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UNED – CURSO DE ACCESO – FILOSOFÍA RESUMEN DEL MANUAL «INTRODUCCIÓN AL PENSAMIENTO FILOSÓFICO. Filosofía y Modernidad» |
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Moisés González – Editorial Tecnos |
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CAPÍTULO 3. FILOSOFÍA Y MODERNIDAD
Capítulo 1 – Capítulo 2 – Capítulo 4
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Índice del tema |
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1. Los orígenes de la modernidad A comienzos de la era cristiana, la espléndida obra de la razón griega quedará oscurecida y en gran parte barrida por la fuerza y el arraigo de nuevas formas de fe que, durante muchos siglos, ejercieron su dominio sobre la vida de los hombres. Pero el espíritu que había dado vida al pensamiento filosófico griego renacería con fuerza contribuyendo de forma decisiva a alumbrar un mundo en el que los seres humanos, en lugar de tener que atender a los imperativos de la religión y de la teología, buscaron proseguir el interrumpido proyecto que los filósofos griegos entendieron como «el orden de la razón». Este nuevo mundo en el que la razón, adjetivada cada vez más como «razón científica», sirve de base al sistema de convicciones de los hombres, es el que conocemos como Mundo Moderno El hombre renaciente tiene una nueva imagen del mundo al que no ve como un lugar de paso, sino como algo valioso y bello, objeto digno no sólo de contemplación, sino adecuado para que, mediante su trabajo, el hombre pueda construir en él su morada. Lo que hace que los hombres del Renacimiento sean auténticamente «modernos» es la exaltación de la dignidad y la grandeza del hombre, al convertirle en protagonista de su propio destino. Los humanistas y filósofos enseñarán que el hombre con su inteligencia y con sus manos es capaz de dominar las cosas y de organizar humanamente, esto es, de forma racional y libre, la comunidad a la que pertenece. En los círculos humanistas y filosóficos más renovadores de los siglos XV y XVI se fue consolidando un espíritu crítico desprovisto de prejuicios que impuso un cambio de rumbo en la historia del pensamiento humano al cuestionar el método de la tradición y las «autoridades» sobre el que se había basado gran parte del saber medieval, por un nuevo método de autonomía frente a lo recibido del pasado. El hombre renacentista quiere conocer y gozar de este mundo labrando su existencia en libertad, pero no al margen de Dios. Lo que sí existió ciertamente fue un verdadero proceso de secularización tanto en el pensamiento como en su actitud ante el mundo, pero eso no implicó la irreligiosidad ni el ateísmo, que fueron fenómenos raros en el Renacimiento. Dios estaba presente, pero los hombres se colocaron cara al mundo intensificándose cada vez más su interés por él. La religión se convierte, especialmente durante el siglo XV, en un asunto privado, adoptándose una evidente actitud de indiferencia y de desprecio hacia la autoridad de la Iglesia y de sus representantes. Esta es, sin duda, una de las raíces del protestantismo. Sin embargo, aún reconociendo que el protestantismo contribuyó a librar al hombre de la tutela de la Iglesia en sus relaciones con Dios, no hay que olvidar que la concepción luterana del hombre es tremendamente pesimista y desoladora dejándole atrapado en su culpa y pecaminosidad, angustiado con la conciencia de que su destino está fijado desde la eternidad y que nada puede hacer para modificarlo. Esta concepción del hombre es sin duda profundamente antirrenacentista y antimoderna. Fue precisamente este pesimismo determinista en la concepción del hombre lo que impidió a un humanista liberal como Erasmo el adherirse al protestantismo. Además no hay que olvidar que tanto la Reforma como la Contrarreforma son dos movimientos religiosos, esto es, que ven al hombre y al mundo desde una perspectiva de fe y no de razón que es otro aspecto esencial que caracteriza al hombre moderno. El hombre del Renacimiento, de acuerdo con la tradición clásica, adopta una actitud racional ante el mundo, pero al no haber abandonado su fe religiosa mantiene una escisión interior que sólo supera en la medida en que su fe es algo consuetudinario y convencional. Los renacentistas adoptan una actitud que está en la línea de la tradición clásica, y efectivamente la renovación cultural que tuvo lugar a finales del siglo XIV y comienzos del XV tuvo como lema el del «retorno los clásicos». El humanismo filosófico sostenía ciertamente la necesidad de estudiar e imitar a los antiguos, pero no se limitaba en absoluto a glosarlos e interpretarlos, sino que veía en ellos auténticos modelos del uso autónomo de la razón. Al mirarlos como modelos del pensar y no como dioses omniscientes, sustituyeron el principio de autoridad, método que había sido utilizado en la Edad Media, por el de la libre investigación. Fueron precisamente los filósofos humanistas los que, debido a sus preocupaciones histórico-críticas, trataron de situar a los pensadores antiguos en sus dimensiones precisas, encuadrándolos en su propia época. Así, por ejemplo, Aristóteles es visto como un gran filósofo, pero no como la encarnación de la ciencia, y su pensamiento fue necesariamente limitado precisamente por ser un producto histórico, ligado a determinado tiempo y lugar y surgido para responder a situaciones y problemas propios de su época. A medida que nuevos descubrimientos geográficos, científicos y técnicos fueron llegando, se pudo experimentar la limitación de las doctrinas de los antiguos, lo que provocó que se volviese la espalda a las teorías recibidas, y que la experiencia y reflexión personal se constituyesen en métodos imprescindibles del nuevo rumbo del pensamiento. El nuevo orbe filosófico que surge en esta época permite separar claramente a la filosofía renacentista de la escolástica medieval tanto por las nuevas exigencias metodológicas como por cambiar la imagen de una filosofía que empieza a interesarse por investigaciones concretas y precisas en el orden de las ciencias humanas y en el de la naturaleza, pero sigue existiendo una problemática heredada en parte de la filosofía medieval cristiana, como, por ejemplo, la preocupación por el lugar que ocupa Dios en el esquema de las cosas. La filosofía humanista fue sólo el primer paso de un desarrollo intelectual en la línea de un pensamiento secular moderno. En el Renacimiento se dio una enorme importancia al hombre, a su dignidad y a su lugar privilegiado en el Universo, y estos aspectos son característicos de esta época y no enlazan con influencias medievales, para las que la dignidad del hombre no descansaba en su libertad y capacidad de creer, sino en ser una criatura hecha a imagen y semejanza de Dios. En este sentido puede decir con razón Ortega que «La vida antigua fue cosmocéntrica; la medieval teocéntrica; la moderna antropocéntrica» |
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2. El hombre protagonista de su destino La creencia, auténticamente humanista, en la potencia creadora del hombre capaz de modelar el mundo y su propio destino, frente a una concepción estática del hombre que dominaba en el Medievo y que veía a éste como un mero espectador en el conjunto de las fuerzas cósmicas y cuya alternativa era confiar en Dios, surgirá en el Renacimiento un nuevo concepto de hombre que, confiado en sí mismo, en su razón, en su capacidad de construir, debe convertirse en artífice de sí mismo y de su destino. Otra línea argumental en el Renacimiento: afirmando con la misma intensidad la excelencia del hombre, no la concibe como lo hacen Pico y sus seguidores. La realización del hombre sigue estando en la libertad, pero una libertad entendida de forma muy distinta, en especial en lo que se refiere a la relación del hombre con la naturaleza, cuyo poder queda limitado por el inmutable orden de las cosas al que el hombre como todos los demás seres está atado. Esta línea de pensamiento es la que se encuentra en Pompanazzi, máximo representante del aristotelismo paduano, y que está al mismo tiempo fuertemente influenciado por las corrientes humanistas. El va a defender una concepción de la dignidad del hombre que nada tiene que ve con la de Pico: en su libro «De incantionibus» en el que pretende reducir a causas naturales todos los fenómenos «maravillosos» o «milagrosos» que se atribuían a causas sobrenaturales, va a defender una concepción de la naturaleza rígidamente naturalista y determinista, siendo su determinismo de carácter astrológico, que afecta tanto al mundo natural como al humano. Mientras en Pico el hombre alcanza plenamente su fina para el que está destinado cuando se convierte en «libre escultor y modelador de sí mismo», exaltando la libertad, Pompanazzi, en cambio, reduce la libertad al marco de las inflexibles leyes generales de la naturaleza, y cree que el hombre se realiza como tal, afirmando su humanidad, cuando actúa moralmente. Frente a una concepción del mundo centrada en la humanidad que es entendida como libertad creadora por la que el hombre se distingue de la naturaleza y la supera y domina, surge otra centrada en la naturaleza, en la que el hombre queda negado como un simple elemento del todo. Son los dos polos de la filosofía del Renacimiento, que implican dos conceptos distintos del hombre.
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3. El hombre constructor de la sociedad política La confianza de los humanistas en el hombre se manifiesta también muy especialmente en la capacidad de construir la sociedad política, extendiendo el orden de la razón a las comunidades humanas, tratando de establecer un estado justo, capaz de superar los conflictos y conseguir el bienestar para la colectividad de los hombre. El compromiso político aparece de forma destacada en una gran parte de los escritos humanistas. Posiblemente la aportación más importante de los pensadores políticos del Renacimiento fue el descubrimiento de la humanidad como un todo, independientemente de la comunidad particular a que dada uno pertenece. La humanidad estaba integrada por individuos vinculados entre sí en la medida en que todos y cada uno formaban parte de una «especie humana» y unitaria. La sociedad humana esta integrada por seres libres e iguales (aunque sólo fuera formalmente), y los descubrimientos científicos y técnicos eran patrimonio de toda la humanidad.
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4. El camino hacia un pensamiento secular y libre El logro de la libertad de pensamiento, sin la cual no hubiese sido posible la ciencia ni la filosofía moderna, fue uno de los más preciados dones que los filósofos renacentistas nos dejaron. Pero fue una conquista que lograron a costa de muchos sufrimientos: procesos como los de Galileo, largos cautiverios como el de Campanella, e incluso algunos terminaron sus vidas en la hoguera como Bruno o Vanini, no sin que antes a este último el verdugo le cortase la lengua por blasfemo. Con este espíritu, Pompanazzi proclamará la necesidad de retomar al puro Aristóteles como modelo a seguir en el uso de la razón científica. Afirma no necesitar en absoluto del mundo de la fe religiosa para fundar y construir, sobre bases propias y autónomas, la ciencia de la naturaleza, la psicología e incluso la ética. En ningún momento pretende conciliar el punto de vista de la razón con el de la fe, o disimular la evidente contradicción entre ambos, más bien parece querer acentuar el conflicto, llegando a sostener sin ambages en su libro «De inmortalitae animae» que toda la metafísica escolástica del alma es mera fábula carente de todo fundamento. La solución al conflicto no intentó hallarla en buscar soluciones de compromiso que siempre rechazó tajantemente sino en separar la filosofía de la fe. Sostuvo, pues la famosa teoría de la doble verdad, que , según sus palabras, venía a significar adherirse a la filosofía hasta donde lo quiere la razón y a la teología hasta donde lo quiere la Iglesia. Parece claro que en Pompanazzi tal teoría se presenta como la única forma de afirmar la independencia de la filosofía frente a la teología y evitarse además males mayores. Al igual que Pompanazzi, pero desde una posición filosófica muy distinta, Campanella proclamará con tenacidad el derecho de cada cual a regir su propia vida, es decir, a pensar y vivir libremente. El principio de autoridad que ciega y paraliza las mentes y los corazones debía ser sustituido por el de la libre investigación. Su «pensa, uomo, pensa», expresa magníficamente todo un programa de vida que nadie tiene derecho a obstaculizar. Poner límites al pensamiento es enfrentarse al hombre, negándole el derecho a convertirse en la imagen bella de Dios, e incluso es un delito contra Dios mismo que es «racionalidad suprema, de la cual por participación somos nosotros los hombres llamados seres racionales». En Giordano Bruno tenemos otro de los grandes filósofos renacentistas luchadores por la «libertad filosófica» en contra del dogmatismo, la intolerancia y contra la ignorancia especialmente peligrosa cuando se cubre con el velo de lo sagrado, y a la que él de forma sarcástica definió como «santa asinitá». Perseguido por todos, católicos y protestantes, tuvo que peregrinar a la fuerza por Europa en busca de un lugar donde exponer libremente su pensamiento. En Ginebra en el año 1579 estuvo a punto de ser llevado a la hoguera por los calvinistas, pero logró salvarse porque se retractó, cosa a la que años más tarde, cuando cae en manos de la Inquisición de Venecia -1592- y romana -1593-1600- se negaría por no estar dispuesto a renunciar a su «amada filosofía». El 8 de febrero del año 1600 se emite la sentencia definitiva que declaraba a Bruno «herético, impenitente, obstinado y pertinaz, y como tal degradado de todas las ordenes eclesiásticas,… «Y tanto perseveró en su obstinación que fue conducido por los ministros de justicia al «Campo de las flores», y allí desnudado y atado a un palo fue quemado vivo, acompañado siempre por nuestra compañía cantando las letanías y los Padres le pidieron hasta el último momento que abandonara su obstinación con la que terminó su miserable o e infeliz vida». El más famoso de todos los conflictos que tuvieron lugar en esta época estuvo protagonizado por Galileo y la Inquisición romana. La batalla que libró Galileo lo fue en defensa de la libertad científica buscando liberar a la ciencia del sometimiento a la teología, haciendo de ella un saber autónomo. En opinión del científico italiano, la ciencia y la fe se sitúan en campos completamente distintos y para él, como científico, por una parte, que confía en el valor de objetividad de la ciencia y como creyente católico por otra, debían ser perfectamente compatibles. El saber acerca de la naturaleza sólo se podía adquirir, opinaba Galileo, a través de un proceso continuo de investigación que nadie tenía derecho a obstaculizar. En las ciencias mandan los hechos y los argumentos y contra ellos nada podemos hacer. Ese ambiente de represión intelectual no fue una constante durante todo el Renacimiento. En la primera época el ambiente fue de una gran tolerancia y libertad que acompañó al proceso de creciente secularización dándose una cierta coexistencia pacífica entre la religión por un lado y la ciencia y la filosofía por otro. En el siglo XVI el proceso de secularización se interrumpe y las iras de la represión se desencadenan. El momento clave de ese cambio de rumbo tiene un nombre: el Concilio de Trento (1545-1563). Con él triunfó la Contrarreforma y con él dio comienzo una etapa que puso fin al espíritu de tolerancia y libertad que había producido el primer Renacimiento. La Iglesia se lanzó no sólo contra la Reforma protestante, sino también contra la libertad filosófica y científica que podía poner en peligro en su opinión, la ortodoxia de la fe. La Iglesia que surgió de Trento, una vez derrotada la corriente humanista que vivía en el seno de la misma, trató de impedir a toda costa la libre circulación de ideas. El ambiente de asfixia afectó a todos los órdenes de la cultura sin excepción. La primera oleada represiva fue la más dura, convocándose a numerosos intelectuales ante la Inquisición. |
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5. Revalorización del mundo humano: el amor a la vida Uno de los grandes méritos que cabe asignar a los humanistas es la revalorización de toda manifestación de la vida., que recupera su preeminencia, valor y belleza. El tema de la muerte y la preocupación por el más allá pierden terreno. Los humanistas del primer Renacimiento no viven su vida pendiente de la muerte, convencidos con Epicuro que «mientras se vive no existe la muerte». Nadie mejor que los personajes del «Decamerón» de Boccacio para expresar este nuevo espíritu vital, quienes en medio de los estragos de la peste y rodeados de la muerte por todas partes no se entregan a penitencias y plegarias para bien morir, sino que parten juntos en busca de una vida de belleza y de placer. Nunca, mientras dura la peste, piensan en la posibilidad de morir. Sin embargo, no hay que considerar que los humanistas pretendieron sustituir la naturaleza por Dios, incurriendo así en lo que se podría considerar un ateísmo teórico. No hay tal ateísmo en el Renacimiento, salvo en casos excepcionales. En realidad, lo que es dominante es la idea de considerar la obra de Dios, tanto la naturaleza como el hombre, como algo digno y valioso en su totalidad. Se trata de recuperar la inocencia y la pureza de lo que ha salido de las manos de Dios; de ahí que ir contra la naturaleza o mutilar al hombre es pecar contra Dios. La naturaleza y el hombre es obra de Dios y todo lo que es natural es divino y bueno. Los renacentistas no creen en el «pecado original» que corrompió la naturaleza y el hombre y que provocó en la Edad Media el desprecio del mundo. No hay pecado y, por tanto, tampoco corrupción o depravación y, en consecuencia, es posible frente a ese «desprecio del mundo» que es también un desprecio del hombre, proclamarlo, como hacen los humanistas, la alegría y el goce de la vida. No sólo el deseo carnal dejó de ser pecado, también dejaron de serlo la sed de riqueza y de poder. Efectivamente, los renacentistas valorarán los bienes terrenos, producidos por el trabajo del hombre. El ideal de la pobreza, ensalzada en la Edad Media, se convierte ahora en algo despreciable De todas formas, conviene señalar que esa revalorización del mundo humano constituyó uno de los modelos básicos de conducta del Renacimiento, dominante en el ambiente de los humanistas del siglo XV, pero no fue la única forma de comportamiento vital que existió en la época. Persistieron actitudes tradicionales propias del ascetismo cristiano, prontas a resurgir con fuerza y arrasar esa especie de «epicureismo pecaminoso» que se había infiltrado por doquier, incluso en la corte de los Papas. La Reforma y como reacción la Contrarreforma trajeron una oleada religiosa de regeneración de un hombre que se decía corrompido por el pecado.
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6. Nueva actitud ante la naturaleza a) El mundo objeto digno de contemplación Consecuencia inmediata de la actitud positiva ante el mundo fue el estudio de la naturaleza en busca de una imagen objetiva de la misma, cuyo resultado final dio lugar a la aparición de la ciencia moderna y del método científico experimental, fenómenos ambos que no hubiesen sido posibles sin el concurso del pensamiento renacentista, pues a ellos correspondió el mérito de intentar una explicación «natural» o «científica» del universo, al margen de cualquier tipo de recurso a lo sobrenatural. Sin embargo, la exploración científica de la realidad va a desarrollarse en os líneas de pensamiento perfectamente diferenciadas. La primera de ellas corresponde a la escuela paduana y tiene a Pompanazzi como máximo representante. Defiende una concepción naturalista del mundo que busca, utilizando a Aristóteles como modelo, una descripción del orden universal en el que las fuerzas que ejercen su acción son siempre las mismas y su influencia se extiende al conjunto de los seres, incluidos el hombre y la sociedad humana. A pesar de que admite un Dios independiente de la naturaleza, ésta se explica por sí misma, pues Dios no actúa directamente, sino a través de lo acontecimientos y fuerzas naturales. En el mundo de Pompanazzi no hay lugar para acciones milagrosas, divinas o demoníacas. Los fenómenos «aparentemente milagrosos» pueden ser explicados por causas naturales, que él atribuyó a la influencia de los astros. Cuando Galileo reemplace el concepto astrológico de la causa por el físico-matemático, tendremos una ciencia exacta de la naturaleza. La otra corriente de pensamiento que tiene como máximo exponente a Bruno, mantiene una concepción unitaria inmanentista de la naturaleza, descartando cualquier tipo de trascendencia al devolver a Dios al mundo y al defender, en consecuencia, una postura panteísta. Bruno concibe el universo como vida infinita e inagotable, esto es, Dios mismo presente en todas las cosas,. Esto es lo que explica que en Bruno el espíritu científico de todos sus escritos naturales vaya unido a una exaltación poética del universo, que respeta la objetividad de la naturaleza, pues la experiencia emotiva surge del conocimiento de la misma y no antes. Nadie como Bruno ha sabido marcar la distancia que va de la época medieval con su universo cerrado, finito, inmutable, definido, a la edad nueva con un universo infinito, abierto, rebosante de posibilidades. b) El hombre dominador del mundo por su conocimiento y voluntad El Renacimiento entendió el saber no como mera contemplación sino como obra activa que buscaba apropiarse de la naturaleza para hacernos dueños de las cosas. Estamos ante un nuevo tipo de saber que, como dice Leonardo de Vinci, debe «ensuciarse las manos», añadiendo la obra al pensamiento. El saber, pues, debe ser operativo. La vertiente científica de la magia renacentista aparece claramente en el pensamiento de Campanella que intentó expresamente reducir la magia a ciencia, llegando incluso a hablar, entre las distintas formas de magia, de la «artificial real», porque producía efectos reales. Sin embargo, el programa campanelliano de reducir la magia a ciencia fue imposible, y no sólo por el carácter excepcional del mago o por la carencia de un método preciso de conocimiento y de acción, sino porque la magia supone una concepción del mundo y del hombre con la que estará en completo desacuerdo la ciencia moderna. Efectivamente, el mundo de la magia es un universo vivo en todas sus partes. Esta imagen del universo será abandonada totalmente por la nueva ciencia en la que predomina una concepción mecánica del mismo. El mundo no es concebido como un ser vivo y divino, penetrado por distintas fuerzas o espíritus, sino más bien como un mecanismo de relojería divino, o como un sistema matemático orgánico tal como es presentado por Galileo El primero que reaccionó de forma un tanto violenta contra la magia por ser totalmente incapaz de abrir al hombre el dominio sobre la naturaleza fue Leonardo da Vinci. Pero su concepción del saber es deudor del de la magia que se presenta a si misma como ciencia activa. Leonardo protestará contra el saber que se limita a contemplar y defiende la idea de un saber activo, que busca expresarse en obras. Frente a los discursos vacíos, a la mera pasividad contemplativa, él reivindicará el arte mecánica, la obra de las manos que es donde triunfa la dignidad del hombre como fuerza activa que se despliega en el mundo. De igual forma la deuda de Francis Bacon en relación al pensamiento mágico parece evidente por su concepción de la ciencia como poder, que observa e interpreta la naturaleza para dominarla y construir en ella el reino del hombre. Para Bacon el progreso de las construcciones teóricas y el progreso de la condición humana van unidos: de ahí que él que pretenda una renovación total de la sociedad humana se esfuerce por una reforma de las ciencias y de las artes señalando con claridad los fines que deben guiar al conocimiento humano. La contribución de Bacon a la ciencia consistió sobre todo en poner de manifiesto el lugar que ocupaba en la vida humana. c) De la magia a la ciencia: Galileo y el método científico En la relación erótica del mago con la naturaleza, en la que todas las cosas se hallan conectadas entre sí por el amor, se basa la posibilidad de conocerla y operar sobre ella. Estamos ante la llamada magia «simpática» que ve en el amor la fuente del conocimiento y del poder humanos. Si comparamos la concepción de la naturaleza aquí supuesta y la función del hombre-mago que en ella actúa, con la de Galileo y el papel del científico-investigador habremos comprendido la distancia que separa la magia de la ciencia. La naturaleza se presenta a Galileo como un sistema sencillo y ordenado, en el que cada acción es totalmente regular e inexorablemente necesaria. Esta rigurosa necesidad de la naturaleza resulta de su carácter fundamentalmente matemático: la naturaleza es el dominio de las matemáticas. El gran libro de la naturaleza está escrito en lenguaje matemático, siendo sus caracteres los números, los círculos, los triángulos y otros elementos matemáticos. En consecuencia, el método de filosofar será buscar la verdad con razones claras y no mediante fantasías que a nada conducen. La razón científica no puede contenerse con aproximaciones poéticas o intuiciones de cualquier tipo, sino con experiencias sensibles y demostraciones necesarias, pues a la naturaleza, dice Galileo, no le gusta la poesía. |
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El movimiento humanista introdujo una nueva modalidad de pensamiento historiográfico que rechazó la visión teológica y providencialista de la historia que había dominado en la Edad Media y que al basar la explicación de los distintos acontecimientos en la intervención de la providencia divina, había reducido la historiografía a mera crónica y narración de hechos milagrosos. La historia, con los humanistas, se convierte en un saber digno que busca descubrir los principios que rigen la sucesión de los acontecimientos humanos. Los humanistas presentan el acontecer histórico como un todo cuyo sentido era preciso dilucidare ello supone que la historia tiene una trama que corresponde descubrir al historiador. La mayoría de los renacentistas sostuvieron la idea del progreso histórico. Los autores que sostuvieron la idea del progreso creyeron que la raíz y cansa del mismo residía en el poder creador del hombre y en su voluntad para intervenir y definir el mundo de los acontecimientos humanos. Pero puesto que el progreso iba unido a la acción de los hombres, no se podía excluir la posibilidad de un retroceso o decadencia. Así, consideró Maquiavelo, la antigüedad clásica era mejor que la actual, pues la educación que recibieron los clásicos, basada en una religión que exaltaba a los hombres activos, es mejor que la religión cristiana que glorifica a los humildes y contemplativos que ponen el sumo bien en el desprecio de las cosas del mundo. La prosperidad de la Antigüedad y la miseria actual, afirma Maquiavelo se debe a la diferencia en las religiones. Pero junto con la postura de pensadores como Maquiavelo, Guicciardini y Bodino, se desarrolló otra que no dudó en afirmar la posibilidad para el hombre de un progreso sin límites y sin condicionamientos de ningún tipo, dependiendo tan sólo el llevarlo a cabo, de su inteligencia, de sus manos y de su propia voluntad. Esta línea de pensamiento está representada por Pico, Campanella y Bruno. Para ellos, el hombre puede llegar a serlo todo, con su esfuerzo, voluntad y laboriosidad, el hombre puede convertirse en una especie de dios en la tierra. Sin embargo, una teoría de la cultura y una filosofía de la historia plenamente desarrollada no la encontraremos hasta la primera mitad del siglo XVIII con la «Ciencia Nueva» de G.B. Vico, pero se trata de una teoría de la historia que responde totalmente al espíritu del humanismo renacentista. La posibilidad de hacer de la historia una ciencia la fundamenta Vico en dos principios: el criterio de que conocemos sólo aquello que hacemos, y el principio que afama que la historia ha sido hecha por los hombres y, por tanto, puede ser por ellos conocida
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