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Torre de Babel Ediciones

Prólogo a El evangelio del Buddha, de Pablo Carus

El evangelio del Buddha – Pablo Carus
Prólogo

Glosario de términos buddhistas Índice
Prólogo

Para el que está familiarizado con las Escrituras Sagradas del buddhismo, accesibles al mundo occidental, gracias al celo infatigable y al talento de sabios tales como Burnouf, Hodgson, Bigandet, Bühler, Foucaux, Senart, Weber, Fausböll, Alejandro Csoma, Wasileyet, Rhys Davids, F. Max-Müller, Childers, Oldenberg, Schiefner, Eitel, Beal, Spence Hardy, etc., este libro no necesita prefacio. A los que las ignoran puedo decirles que la urdidumbre de su contenido está sacada del antiguo canon buddhista. Muchos pasajes —y ciertamente son los más importantes—, se han copiado al pie de la letra de las traducciones de los textos originales. Algunos se han interpretado ligeramente, pero ha sido para ofrecerlos más inteligibles a la generación actual. Unos se han retocado y otros han sido extractados. Fuera de los tres primeros capítulos y de los tres últimos, he hecho pocas adiciones por mi parte, y aun éstas no son ni meros adornos literarios ni alteraciones de las doctrinas buddhistas. No contienen sino ideas cuyos prototipos pueden encontrarse en las varias tradiciones del buddhismo, y no se han escrito sino para dilucidar sus principios fundamentales. Los que quieran remontarse del buddhismo de este libro a su fuente original, encontrarán al final de este volumen una tabla de referencias indicadora, tan brevemente como se puede, de los documentos que se han utilizado en sus diversos capítulos y los paralelismos que se notan con las ideas occidentales, y particularmente con los evangelios cristianos (1)

El buddhismo, como el cristianismo, está dividido en innumerables sectas, separadas sobre todo por supersticiones o ritos particulares, y con frecuencia ellas consideran los dogmas a que están ligadas como los rasgos más importantes e indispensables de su religión. Este libro no sigue ninguna de las doctrinas sectarias, sino que toma una posición ideal que todos los verdaderos buddhistas pueden aceptar como un terreno común. Su principal originalidad está en la coordinación de este Evangelio del Buddha, bajo una forma armoniosa y sistemática. Sin embargo, en lo que concierne al conjunto de sus diversas partes se le puede considerar como una simple compilación, y el compilador ha procurado tratar los materiales de la misma manera que, según su opinión, el autor del cuarto Evangelio del Nuevo Testamento lo ha hecho con los relatos de la vida de Jesús de Nazareth. Se ha arriesgado a colocar los hechos de la vida de Buddha a la luz de su importancia religiosa y filosófica: ha suprimido la mayor parte de sus adornos apócrifos, principalmente los que pululan en las tradiciones septentrionales; pero no ha creído prudente vacilar en conservar lo milagroso que se ofrece en los relatos, toda vez que un fin moral parece justificar la mención que se hace de ello; se ha podado únicamente la exuberancia maravillosa que se refiere a las cosas más increíbles, evidentemente destinada a herir de un modo más vivo al espíritu, aunque en realidad no hacen más que fatigarle. El milagro ha cesado de ser una prueba en favor de la religión; sin embargo, la creencia en el poder del Maestro fortifica todavía la santa veneración de los primeros discípulos y refleja un entusiasmo religioso.

Si no quiere el lector arriesgarse a una mala interpretación de la idea fundamental de las doctrinas del Buddha, ha de recordar que el término «yo» ha de tomarse en el sentido que lo emplea el Buddha. El «yo» humano puede ser y ha sido comprendido en un sentido contra el que Buddha no hubiera hecho ninguna objeción. El Buddha niega la existencia del «yo» tal como se la comprendía generalmente en su época, pero no niega la mentalidad del hombre, su constitución espiritual, la importancia de su personalidad; en una palabra, de su alma. Pero niega la misteriosa entidad egotista, el atman, en el sentido de una especie de mónada-alma que algunas escuelas suponían existir luego o en la actividad corporal y física del hombre, como un ser distinto, como una especie de esencia y un agente metafísico pretendido como el alma.

El buddhismo es monista. Pretende que el alma humana no es un compuesto de dos cosas: atman (el yo) y manas (la mente o el pensamiento), sino que está formada de pensamiento sólo. Los pensamientos del hombre constituyen su alma; ellos, de ser algo, son su yo, y no hay atman que se añada o separe del yo. Por consiguiente, la traducción de atman por alma, que implica la negación de la existencia del alma por Buddha, es completamente equívoca.

Los representantes buddhistas de las diferentes escuelas y comarcas reconocen la exactitud de la versión que aquí damos y nos recalcan especialmente el asentimiento del buddhismo del Sur, como en las traducciones de sus escritos sagrados el término atman lo traducen comúnmente por alma

The Buddhist, órgano del buddhismo de la iglesia del Sur, escribe a propósito de El Evangelio del Buddha

«Lo más extraordinario de este libro es la consideración del dificilísimo problema y la clara enunciación doctrinal de la debatida cuestión del atman, como enseña el buddhismo. Y tanto, que examinada por nosotros mismos la cuestión del atman en los libros del Canon del Sur, la opinión del Dr. Pablo Carus es exacta y nos aventuramos a pensar que no se opone a la doctrina del buddhismo del Norte.»

Esta atman-superstición no es sólo común en la India, sino en el mundo entero: corresponde al egotismo habitual del hombre en la vida práctica; son dos ilusiones que proceden de la misma fuente: la feria de las vanidades mundanas que llevan al hombre a creer que la razón de ser de su vida está en su «yo». El Buddha intenta destruir por completo todo pensamiento del «yo», de manera que no dé más fruto. Así, el Nirvana del Buddha es un estado ideal en el que el alma del hombre, después de purificarse de todo egoísmo y de pecado, viene a ser la residencia de la verdad, que le enseña a rechazar las solicitaciones del placer y a emplear todas sus energías en el cumplimiento de los deberes de la vida.

La doctrina del Buddha no es el nihilismo. El estudio de la naturaleza del alma humana prueba que si no existe ni atman ni entidad egoísta, la verdadera ciencia del hombre es su karma, el que no afectado por la muerte continúa viviendo. Al negar así la existencia de lo que tomamos por nuestra alma y de lo que tememos se destruya por la muerte, el Buddha abre realmente a la humanidad, como él mismo lo dice, las puertas de la inmortalidad, y echa la piedra angular de su moral y también del consuelo y del entusiasmo que procura su religión. El que no vea el aspecto positivo del buddhismo, está incapacitado para comprender cómo ha podido ejercer una influencia tan considerable sobre millones y millones de seres.

Este volumen no se ha hecho para contribuir a la solución de problemas históricos. El compilador ha estudiado un asunto, tan seriamente como se lo han consentido las circunstancias; pero no pretende por ello ofrecer una obra científica. Este libro no tiende tampoco a popularizar los escritos buddhistas ni ofrecerlos baso una forma poética. Si este Evangelio del Buddha ayuda a comprender mejor el buddhismo, y si en su sencillez da al lector la impresión de la poética grandeza de la personalidad del Buddha, semejantes resultados no deben considerarse sino como secundarios; su verdadero objeto es mucho más serio. Este libro se ha escrito para hacer reflexionar al lector sobre los problemas religiosos del día; se traza en él la imagen de un maestro religioso de un pasado remoto, a fin de hacerla obrar sobre el presente y que llegue a ser un factor en la formación de lo porvenir.

Es un hecho digno de tenerse en cuenta que las dos religiones más grandes del mundo, el cristianismo y el buddhismo, tengan coincidencias tan sorprendentes en su base filosófica, así como en las aplicaciones morales de su fe, mientras sus métodos para expresarlos en dogmas son radicalmente distintos; y es difícil comprender por qué esas coincidencias han provocado la animosidad en vez de acrecentar sentimientos de fraternidad y benevolencia. Por qué no han de decir los cristianos con F. Max Müller: «Si encuentro en ciertas obras buddhistas doctrinas idénticamente iguales al cristianismo, lejos de asustarme, eso me complace, pues seguramente la verdad no es menos cierta porque crean en ella la mayoría de los hombres.»

El mayor obstáculo procede de una equivocada concepción del cristianismo. Muchos cristianos creen que sólo el cristianismo está en posesión de la verdad, y que el hombre no ha podido, en el curso natural de su evolución moral, obtener una concepción más elevada de la vida que la que ordena una universal benevolencia para amigos y enemigos. Esta estrecha idea del cristianismo está refutada por la mera existencia del buddhismo.

Podemos añadir que el lamentable exclusivismo que prevalece en muchas iglesias cristianas, no se basa sobre la enseñanza de las Escrituras, sino sobre errores metafísicos.

En nuestro sentir, todas las verdades morales esenciales del cristianismo tienen profundas raíces en la naturaleza de las cosas, y no están en contradicción, como se ha pretendido con frecuencia, con el orden cósmico del mundo. La iglesia las ha formulado en ciertos símbolos, y porque esos símbolos contienen contradicciones y están en pugna con la ciencia, las clases ilustradas se han alejado de la religión. Pero el buddhismo es una religión que no conoce ninguna revelación sobrenatural, y proclama doctrinas que no tienen necesidad de otros argumentos que el «venid y ved». El Buddha funda su religión exclusivamente en el conocimiento que tiene el hombre de la naturaleza de las cosas sobre una verdad demostrable. La comparación entre el cristianismo y el buddhismo ayudará poderosamente a distinguir en ambas religiones lo esencial de lo accidental, lo que es eterno de lo que es transitorio, la verdad de la alegoría en que halla su expresión simbólica. Quisiéramos provocar la convicción de la necesidad de distinguir entre el símbolo y su sentido, entre el dogma y la religión, entre las fórmulas de invención humana y la eterna verdad. Con este espíritu ofrecemos al público este libro, abrigando la esperanza de que ayudará al desenvolvimiento, tanto en el cristianismo como en el buddhismo, de la religión cósmica de la verdad.

La fuerza y también la debilidad del buddhismo primitivo, está en que su carácter filosófico permite al pensador, pero no a las masas, comprender la explicación de la ley moral que penetra al mundo. Por esto al buddhismo primitivo se le ha llamado por los buddhistas «la pequeña nave de la salvación», o el Hinayana, porque es comparable a un bote, en que un hombre puede, atravesando la corriente de la mundanidad, alcanzar la ribera del Nirvana. Obedeciendo al espíritu de una propaganda misionera, tan natural en los hombres píos que están apasionados por sus convicciones, los buddhistas siguientes popularizaron las doctrinas del Buddha, poniéndolas al alcance de la multitud. Es verdad que aceptaron muchas nociones místicas y hasta fantásticas; pero rehusaron, sin embargo, que adoptasen verdades morales las gentes que no podían sacar más que incompletamente el sentido filosófico de la religión del Buddha. Construyeron, según su, expresión, una «gran nave de salvación», el Mahayana, en el que las multitudes podían hallar puesto, y que era capaz para transportarlas con seguridad. Aunque el Mahayana tenga indiscutiblemente sus partes débiles, no se le puede condenar por ello, porque llena su objeto. Sin considerarle como el summum del desenvolvimiento de los pueblos entre los que domina, debemos reconocer que se adapta a su condición y que ha hecho mucho por la educación de los mismos. El Mahayana constituye un progreso, porque ha transformado una filosofía en religión y ha tratado de predicar como proposiciones positivas las doctrinas que se expresaron bajo una forma negativa.

Lejos de condenar el celo religioso que ha dado origen al Mahayana dentro del buddhismo, no podemos tampoco asociarnos a los que reprochan al cristianismo su dogmática y sus elementos mitológicos. El cristianismo ha tenido una gran misión en la evolución de la humanidad; ha conseguido infiltrar la religión de la caridad y del perdón en las naciones más poderosas del mundo, para cuyas necesidades espirituales está principalmente adaptado; ha extendido los beneficios de una buena voluntad universal con el menor antagonismo posible frente al natural egotismo, tan fuertemente desarrollado en la raza de Occidente. El cristianismo es la religión del amor. Esta es una ventaja, no exenta, sin embargo, de inconvenientes. El cristianismo enseña la caridad sin disipar la ilusión del «yo», y en este respecto sobrepasa el Mahayana: se adapta más a las necesidades de las multitudes, como el gran barco pronto a embarcarlas; es más comparable a un gran puente, un Mahasentu, sobre el cual un niño puede atravesar el torrente del egoísmo y la vanidad del mundo.

La comparación entre los numerosos y sorprendentes puntos del cristianismo y del buddhismo, puede ser fatal para una concepción sectaria de cualquier religión; pero a fin de cuentas nos ayudará a madurar nuestra concepción de la naturaleza esencial del cristianismo, y nos elevará también a esa fe más noble que aspira a ser la religión cósmica de la verdad eterna.

Esperamos que este Evangelio del Buddha servirá a la vez a buddhistas y a cristianos a penetrar más adentro en el espíritu de su fe, para abrazarla en toda su extensión, en toda su amplitud y en toda su profundidad.

Por encima de todo Hinayana, Hihayana y Mahasetu está la Religión y la Verdad.

Pablo Carus

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(1) En vez de hacerlo en una tabla final, van consignadas en cada capitulo de la versión para mayor claridad. (N. del T.)

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