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Torre de Babel Ediciones

Raymundo Lulio. Filosofía medieval. Historia de la Filosofía de Zeferino González.

Historia de la Filosofía – Tomo II – Segunda época filosófica

La filosofía cristiana

§1 – RAYMUNDO LULIO: SU VIDA Y SUS OBRAS

Este filósofo español, notable y extraordinario por más de un concepto, y a quien dieron el nombre de Doctor illuminatus, nació en Palma de Mallorca, año de 1235, según la opinión más probable. Después de llevar una vida enteramente mundana durante la mayor parte de su juventud, y después de convertirse a Dios y a la vida cristiana a consecuencia de sucesos apoyados en tradiciones y leyendas diferentes, hubo de dedicarse al estudio de la gramática y de las ciencias, cuando ya contaba treinta años de edad. Verificada su conversión, favorecida con apariciones de Jesucristo y de la Virgen, según historiadores respetables, Raymundo formó el proyecto de emplear su vida en la conversión de los mahometanos, no ya sólo por medio de la predicación del Evangelio, sino también y principalmente por medio de la discusión y refutación de sus doctrinas religiosas.

Dominado por esta grande idea, se entregó con todo el ardor de su carácter impetuoso al estudio de las ciencias, y con especialidad al de la lengua árabe; emprendió frecuentes y penosas peregrinaciones, y escribió un número inmenso de libros en que trata de todos los ramos del saber humano. De aquí sus expediciones a Túnez y Bugía, en donde predicó el Cristianismo, discutió con los filósofos y ulemas mahometanos, y sufrió tormentos, persecuciones y hasta el martirio, siendo apedreado y muerto en Túnez, en 1315, según la opinión más fundada, por no decir incontestable, de sus biógrafos. De aquí su frustrado intento de pasar al Egipto para convertir al Soldán de aquellas regiones, y su viaje a Chipre, en donde discutió con los cismáticos griegos y con los Obispos nestorianos. De aquí sus excursiones a Nápoles, Génova, Roma, Montpellier y París, escribiendo libros por todas partes, y explicando en las escuelas su Ars Major o generalis. De aquí sus conferencias con los reyes de Mallorca, de Aragón, de Francia, con las repúblicas de Italia y con los Papas para que aprobasen sus obras, favorecieran sus proyectos y se fundaran escuelas destinadas al estudio de las lenguas, y especialmente de la arábiga. De aquí, finalmente, sus esfuerzos para recobrar la Tierra Santa, y las tres peticiones que dirigió al Concilio general de Viena, a saber:

a) Que se establecieran por toda la cristiandad conventos y colegios en que se enseñaran el árabe y toda clase de lenguas;

b) Que todas las Órdenes militares se refundieran en una sola, con la obligación exclusiva de combatir sin tregua ni descanso contra los mahometanos, y de recobrar la Tierra Santa;

c) Que se prohibieran las obras de Averroes y se procediera contra los doctores cristianos que enseñaban sus opiniones.

La desaparición completa y universal del mahometismo por medio de la predicación cristiana, de la discusión científica y de la guerra, fue la preocupación constante de Lulio, la idea dominante de su espíritu, la clave fundamental para explicar su vida y sus obras. Porque la verdad es que la mayor parte de sus escritos pueden considerarse, o como exposiciones, o como compendios, o como ampliaciones, o como aplicaciones y ejemplos de su Ars Generalis, escrita con el objeto de facilitar a todo el mundo y en todos los terrenos científicos armas para defender y demostrar las verdades del Cristianismo y combatir contra el islamismo, demostrando su falsedad. De todos modos, la fecundidad literaria del filósofo mallorquín no es menos prodigiosa que la actividad extraordinaria de su vida. Apenas se concibe ciertamente cómo un hombre, que debió comenzar a escribir cuando contaba ya cerca de cuarenta años de edad, y que pasó toda su vida en perenne movimiento, en frecuentes y penosos viajes, pudo escribir, ya que no los cuatro mil tratados que con evidente exageración le atribuyen algunos historiadores, los muchos y muchos que le atribuye y cita nuestro Nicolás Antonio, cuyo catálogo asciende a cerca de trescientos, aunque es posible que algunos de ellos se hallen repetidos con diferentes nombres, según advierte oportunamente el eminente biógrafo español. Así no es de extrañar que sus obras, editadas en Maguncia año de 1721, formen diez muy gruesos volúmenes en folio (1), sin contar gran número de escritos más o menos auténticos, que no tuvieron cabida en esta colección de sus obras.

 

    Los bibliógrafos e historiadores franciscanos incluyen a Raymundo en sus bibliografías, en atención a que vistió el hábito de los Terceros de San Francisco, al menos en los últimos años de su vida, y fue sepultado además, probablemente por este motivo, en la iglesia de San Francisco, de Palma, en donde recibió desde muy antiguo culto religioso. Algunos de los citados historiadores y biógrafos hablan de milagros obrados por su intercesión y sobre su sepulcro, habiendo algunos que parecen comprobados por la crítica más severa. 

§ 72 – FILOSOFÍA DE RAYMUNDO LULIO

Pocos escritores hay cuyas obras y cuya Filosofía hayan dado origen a tan numerosas controversias y a juicios tan diferentes y encontrados, como las obras y la Filosofía de Raymundo Lulio. Para unos el escritor mallorquín es, no ya un autor completamente ortodoxo, sino un autor iluminado por Dios (Doctor illuminatus), y cuya doctrina se halla marcada con el sello de la inspiración divina; para otros, abundaban en sus escritos las proposiciones erróneas y heterodoxas (2), acusación lanzada contra ellos no muchos años después de su muerte.

Algunos historiadores de la Filosofía apenas se dignan mencionar a Raymundo Lulio, concediendo escasísima importancia a su doctrina, al paso que otros escritores y filósofos se la concedieron muy grande, y consideraron a Lulio como uno de los principales genios filosóficos. Lo cierto es que su doctrina tuvo sus expositores, apologistas, comentadores (1), y hasta cátedras especiales en las universidades, como sucedió en las de Mallorca, Barcelona y Valencia; todo lo cual parece indicar que si los elogios de sus admiradores fueron más o menos apasionados, no por eso es menos injustificado el desdén con que ha sido mirado por otros.

Entre los historiadores modernos de la Filosofía, De Gerando es el que se acerca más a la verdad con respecto a Raymundo Lulio, pero sin hacer bastante justicia a su mérito como filósofo, en nuestra opinión, y hasta exagerando sus defectos. «Los admiradores de Raymundo Lulio, escribe, no dudaron en declarar que su Gran Arte le fue revelado por inspiración celestial y milagrosa; pero su origen verdadero, aunque natural y terrestre, se manifiesta bastante por la filiación de las tradiciones y por confesión del mismo Lulio. La idea en que descansa o se apoya su arte, las líneas que determinan y diseñan su concepción, proceden de los judíos y árabes, y probablemente de origen más lejano todavía, de los gnósticos, de Pitágoras y de los sacerdotes egipcios….

»Partiendo de la hipótesis de que las combinaciones lógicas de las ideas representan el imperio de la realidad, que los seres se forman, como nuestras concepciones, mediante una derivación progresiva de las nociones más generales, distribuyendo la nomenclatura de las ideas abstractas según el papel que desempeñan en estas combinaciones, se puede representar de antemano el cuadro de todos sus elementos posibles, y componer así a priori una especie de arsenal de la ciencia. Ligando en seguida a cada una de las divisiones de la nomenclatura ciertos signos convencionales, por ejemplo, las letras del alfabeto, y trazando a la vez cuadros figurativos capaces de expresar todas las evoluciones que pueden recibir estos términos asociándose entre sí, se obtendrá por medio de un artificio enteramente mecánico, un número indefinido de fórmulas, que constituirán una especie de algoritmo metafísico: tal es el gran arte de Raymundo Lulio…. Una vez imaginado este artificio, Lulio lo vació de mil maneras y le dio mil aplicaciones, ya por medio de cuadros sinópticos, ya por medio de árboles genealógicos, a los cuales da el nombre de árbol de la ciencia. Faltábanle solamente una simetría rigurosa y nombres determinados; y como la región de las ideas no se presta fácilmente a los caprichos del mecánico, le fue preciso obligar de grado o por fuerza a todas las nociones a colocarse en sus casillas y reducirse a los departamentos que leerán precisos.

»Un sistema semejante, concebido en su sencillez y en su verdadera naturaleza, podría auxiliar la mnemónica y facilitar la improvisación; puede también proporcionar algunos datos para la composición de una lengua universal, si ésta es posible realmente; puede satisfacer, sobre todo, las exigencias de una vanidad pedantesca, unida a la ignorancia y a la pereza del espíritu, ofreciendo a éste medios para reunir un vasto aparato de saber con una total ausencia de ideas (4).»

En nuestro sentir, es incontestable que el mérito real y la importancia científica del Ars Magna, lo mismo que la del Ars generalis, Ars brevis, etc., y en general de sus escritos, considerados por parte de la forma, no corresponden a la idea y encomios que a los admiradores de Lulio han merecido. Aquella multitud y variedad de cuadros sinópticos, de círculos movibles y concéntricos, de triángulos, de árboles de casi todas las ciencias, de tablas y figuras con que se tropieza a cada paso en sus obras, si revelan una laboriosidad a toda prueba y un gran esfuerzo de imaginación, distan mucho de encerrar la importancia y utilidad científica que el autor y sus apologistas suponen. Añádase a esto que el origen y artificio de todas esas fórmulas son evidentemente cabalísticas, y que su autor, lejos de negarlo, considera la cabala o kabbala, según él escribe, como la ciencia superior (superabundans sapientia) y divina, como la ciencia suprema y reguladora de las demás: Omnium aliarum scientiarum longe valde regulatrix…. propter quod (kabbala) est de maximo etiam divino, consequutive, divinascientia vocari debet (5).

Preciso es reconocer, sin embargo, que en Raymundo Lulio hay algo más que el Ars Magna con sus fórmulas cabalísticas y con sus combinaciones complejas y nominalistas, y, por consiguiente, que para formar juicio más exacto y cabal acerca de su mérito como filósofo, es necesario fijarse en el contenido real de sus obras, de cuya lectura y examen resultan, en nuestro sentir, las siguientes conclusiones:

1.ª Bajo el punto de vista ortodoxo, encuéntranse en Lulio proposiciones y locuciones de sentido poco teológico en sí mismas y por lo extraño y desusado del lenguaje. Tal sucede cuando habla de un supuesto común (suppositum commune) en la Trinidad; cuando denomina a las tres divinas personas uniens, unibilis, et unire; cuando atribuye a Dios los actos de aeternificare, possificare et vertuificare; cuando nos habla del amor con que el alma de Jesucristo ama a su materia intelectual (guintus modus amoris est, Domine, quando tua anima amat suam materiam intellectualem); cuando dice que el que está en pecado no tiene derecho sobre ninguna criatura: Qui est in peccato, non habet jus in aliqua creatura

 

     Estas y otras muchas frases análogas demuestran que Raymundo Lulio no siempre habló con la sobriedad y precisión que exigen la verdad cristiana y la ciencia teológica, por más que el alcance de semejantes frases se halle, o rectificado, o atenuado en otros lugares de sus obras, y por más que no deba atribuírsele ningún error contra la fe o propiamente herético. 

2.ª Desde el punto de vista filosófico, al lado del fondo de la Filosofía escolástica, Lulio ofrece varios puntos en que, o se aparta de ésta, o emite opiniones nuevas. Así, encontramos en el filósofo mallorquín las siguientes opiniones, más o menos innovadoras y opuestas a la doctrina general de los escolásticos:

a) Además de los cinco sentidos, debe admitirse el sexto, llamado affato, por medio del cual se nombran las cosas: absque enim affatu auditus non potest sensare vocem, et in isto passu cognoscit intellectus quod affatus sit sensus

b) El hombre está compuesto de cuerpo, alma y espíritu; la función o fuerza propia del último es la duración o permanencia en esta vida: cum homo per spiritum duret in hoc mundo

c) El cielo es un ser animado o que posee alma movente (animam motivam), y los ángeles son verdaderos animales, aunque inmortales: Angelus tamen est animal immortale

d) Lulio admite también una forma universal, análoga al alma universal del mundo. Es esta una forma primitiva, general y absoluta, de la cual proceden las formas particulares, que en unión con la materia prima constituye la substancia general del universo, una con unidad numérica y hasta independiente de las formas y substancias singulares, puesto que la desaparición hipotética de éstas no lleva consigo la desaparición de la forma general: Ait forma: ego sum absoluta et primitiva, eo quod cum materia prima constituo unam substantiam generalem totius universi. — Sum una numero privative…. et ideo posito quod omnia individua essent corrupta, ego essem restaurata in meo singulari numero et natura…. De me sunt omnes formae particulares

3.ª Fuera de estas y algunas otras opiniones de menor importancia, la Filosofía de Raymundo Lulio coincide con la escolástica, y principalmente con la de Santo Tomás, a la que se acerca más que a la de Escoto, adoptando por completo las teorías del primero, especialmente sobre el entendimiento agente y posible, sobre la unidad del alma en el hombre, sobre la voluntad en sus relaciones con las pasiones y como libre albedrío, sobre la superioridad de la misma con respecto al enteudimiento (dixit voluntas: intellectus frater meus habet magnum avantagium super me), y hasta sobre el principio de individuación, problema característico de esta época de la Filosofía escolástica, como lo fue el de los universales en la anterior: ait materia: individuatu sum per quantitatem

4.ª La doctrina de Lulio entraña cierta tendencia a exagerar el poder y las fuerzas de la razón humana con respecto al conocimiento y demostración de las verdades de la fe, y principalmente del misterio de la Trinidad. A juzgar por varios pasajes de sus obras (6), el filósofo mallorquín opina que la razón humana puede demostrar de una manera precisa (per rationes necessarias demonstrant), o conocer, por medio de razones necesarias, la Trinidad de las personas divinas: intellectus intelligit tuam Trinitatem per rationes necessarias

A esta peligrosa exageración de las fuerzas de la razón humana en las cosas tocantes a la fe, debía referirse sin duda Vázquez cuando escribía que hay en Raymundo Lulio algunas cosas que no procedieron de inspiración divina, como pretenden sus admiradores, sino de su propio cerebro, las cuales, sin dejar de ser católicas, ofrecen cierto aspecto extraño y cierta dureza en cuanto a la forma en que se expresan: Non ex Dei spiritu, sed ex proprio cerebro aliqua depromere, quae licet catholica essent et vera, durius tamen quam par erat ab eo dicerentur et explicarentur

5.ª Esta tendencia de Raymundo Lulio a exagerar las fuerzas de la razón in rebus fidei, es, hasta cierto punto, excusable en él, porque uno de los rasgos característicos de su doctrina, sobre el cual se ha fijado poco la atención, es la profundidad y la fuerza lógica que entrañan sus raciocinios para establecer y probar la existencia de la pluralidad de personas en Dios, la divinidad y la igualdad de las mismas, con otras verdades relativas a este misterio. Es digno de seria meditación el raciocinio, por medio del cual, partiendo de la idea de la bondad infinita de Dios comparada con la finita de las criaturas, prueba la necesidad y existencia de una producción divina terminada a un supuesto divino o persona infinita (7) distinta de la persona producente, y añade la siguiente razón para establecer y probar la divinidad de la persona producida: «Todo lo que es acto puro, eterno e infinito, obra de una manera eterna e infinita, y produce algo eterno e infinito, pues de lo contrario no sería acto eterno e infinito; es así que Dios es acto puro, eterno e infinito; luego obra de una manera eterna e infinita, y lo que produce es algo eterno e infinito; es así que lo que tiene estos atributos es Dios; luego lo que Dios produce es Dios: sed omne tale est Deus: ergo Deus producit Deum

No son menos notables sus razonamientos para establecer la existencia de Dios, demostrar sus atributos, probar la subsistencia del amor entre el Padre y el Hijo, etc., pudiendo afirmarse que su tratado De articulis fidei es uno de los más originales que se han escrito bajo el punto de vista teológico-escolástico.

6.ª Otro de los caracteres que avaloran la Filosofía de Raymundo Lulio es su tendencia a la unidad. La reducción de la variedad y multiplicidad a la unidad, es el objeto de esos cuadros sinópticos, de esos círculos y triángulos, y principalmente de esa multitud de árboles (arbor qualitatam — arbor de esse et unitate — arbor decem mandatorum — arbor praedestinationis — arbor logicalis, etc.), con que tropezamos en sus obras. Por otra parte, a través de sus innumerables escritos, vese brillar siempre la idea de la unidad en el orden del ser y del conocer, y este mismo pensamiento revélase hasta en el gran número de tratados especiales consagrados, ora al ente en común, ora al ser divino, fundamento primitivo y razón a priori de toda unidad, según lo comprueban, entre otros varios, su Metaphysica nova, su Liber de ente reali et rationis, su tratado De ente absoluto, sus tres libros De infinito esse.— De ente infinito.— De perfecto esse

Su libro De Deo, et mundo et convenientia eorum in Jesuchristo, entraña también una aplicación teológico-filosófica de esta grande concepción unitaria, concepción que se vislumbra en la importancia que concede a la Filosofía de Platón, la que considera como la preparación o introducción a la ciencia superior y divina representada por la cábala: quoniamubi philosophia Platonis desinit, ibi incipit habbalae sapientia

Raymundo Lulio, si no merece ser considerado como un genio extraordinario, ni ser colocado como filósofo al igual de Platón, de Aristóteles, de San Agustín, de Santo Tomás, como pretenden sus admiradores, mucho menos merece la desdeñosa indiferencia con que ha sido mirado por algunos. Que el filósofo mallorquín fue, si no un genio de primera talla, por lo menos un hombre extraordinario, dícenlo su inteligencia superior, su vasto saber, su actividad prodigiosa, su fecundidad literaria y científica, y hasta las grandes vicisitudes y las nobles preocupaciones de su vida.

Aparte de la novedad injustificada del lenguaje; aparte también de algunas opiniones y teorías más o menos inexactas o peregrinas, su pensamiento filosófico coincide con el pensamiento de la Filosofía cristiana.

En el orden dogmático y teológico, se distingue y merece bien de la ciencia por la elevación y profundidad de sus raciocinios y pruebas; pero exagera las fuerzas de la razón humana, y, sobre todo, peca, por lo menos de inexacto, por la novedad, dureza y ambigüedad de palabras y conceptos.

Su marcada tendencia a la unidad, y el desarrollo y aplicaciones que hace de esta grande idea en su doctrina y escritos, pueden y deben considerarse como uno de sus caracteres distintivos y como su mérito principal.

Por lo que hace a su Ars Magna, considerada generalmente como el trabajo fundamental de Lulio en cuanto filósofo, y como substratum universal de su doctrina y escritos, dista mucho de poseer la importancia científica y la utilidad práctica que le atribuyen sus admiradores, por más que revele la poderosa fuerza de imaginación, a la vez que las aficiones cabalísticas del filósofo español. Creemos, por lo tanto, que si Mariana traía con excesiva dureza a Raymundo Lulio cuando apellida a su arte ludibrio, potius artium quam veras artes, Cornelio Agripa no anduvo muy desacertado cuando dijo que el arte luliano es más a propósito para hacer ostentación de ingenio y doctrina que para adquirir verdadera ciencia: ad pompam ingenii et doctrinae ostentationem potius quam ad comparandam eruditionem valere

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(1) Esta edición esmerada y hasta lujosa, es un verdadero monumento erigido a la memoria de Raymundo Lulio. He aquí la portada del primer tomo: Beati Raymudi Lulli Doctoris illaminati et martyris opera, quinque sueculorum vicissitudinibus illaesa et integra servata, ex omnibus terraram orbis partibus jam collerta, recognita, a medis purgata, et in unum corpus adunata, in quibus ipsemet B. Author exponit admirandam, et non humana industria sed superno lumine acquisitam Scientiam scientiarum et Artem Artium, a non paucis in vanum impugnatam, a multis laudabiliter investigatam et ex parte inventum, a nemine vero ad supremum perfectionis apicem nisi a solo Divo Authore perductam; in qua Deus et Natura, infinitum et finitum miro modo confluunt in unum. Opus sapientiae et scientiae, sapientibus hujus saeculi absconditum, parculis autem revelatum et manifestum. Ex officina typographica Mayeriana, per Joannem Georgium Häffner. De desear hubiera sido que la España, su patria, se hubiera adelantado a las naciones extranjeras en empresa tan patriótica y laudable.

(2) Sabido es que el dominico Nicolás Eymeric, inquisidor de Aragón, menciona y cita en su Directorio hasta doscientas proposiciones más o menos tachadas de error o de herejía, y reprobadas por Bula de Gregorio XI. Andando el tiempo, suscitáronse dudas graves acerca de la autenticidad de esta Bula pontificia; la doctrina Juliana fue absuelta en varias ocasiones de la nota de herejía, y el asunto de la reprobación de la misma o de algunas opiniones de Lulio en virtud de la Bula gregoriana ha sido discutido con calor por una y otra parte, sin que haya podido averiguarse con toda certeza la verdad. Lo que no admite duda es que la causa de la canonización de Lulio ha tropezado siempre con este obstáculo, que viene atravesándose en su camino cada vez que se trata de reproducir o presentar de nuevo el expediente. Así sucedió, entre otras ocasiones, en 1590, en que la causa no pudo seguir adelante a pesar de la disposición de Sixto V en favor de Lulio. El célebre Gabriel Vázquez, que se hallaba a la sazón en Roma, habla de esta controversia, y después de indicar las razones que se alegaron en pro y en contra, concluye que el asunto quedó en suspenso y que la cosa es dudosa: «Caeteruin, escribe, magna de hac re excitata fuit controversia apud illustrissimos Cardinales Inquisitores anno 1590, sub pontificatu Sixti V, dum ego adhuc Romae essem, multis ex Cataloniae regno contendentibus, Bullam Gregorii XI, qua damnantur Raymundi errores, positam a Nicolao Eymerico in suo Directorio Inquisitorum, ab eodem fuisse confictam…. Adhuc sub judice lis est.» Comment. in I.am P., Sum. Th., disp. 133, cap. IV.

(3) Pueden citarse, entre otros, los nombres del famoso Jordano Bruno, de Cornelio Agripa, del veneciano Valerio de Valeriis, de los españoles Pedro Ciruelo, de Antonio Guevara con otros muchos; del francés Lavineta, del alemán Juan Gerardo, a los que pudiera añadirse el nombre tan respetable de Leibnitz, quien en varios lugares de sus obras habla con elogio de Lulio.

(4) Hist. comp. des Systèm. de Phil., t. IV, cap. 27.

(5) Después de afirmar que el ser o verbo es el objeto adecuado de la sabiduría cabalística, y que por esta razón es la reguladora de las demás ciencias, añade: «Haec sapientia kabbalistica dividitur in tres partes, quarum prima est de partibus subjecti (objecti) ejus, quae sunt bonum, magnum, durans, potens, sapiens, volens, virtuosum, verum, et gloriosum…. Primus tractatus tres comprehendit partes, quarum prima est alphabeti et figurarum, quae in hoc opere usitantur. Secunda est quidditatum partium subjecti hujus adaequatis, et tertia est regularum quibus scientia utitur, quae omnia mirabiliter oblivioni resistunt, et dicitur haec doctrina kabbala, quod idem est secundum Hebraeos, quod receptio veritatis cujuslibet rei divinitus revelatae animae rationali; et secundum modernos kabbalistas, kabbala cum sit nomen compositum ex duabus dictionibus, videlicet, abba et ala, abba enim arabice idem est quod pater latine, et ala arabice idem est quod Deus meus. Et cum Deus meus nomen nihil aliud importet nisi Christum…. qui vere filius Dei est; et filius Dei nihil aliud importet nisi sapientiam divinam, propterea dicimus quod hoc vocabulum Kabbala…. nihil aliud arabice importans latine praeter superabundans sapientia: est igitur Kabbala habitus animae rationalis ex recta ratione divinarum rerum cognitivus; propter quod est de maximo etiam divino, consequutive, divina scientia vocari debet.» De auditu kabbalistico, prol.

      Vese ya por este pasaje la importancia que Lulio concedía a la Cábala, a la vez que el giro desusado y violento que da a la palabra para obligarla a significar la sabiduría divina como expresión del Hijo de Dios.

     Como muestra de su procedimiento o formulas cabalísticas en este tratado, y en general en casi todos sus escritos, transcribiremos el siguiente pasaje, adviniendo que se refiere sólo al alfabeto que sirve de principio para las fórmulas y combinaciones, sin hablar de los círculos, triángulos y cuadros sinópticos que forma con dicho alfabeto: «Alphabetum est hoc, videlicet, B. C. D. E. F. G. H. I. K.: significat enim B., bonum et ejus abstractum, differentiam, Deum, justitiam, avaritiam, et utrum; C, significat magnum, et ejus abstractum, concordantiam, angelum, prudentiam, gulam, et quid est; D., significat durans et ejus abstractum, contrarietatem, coelum, fortitudinem, luxuriam, et de quo est.» Ibid., cap. I.

(6) He aquí algunos de estos pasajes: «Quia tua Incarnatio est diversa a tua Trinitate, propterea ratio uno modo est actualiter in anima per cognitionem tuae Trinitatis, et alio modo est in ea potentialiter per credentiam et fidem tuae Incarnationis.» De Contempl. Dei, lib. IV, distinc. 36, cap. CCXXXIX.

     «Per hoc quod inuiidus sit unus et sit iu tribus rebus…. probatur et demonstratur quod Tu (Domine) sis in Trinitate personarum, quae sunt unus Deus.» Ibid., cap. CCXLVI.

     «Quaudoque intellectus inquirit in memoria significationes quae per rationes necessarias demonstrant et probant. Te esse in numero trium personarum, et tune mea anima orat et contemplatur tuam sanctam Trinitatem per veras rationes, signiticatas et demonstratas per rationes necessarias.» Ibid., lib. V. cap. CCCXVII.

(7) He aquí este raciocinio, que merece fijar la atención: «Non minoris actualitatis, potestatis et nobilitatis est bonitas infinita, quam bonitas finita; sed bonitas finita est ratio bono finito quod producat naturaliter et de se bonum finitum: ergo bonitas infinita erit ratio bono infinito quod producat naturaliter et ex se bonum intinitum: ergo cum in Deo sit bonitas infinita producet bonum infinitum: nihil autem aliud a Deo potest esse infinitum, sed solus Deus, ut probatum est: ergo Deus, cum sit bonum infinitum, producet bonum infinitum, et per consequens idem et aequale sibi in bonitate, essentia et natura, cum superius probatum sit quod non possunt esse duo vel plura infinita per essentiam diferentia. Cum ergo omnis actio sit suppositorum, scilicet, suppositi ut producentis, et suppositi ut producti, nam inter producens et productum oportet esse distinctionem suppositorum, cum idem non possit seipsum producere, in divinis erit suppositum producens et suppositum productum…. sequitur ergo personaram pluralitas.» De articulis fidei, cap. VII.

Escuela escotista                                                                                                                               Durando

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