hacen suponer esto, porque los primeros filósofos griegos fueron a aprender matemáticas de ellos y porque las curiosidades antiquísimas que recogieron los emperadores de la China todas son indias.

El Shasta, que es el primer libro de teología de los brahmanes, fue escrito cerca de mil quinientos años antes que el Vedas, y es anterior a los demás libros indios.

Sus anales no mencionan ninguna guerra emprendida por dicha nación en ninguna época; las palabras «ejército», «matar», «mutilar», no se encuentran ni en los fragmentos del Shasta que conservamos, ni en el Ezur Vedas, ni en el Cormo Vedas. Puedo asegurar que no las he visto en esas dos colecciones que he repasado; y esto es tanto más extraño, por cuanto el Shasta, que se ocupa de una conspiración promovida en el cielo, no menciona ninguna guerra promovida en la gran península que se encierra entre el Indus y el Ganges.

Los hebreos, que vienen mucho después, no hablan nunca de los brahmanes. Sólo conocieron la India después de las conquistas de Alejandro, después de haberse establecido en Egipto, de cuya nación habían hablado muy mal. La palabra India sólo se encuentra en el libro de Ester y en el de Job, que, como sabemos, no es hebreo. Ofrecen singular contraste los libros sagrados de los hebreos y de los indios. Los libros indios predican la tranquilidad y la paz y prohíben el matar a los animales; los libros hebreos sólo hablan de matar y de asesinar hombres y bestias. En ellos se degüella en nombre del Señor. Son completamente distintos los unos de los otros.

Es indudable que hemos adquirido de los brahmanes la idea de la caída del cielo de los seres celestes que se sublevaron contra el Soberano de la Naturaleza, y es probable que de ellos tomaran los griegos la fábula de los titanes. Los judíos copiaron también de ellos la sublevación de Lucifer, en el primer siglo de la era cristiana.

¿Cómo pudieron los indios inventar la sublevación ocurrida en el cielo sin haber presenciado ninguna en la tierra? No se comprende que pudiera dar tal salto la naturaleza humana hasta la naturaleza divina, porque casi siempre parte el hombre de lo conocido para llegar a lo desconocido. No inventó la guerra de los gigantes hasta que vio que los hombres más robustos tiranizaban a sus semejantes. Era preciso, pues, ó que los primeros brahmanes hubieran tenido discordias violentas, o que las hubieran presenciado en los pueblos inmediatos para inventarlas después en el cielo.

Siempre resultará un fenómeno sorprendente que una nación que no conoció nunca la guerra inventara una guerra empeñada en los espacios imaginarios, en un globo lejano del nuestro o en lo que se llama firmamento. Es además digno de llamar la atención el que en esa revolución de seres celestes promovida contra su Soberano, no se repartieran golpes, no se derramara sangre celeste, no se arrojaran unos a otros montañas a la cabeza, no hubiera ángeles cortados por la mitad, como sucede en el poema de Milton, a la vez sublime y grotesco.

Según el Shasta, la citada rebelión consistió en desobedecer las órdenes del Altísimo, desobediencia que castigó Dios desterrando a los ángeles rebeldes a un inmenso y tenebroso sitio que se llamaba Ondera, durante un mononthur entero, o sea 426 millones de años. Pero Dios se dignó perdonar a los culpables al cabo de cincuenta mil años, y Ondera sólo les sirvió de purgatorio. Los convirtió en hombres y les hizo habitar el mundo, imponiéndoles la condición de que no habían de comer ninguna clase de animales y no cohabitar con los machos de su nueva especie, bajo la pena de volverlos a llevar a Ondera.

Esos son los principales artículos de la ley de los brahmanes, que sin interrupción observan desde tiempo inmemorial hasta nuestros días, por más que nos parezca extraño que sea para ellos pecado tan grave comerse un pollo como dedicarse a la sodomía.

Lo referido es una pequeña parte de la antigua cosmogonía de los brahmanes. Sus ritos, sus pagodas, prueban que todo allí era alegórico. Todavía representan a la virtud bajo el emblema de una mujer que tiene diez brazos, con los que pelea contra los diez pecados mortales, representados por otros tantos monstruos. Los misioneros que varias veces enviamos allí tomaron esa imagen de la virtud por la imagen del diablo, y por eso aseguraban que en la India rendían culto al demonio. Por regla general, los europeos sólo hemos visitado pueblos lejanos para enriquecernos en ellos y después calumniarlos.

II – De la metempsicosis de los brahmanes

La doctrina de la metempsicosis proviene de la antiquísima ley de alimentarse con leche de vaca, legumbres, frutas y arroz. Pareció horrible a los brahmanes matar y comerse a su nodriza, y muy pronto profesaron el mismo respeto a las cabras, a las ovejas y a todos los demás animales. Creyeron que en ellos vivían los ángeles rebeldes purificando sus culpas en los cuerpos de las bestias, lo mismo que en los cuerpos de los hombres. La naturaleza del clima fortificó la referida ley, o mejor dicho, fue su origen. Los que respiran atmósferas ardientes se sustentan con alimentos ligeros y miran con horror la costumbre que tenemos en otros países de comer cadáveres.

Fue general en Oriente la creencia de que tenían alma los animales: en los antiguos libros sagrados encontramos vestigios de tal creencia. Dios, en el capítulo IX del Génesis, prohíbe a los hombres que coman «la carne de los animales, su sangre y su alma». Esto es lo que dice el texto hebreo. «Vengaré dice la sangre de vuestras almas de las garras de las bestias y de las manos de los hombres.» En el capítulo XVII del Levítico, añade: «El alma de la carne está en la sangre.» Además celebra un pacto solemne con los hombres y los animales, como puede verse en el capítulo IX del Génesis, lo que supone que los animales tienen inteligencia.

Posteriormente, el Eclesiastés, en el capítulo III, dice formalmente: «Dios hace ver que los hombres son semejantes a las bestias; mueren como ellas, son de igual condición; unos y otros respiran lo mismo; el hombre no tiene nada que no tenga la bestia.» Jonás, cuando predicó en Nínive, hizo ayunar a los hombres y a los animales.

Todos los autores antiguos suponen inteligencia a las bestias, como puede verse en los libros sagrados y en los profanos, y algunas veces las hacen hablar. No es, pues, sorprendente que los brahmanes primero y los pitagóricos después creyeran que las almas pasaban sucesivamente a los cuerpos de los animales y a los cuerpos de los hombres, y como consecuencia de esto, persuadieron de que las almas de los ángeles delincuentes, para terminar el tiempo de su purgatorio, se aposentaban unas veces en los cuerpos de las bestias y otras veces en los de los hombres. Ésta es una parte de la novela del jesuita Bougeaut, que inventó que los diablos eran espíritus que moraban en los cuerpos de los animales. De este modo, en nuestros días y en el extremo Occidente, resucitó un jesuita, sin saberlo, un artículo de fe de los más antiguos sacerdotes orientales.

III – De las mujeres que se arrojan en la hoguera

Los bramines actuales, que son los brahmanes antiguos, han conservado la horrible costumbre de arrojarse a las llamas. ¿En qué consiste que un pueblo donde no se derramó nunca la sangre de los hombres ni la de los animales tome todavía como el mayor acto de devoción quemarse públicamente en una hoguera? La superstición, que une todas las ideas contradictorias, es el único origen de esto horrible sacrificio, y la costumbre de verificarlo es más antigua que las leyes de los pueblos que conocemos.
 

 

Suponen los brahmanes que Brahma, su gran profeta e hijo de Dios, descendió a la tierra, en la que tuvo muchas mujeres, y que cuando murió, la mujer que más le quería se arrojó a las llamas de su misma hoguera para ir a juntarse con él en el cielo. Efectivamente, dicha mujer murió abrasada por las llamas, así como Porcia, mujer de Bruto, se tragó carbones ardiendo para ir a reunirse con su marido. ¿Esta historia es una fábula inventada por los sacerdotes? ¿Existió Brahma y consiguió, efectivamente, que le tuvieran por profeta e hijo de Dios? Es creíble que existiera Brahma, así como más tarde existieron Zaratustra y Baco, y la fábula se apoderaría de su historia, como acostumbra a hacerlo en todas las épocas.

 

Cuando vieron que la mujer del hijo de Dios se lanzó a la hoguera, las mujeres de condición inferior quisieron imitarla. Pero ¿cómo habían de encontrar a sus maridos, que la trasmigración de las almas podía convertir en caballos, elefantes o gavilanes? ¿Cómo habían de conocer la bestia que el difunto animaba? Y reconociéndola, ¿cómo podían seguir siendo su mujer? Este obstáculo no embaraza a los teólogos indios, que encuentran con facilidad distingos, soluciones in sensu composito, in sensu diviso. La metempsicosis sólo existe para las personas del vulgo; respecto a las almas de los demás, profesan una doctrina más rara. Esas almas, que son las de los ángeles que se rebelaron contra su Soberano, están purificándose. Las de las mujeres que se sacrifican son beatificadas, y encuentran a sus maridos purificados completamente. En fin, los sacerdotes tienen razón siempre, y las mujeres siguen quemándose en las hogueras.

Hace ya más de cuatro mil años que reina este terrible fanatismo en un pueblo tranquilo y apacible, que cree cometer un crimen si mata una cigarra. Los sacerdotes no pueden obligar a las viudas a quemarse en las hogueras, porque es ley invariable en la nación que ese sacrificio sea absolutamente voluntario. Tal honor se reserva a la primera de las esposas del muerto; si ella se niega a quemarse viva, se reserva este honor a la segunda, y así sucesivamente. Refiérese que en una ocasión diez y siete mujeres se lanzaron a un mismo tiempo en la hoguera de un rajá. Pero esos sacrificios son ya muy raros en la actualidad; la fe se debilitó en el país desde que los mahometanos gobiernan la mayor parte de él y los europeos negocian en la otra parte. Esto no obstante, ni un solo gobernador de Madrás y de Pondichery ha dejado de ver alguna india lanzarse voluntariamente a las llamas. Mr. Hohwell refiere que una viuda, joven de diez y nueve años, muy hermosa y madre de tres niños, se quemó en las llamas en presencia de Mad. Russel, esposa del almirante que estaba en la rada de Madrás. Dicha joven resistió a los ruegos y a las lágrimas de todos los asistentes. Mad. Russel le suplicó en nombre de sus hijos que no los dejara huérfanos y abandonados en el mundo, y la india le respondió: «Dios, que los hizo nacer, cuidará de ellos.» En seguida dispuso ella misma todos los preparativos, prendió fuego a la hoguera con su propia mano, y consumó el sacrificio con tanta serenidad como una monja enciende los cirios del altar.

Mr. Shernoc, negociante inglés, que en una ocasión presenció que una hermosísima viuda iba a arrojarse en la hoguera que ella misma había encendido, la arrancó de allí a la fuerza, y ayudado por otros ingleses, la robó y después se casó con ella. El pueblo indio consideró ese acto como horrible sacrilegio.

¿Por qué los maridos no se quemaban vivos en las hogueras para ir a juntarse con sus esposas? ¿Por qué razón femenil el sexo que es naturalmente débil y tímido fue el único capaz de inmolarse fanáticamente? ¿Consistiría esto en que la tradición no dice que un hombre se casó con la hija de Brahma, y sí que asegura que se casó una india con el hijo de dicho dios? ¿Consiste en que las mujeres son más supersticiosas que los hombres? ¿Consiste en que su imaginación es más débil, más tierna y más a propósito para ser dominada?

Los antiguos brahmanes perecían algunas veces víctimas de las llamas para no sufrir los achaques de la vejez; y sobre todo para que los admirasen. Calano no se hubiera arrojado en la hoguera a no ser por la satisfacción de que Alejandro presenciara su sacrificio. El cristiano renegado Pellegrino se quemó en una hoguera públicamente, por el mismo motivo que algunos necios se disfrazan a veces de armenio, para llamar la atención de la multitud.

Creemos que la vanidad interviene por mucho en el espantoso sacrificio de las mujeres indias. Quizás si se publicara una ley ordenando que se quemasen secretamente, quedaría abolida esa abominable costumbre.

Añadamos algunas palabras a este artículo. Si un centenar de mujeres indias han ofrecido el triste espectáculo de quemarse, en cambio nuestros inquisidores y aquellos locos atroces que se llamaban jueces en otros siglos hicieron morir abrasados por las llamas más de cien mil hermanos nuestros, hombres, mujeres y niños, por cuestiones sutiles que nadie entiende. Compadezcamos y condenemos el proceder de los brahmanes; pero concentrémonos en nosotros mismos y reconozcamos la miseria de la especie humana.

Nos olvidábamos de decir una cosa muy esencial. Los libros sagrados de los brahmanes están llenos de contradicciones; pero como el pueblo no las conoce, los doctores las resuelven de antemano por medio de sentido figurado, de alegorías, tipos y declaraciones de Birma, de Brahma y de Vischnú. Con esto cierran la boca a todo el que trata de presentar objeciones.

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