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Torre de Babel Ediciones

Sócrates. Filosofía Griega. Historia de la Filosofía de Zeferino González.

Historia de la Filosofía – Tomo I – Segundo período de la filosofía griega

§ 53 – LA RESTAURACIÓN SOCRÁTICA

Al período cosmológico que acabamos de historiar sucedió en la Filosofía griega lo que podemos apellidar período psicológico, o digamos mejor, antropológico, porque en él se desarrollan y son cultivadas con preferente esmero las ciencias que dicen relación al hombre considerado como ser inteligente, moral y social, las mismas en que apenas se había ocupado la Filosofía durante el período anterior. Esta nueva cuanto fecunda dirección filosófica, fue debida principalmente a los trabajos, enseñanzas y ejemplos de un genio extraordinario en muchos conceptos, cuyo nombre va unido con justicia a esta evolución del pensamiento filosófico, y de aquí las denominaciones de período socrático, de restauración socrática, que suelen darse a este movimiento.

 

    Porque, en efecto, los trabajos, la enseñanza y los ejemplos de Sócrates, representan la regeneración de los elementos sanos y verdaderamente filosóficos que entrañaba el período precedente, la restauración de la dignidad y nobleza de la ciencia, envilecida y desprestigiada por la venalidad, el escepticismo y la impiedad de los sofistas; la investigación racional y sobria de la verdad en casi todas sus esferas; la importancia real de la idea ética junto con la depuración y perfeccionamiento del método científico. En este sentido, el movimiento iniciado por Sócrates merece el nombre de restauración socrática

Empero si la denominación de socrático corresponde a este período, considerado desde el punto de vista histórico, o sea por parte de su iniciador, no es menos cierto que lo que principalmente distingue a este período por parte de su contenido real, es su carácter antropológico. Durante su primer período, la cuestión capital y casi única para la Filosofía griega era la cuestión cosmológica; la actividad del espíritu se concentra sobre el objeto; la especulación científica marcha en derechura hacia la naturaleza material, hacia el mundo externo, sin acordarse apenas del sujeto que investiga, del espíritu que piensa. Durante este segundo período, la indagación de la esencia, atributos y relaciones de este sujeto, representa y constituye la cuestión más capital y fecunda de la Filosofía griega. Y no es que esta especulación abandone por eso la indagación del problema cosmológico, sino que antes bien lo perfecciona y completa; porque a esto equivale y esto significa la creación de la metafísica, ciencia que, como es sabido, ocupa lugar importante en la especulación platónica y en la aristotélica, y ciencia que representa y significa el desarrollo y como el coronamiento de la cosmología.

Así, pues, en el segundo período y con el segundo período de su movimiento, la Filosofía griega, sin abandonar la indagación del problema físico, y sin negar la importancia científica de la cuestión cosmológica, entra en una nueva fase de su evolución, dedicando atención preferente al examen y solución del problema antropológico. El hombre, como ser inteligente, como ser político-social, y sobre todo como ser moral, viene a ser el objeto y el centro de las discusiones y sistemas de los filósofos. Aparecen entonces por vez primera, además de los tratados que versan sobre metafísica, los diálogos de Platón, que tienen por objeto investigar la naturaleza, atributos e inmortalidad del alma humana, los que tratan del bien, de la república y de las leyes, así como los tratados de Anima, los Magna moralia y los Politicorum de Aristóteles. Al mismo tiempo, la dialéctica adquiere notables proporciones y sustituye a la dogmática instintiva del primer período; la lógica reviste condiciones rigurosamente científicas; la psicología aparece como una ciencia propia y relativamente independiente; pululan teorías político-sociales concretas, y, sobre todo, los estudios y sistemas éticos adquieren extraordinaria y general importancia, como se observa en las escuelas cirenaica, cínica, estoica y epicúrea, en las cuales el pensamiento ético domina y se sobrepone a los demás problemas filosóficos.

Platón y Aristóteles son los principales y los más genuinos representantes de este período de la Filosofía griega; porque ellos son los que, sin abandonar ni olvidar el problema cosmológico, antes bien desenvolviendo y completando sus soluciones por medio de la especulación metafísica, condujeron de frente las demás partes de la Filosofía, dieron ser y unidad y conjunto y método científico al problema filosófico en todos sus aspectos, y sobre todo comunicaron a éste nueva vida y dirección fecunda por medio del elemento antropológico. De entonces más, el hombre viene a ser como el centro principal de la especulación filosófica por medio de la dialéctica, la psicología, la moral, la política y la teodicea.

En los demás sistemas y filósofos de este período, predomina la fase moral del elemento antropológico, y en este sentido pueden apellidarse incompletos con respecto a Platón y Aristóteles; pero esto no quita que la idea capital de todos esos sistemas, la concepción que palpita en el fondo de todos, a contar desde Sócrates como iniciador de este período, sea la idea antropológica, estudiada y desenvuelta, ora en todas sus fases, ora en alguna de éstas solamente. De aquí la denominación de período antropológico que damos al movimiento iniciado por Sócrates en la Filosofía griega.

Y no se diga que los sofistas habían comunicado ya a esta Filosofía el carácter antropológico, puesto que habían apartado la atención del objeto, de la naturaleza exterior, para fijarla en el sujeto. Porque el subjetivismo de los sofistas es un subjetivismo puramente escéptico y digamos antidogmático, que no tiene más fin que echar por tierra las afirmaciones y sistemas de la antigua Filosofía naturalista, sin crear nada nuevo, sin sustituir nada real y sólido al edificio destruido. Los trabajos de los sofistas, según la acertada observación de Zeller, no pueden considerarse como fundamento positivo de la nueva dirección filosófica, que forma el contenido del período que nos ocupa, sino a lo más como una preparación indirecta de la misma.

Cierto que la sofística anterior y contemporánea de Sócrates, al negar la cognoscibilidad de las cosas, apartaba del mundo externo la actividad del pensamiento y la dirigía hacia el sujeto que siente y piensa, pero sin elevarse en manera alguna a concepciones universales y científicas acerca de este mismo sujeto, de sus atributos y relaciones. Y es que los sofistas consideraban los actos y representaciones del hombre como la medida y norma de las cosas; pero al hablar de esta manera se referían, no al hombre en general, no a la esencia o idea del hombre, objeto de la ciencia y de la investigación científica, sino al hombre individuo, al ser contingente y sujeto a perpetuas o infinitas transmutaciones. Entre el subjetivismo escéptico de los sofistas y el subjetivismo propiamente antropológico de Sócrates y sus sucesores, hay toda la distancia que media entre el fenómeno y la esencia, entre la apariencia y la realidad, entre la representación sensible y la idea racional.

§ 54 – SÓCRATES

Nació éste en Atenas 470 años antes de la era cristiana, siendo sus padres el escultor Sofronisco y la partera Fenareta. Después de ejercer durante algunos años el arte de su padre, y después de haber practicado en silencio las virtudes y máximas morales que más adelante debían constituir el fondo principal y la autoridad de su doctrina, comenzó a difundir entre sus conciudadanos las ideas filosóficas adquiridas con la meditación más bien que con estudio, y a enseñar las virtudes morales y religiosas, que él había tenido buen cuidado de practicar antes de enseñarlas con palabras. A pesar de una naturaleza refractaria a la virtud y de un temperamento inclinado a la violencia (1), Sócrates practicó constantemente la mansedumbre, y durante el curso de su vida dio pruebas y ejemplos de todas las virtudes, sin excluir las domésticas, las guerreras y las político-sociales. Basta recordar, en prueba de esto, la paciencia e igualdad de ánimo con que sobrellevó el genio violento y las extravagancias de su esposa Xantipa; el valor sereno, hasta rayar en heroísmo, que manifestó en los campos de batalla de Potidea y Delium, donde salvó la vida a Jenofonte, y la entereza y valentía con que resistió a los treinta tiranos en el ejercicio de sus funciones públicas.

A pesar de tantas virtudes, y tal vez a causa de éstas, el pueblo frívolo, inconstante y corrompido de Atenas, excitado por los sofistas y seducido por poetas y por políticos más corrompidos aún, condenó a Sócrates a beber la cicuta, bajo pretexto de que corrompía a la juventud y menospreciaba los dioses. La humanidad indignada execrará siempre la memoria de los autores, cómplices y fautores de la muerte del hombre justo, condenando a eterna infamia los nombres del autor de Las Nubes, del orador sofista Melito, del poeta Licón y del político Anito.

Por lo demás, los últimos instantes de Sócrates correspondieron al resto de su vida. Su muerte podría compararse a la del mártir cristiano, si la oscuridad e incertidumbre acerca del destino final del alma, junto con los conceptos fatalistas, con las supersticiones y con la levadura politeísta que en sus discursos y actos aparecen, no la afearan y la hicieran perder gran parte de su belleza y sublimidad. Todavía no había resonado en el mundo la palabra del Verbo de Dios, que debía traer al hombre de la ciencia y al hombre de la ignorancia, al hombre de la academia y al niño de la escuela, la solución clara, precisa, filosófica y sencilla del problema formidable de la vida y de la muerte, del origen y del destino del hombre.

§ 55 – FILOSOFÍA DE SÓCRATES

Entrando ahora en la exposición de su doctrina, diremos:

1.° Que en su opinión, el principio generador de la ciencia y su base propia, es el conocimiento de sí mismo. El nosce te ipsum del templo de Delfos, es el primer principio de la Filosofía para Sócrates. Y lo es, en efecto, de la Filosofía socrática, si se tiene en cuenta que ésta se reduce al estudio y conocimiento del hombre como ser moral. Así es que Sócrates, o menosprecia, o apenas concede importancia a las ciencias físicas, cosmológicas, matemáticas, y hasta a las psicológicas y biológicas, en cuanto no se refieren al aspecto religioso-moral y político del hombre. El estudio del hombre y de sus deberes morales, religiosos y político-sociales, he aquí el objeto casi único y verdadero de la Filosofía (2) para el maestro de Platón.

Con respecto al mundo y a las ciencias físicas que al mismo se refieren, Sócrates profesaba un escepticismo muy semejante al de los sofistas sus contemporáneos: escepticismo (3) que solía expresar en aquel aforismo que repetía con frecuencia: solo sé que no sé nada

2.° El método de Sócrates estaba en relación con el punto de partida que señalaba a la Filosofía, haciendo consistir el primero en la observación de los fenómenos internos, en la reflexión y análisis razonado de los mismos. De aquí la variedad y flexibilidad de su método de enseñanza, que sabía acomodar a maravilla a las circunstancias de los oyentes. Aparentando con frecuencia ignorancia del objeto en cuestión, haciendo otras veces preguntas intencionadas y dialécticas, empleando a tiempo la inducción y la analogía, proponiendo dudas y cuestiones sencillas en la apariencia, haciendo frecuente uso del diálogo, Sócrates conducía insensiblemente a sus oyentes al conocimiento de la verdad, la cual parecía surgir espontáneamente del fondo de su conciencia. No hay para qué advertir que se servía de las mismas armas para poner de manifiesto la superficialidad científica y las contradicciones de los sofistas.

3.° Partiendo de la observación psicológica y del análisis del sentido moral de la humanidad, Sócrates llega por el método indicado a las siguientes conclusiones:

 

   a) El deber del hombre y el empleo más propio de sus facultades, es investigar el bien, y conformar su conducta con este bien moral una vez conocido. El conocimiento de sí mismo, y el esfuerzo constante para dominar sus pasiones y malas inclinaciones, sujetándolas a la razón, son los medios para conseguir este resultado, o sea para adquirir la perfección moral, en la cual consiste la verdadera felicidad del hombre en la tierra.   

b) La prudencia, la justicia, la templanza o moderación de las concupiscencias sensibles y la fortaleza, son las cuatro virtudes principales y necesarias para la perfección moral del hombre, el cual será tanto más perfecto en este orden, cuanto más se asemeje a Dios en sus actos, porque Dios es el arquetipo de la virtud y de la perfección moral. En el juicio divino y en la verdad misma, debe buscarse la norma de esa perfección moral, la noción real y verdadera de la virtud, pero no en el juicio del vulgo y de las muchedumbres: Nobis curandum non est, quid de nobis multi loquantur, sed quid dicat is unus, qui intelligit justa et injusta, atque ipsa veritas

Lo importante, añade Sócrates en uno de los diálogos de Platón (4), no es el vivir, sino el vivir bien (non multi faciendum esse vivere, sed bene vivere), o sea vivir conforme a las reglas de la rectitud moral y de la justicia. En armonía con estas reglas o principios de moral, no debemos tomar venganza de las injurias, ni volver mal por mal; debemos anteponer la justicia y el amor de la patria y de las leyes a todas las demás cosas, sin excluir los hijos, los padres y la vida misma.

c) La justicia entraña la idea y el cumplimiento de nuestros deberes para con otros, siendo parte principal de estos deberes la observancia y obediencia a las leyes humanas o positivas, y también a las leyes no escritas, es decir, a la ley natural, anterior y superior a aquellas y raíz de toda justicia; pero sobre todo, el sacrificio absoluto de nosotros y de nuestras cosas a la patria, y la sumisión incondicional y perfecta a los magistrados.

d) La piedad y la oración son dos virtudes muy importantes, por medio de las cuales tributamos a Dios honor y reverencia, al mismo tiempo que buscamos el remedio de nuestras necesidades. La mejor oración es la resignación en las contrariedades, y la sumisión a la voluntad divina.

e) El orden, armonía y belleza que resplandecen en el mundo y en el hombre atestiguan y demuestran la existencia de un Dios supremo, primer autor de la ley moral y su sanción suprema. Dios es un ser inteligente e invisible, que se manifiesta y revela en sus efectos: su providencia abraza todas las cosas, y particularmente se ejerce sobre el hombre, pues está en todas partes, ve todas las cosas y penetra los pensamientos más secretos del hombre.

f) La inconstancia y las miserias de todo género que pesan sobre la vida presente, la harían despreciable y aborrecible, si no existiera una vida futura en que, desapareciendo estos males, llegara el alma a la posesión plena del bien. El justo debe tener confianza ilimitada en Dios, cuya providencia no le abandonará en la muerte.

Estas afirmaciones, unidas a otras ideas que pueden considerarse como premisas lógicas de la inmortalidad del alma, demuestran suficientemente la opinión de Sócrates acerca de este punto, por más que no se encuentren en él afirmaciones directas, precisas y concretas acerca del estado del alma después de la muerte.

§ 56 – CRÍTICA

Ya dejamos indicado que el mérito principal de la doctrina de Sócrates consiste en haber tomado como punto de partida de la Filosofía la observación psicológica, y en haber dirigido la investigación filosófica hacia la moral y la teodicea. El método psicológico y la concepción ético-teológica constituyen los dos elementos principales y el carácter fundamental de la Filosofía socrática.

Aparte de lo dicho, y en un orden secundario, Sócrates tiene también el mérito de haber destruido la sofística, atacándola en sus principios, en sus conclusiones, y sobre todo en sus procedimientos; de haber enseñado teórica y prácticamente la sobriedad científica, combatiendo a la vez las exageraciones del dogmatismo y del escepticismo; de haber puesto término a la anarquía intelectual y a la confusión de ideas introducidas y aclimatadas por los sofistas, gracias al método riguroso que seguía en sus discusiones, procediendo de lo conocido a lo desconocido, por gradaciones lógicas, y procurando, ante todo, definir las palabras y las cosas; de haber sacado a la Filosofía del terreno puramente individualista y subjetivo en que la habían colocado los sofistas, para colocarla y asentarla en el terreno de la universalidad, de la inmutabilidad, de la objetividad. El yo individual que servía de objeto a las especulaciones de la sofística, cede el lugar al yo universal, al yo de la especie humana, a la conciencia del género humano; pero, sobre todo, Sócrates no se detiene, como los sofistas, en el conocimiento como fenómeno subjetivo, sino que se sirve de éste para llegar a la realidad objetiva.

En la parte metodológica introdujo Sócrates dos innovaciones que avaloran y distinguen su Filosofía. Tales son las que se refieren al uso de las definiciones, ora nominales, ora reales, y al procedimiento por inducción. Sin ser enteramente desconocidos, eran poco e inexactamente usados estos dos instrumentos para la investigación de la verdad; pero Sócrates les dedicó atención preferente, haciendo frecuente uso de los mismos, especialmente del primero, en sus luchas y discusiones con los sofistas.

En este orden de ideas, o sea desde el punto de vista del método, la Filosofía de Sócrates representa y entraña un progreso real y una de sus manifestaciones más importantes, más prácticas y más duraderas en el movimiento histórico-filosófico. El maestro de Platón combate sin descanso, por medio de definiciones, la falsa ciencia de los sofistas: la posibilidad y existencia de una ciencia real, objetiva e inmutable de las cosas, constituye su afirmación capital enfrente de las teorías negativas de los sofistas, y si alguna vez parece coincidir con éstos en sus doctrinas, trátase sólo de coincidencias aparentes y de argumentos ad absurdum o ad hominem, para poner de manifiesto la vanidad y petulancia de sus conocimientos. Para todo historiador serio de la Filosofía, es innegable que a Sócrates pertenece el honor y el mérito de haber transformado en criticismo filosófico el escepticismo intemperante de los sofistas, o, digamos mejor, de haber sustituido a las discusiones escépticas de éstos la crítica racional y científica.

Al lado de todas estas ventajas y excelencias, la Filosofía de Sócrates envuelve el grave defecto de ser una Filosofía esencialmente incompleta. Para el filósofo ateniense no hay más ciencia posible, ni más Filosofía digna de este nombre, que la ciencia ético-teológica. Las ciencias naturales y matemáticas, o no existen, o no tienen importancia y utilidad propia. El mundo físico, y hasta el mundo antropológico y el mundo divino, si se exceptúa la fase moral de los dos últimos, son objetos que no se hallan al alcance de nuestra ciencia. Nuestros conocimientos físicos, antropológicos, metafísicos y teológicos carecen de valor objetivo y científico, si se los considera en el orden especulativo y con separación del orden moral. La naturaleza, atributos y destino del alma, lo mismo que la naturaleza, atributos y hasta la existencia de Dios, nos son conocidos porque y en cuanto envuelven relación necesaria con el orden moral; porque y en cuanto la conciencia y la ley moral no podrían existir si no existiera Dios. En una palabra: para Sócrates, lo mismo que para Kant en los tiempos modernos, la razón práctica y la ley moral constituyen el único criterio seguro para llegar a la realidad objetiva y a la existencia de Dios. Si el maestro de Platón hubiera puesto por escrito su Filosofía, pudiera haberlo hecho escribiendo una Critica de la razón pura y una Critica de la razón práctica, que hubieran tenido muchos puntos de contacto con las del filósofo de Kœnisberg, especialmente en la parle relativa a la subordinación de la verdad especulativa a la verdad práctica, de la realidad metafísica a la realidad moral.

Hay, sin embargo, un punto o problema de trascendental importancia, que entraña profunda aunque parcial diferencia, entre la Filosofía de Sócrates y la de Kant, y es el que se refiere a la existencia y naturaleza de las causas finales. El maestro de Platón, no solamente establece y afirma la existencia de las causas finales, sino que el principio teleológico le sirve para probar y explicar la existencia y atributos de Dios, origen, razón y término de aquella causalidad; le sirve igualmente para explicar la existencia, naturaleza y el orden del mundo, y le sirve también para investigar y fijar el origen, los caracteres y condiciones del orden moral. El filósofo de Kœnisberg rechaza la finalidad trascendente, la existencia y atributos de la causalidad final en el sentido socrático, y sólo admite, como es sabido, una especie de finalidad inmanente, que se acerca mucho a la evolución darwiniana, y que nada tiene de común con la teoría teleológica de Sócrates.

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(1) Que la naturaleza y complexión de Sócrates no se prestaba mucho a la mansedumbre, y que no entrañaba predisposición y facilidad para la virtud, es cosa atestiguada generalmente por los biógrafos. Por otro lado, para convencerse de esta verdad, basta fijar la vista en el busto clásico y tradicional de este filósofo, con su ruda fisonomía, sus ojos hundidos, su barba áspera, su cabellera inculta, su nariz roma y remangada, sus labios gruesos, caracteres e indicios de una naturaleza vigorosa y ocasionada a pasiones violentas. Dícese que sus compatriotas solían compararle con el sátiro Marsías.

(2) Aludiendo sin duda a esta tendencia de Sócrates, escribe Aristóteles: «Socratis vero temporibus, usus quidem definiendi increvit, sed indagatio rerum naturalium desiit; nam omne philosophandi studium ad utilem virtutem civilemque usum translatum est.» De partib. animal, lib. I, cap. I.

(3) «Siquidem, escribe Sexto Empírico, Xenophon in suis de ejus dictis et factis commentariis, disertis verbis dicit, eum abnegasse naturae contemplationem, ut quae sit supra nos; soli autem morum vacasse inquisitioni, ut quae ad nos pertineat.» Adversus Mathem., lib. VII.

(4) Crito vel de eo quod agendum est

Valoración de la filosofía presocrática  Escuelas socráticas: cirenaica, cínica, de Megara, de Elis y de Eretria

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