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Torre de Babel Ediciones

Jano – Historia de los héroes y semidioses de los griegos

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Historia de los héroes y semidioses de los griegos – Capítulo X – Jano

Fue el rey más antiguo del Lacio de que hacen mención la fábula y la Historia. Era hijo de Urano o del Cielo y de Hécate, si bien otros dicen que nació en Atenas y que cuando fue hombre equipó una flota con la cual se dirigió a Italia, donde hizo varias conquistas y edificó una ciudad que llamó de su nombre Janícula. Suponen algunos que, durante su reinado en el Lacio, Saturno expulsado del cielo se refugió en sus dominios. Fue tal la buena acogida que Jano dio a Saturno, que agradecido éste, le dotó con el doble conocimiento de lo pasado y lo futuro. Por esto se representa a aquel rey con dos rostros, el anterior para indicar que conoce todo lo que ha de venir, y el posterior todo lo que ha sucedido. Se le pinta, además, teniendo una llave en una mano y un bastón en la otra, significando lo primero que abre la puerta del año, razón por la que le consagraban el mes de enero, que llamaban «Januarius», y lo segundo que preside en los caminos.

Comenzaban los antiguos romanos sus ceremonias religiosas invocando a Jano, porque estaban en la creencia que presidía a todas las puertas, a todas las entradas y que no se podía llegar sin él hasta donde están los demás dioses.

Tenía Jano un templo en Roma que estaba cerrado en tiempo de paz y abierto en tiempo de guerra. Las puertas de este templo estaban cerradas con cien cerrojos y con barras de hierro, a fin de que fuese más difícil abrirlas, significando con esto que la guerra, que es el más cruel azote para la Humanidad, jamás debía emprenderse ligeramente.

Declarada la guerra, abría el templo el Cónsul, vestido con la trábea quirinal, que era una toga que tenía entretejidas o sobrepuestas muchas listas de grana, a modo de galones. Penetraba luego el pueblo en el templo, en el cual estaban colgados los sagrados escudos llamados «ancilia», sobre los cuales daban golpes diciendo: ¡Marte, despierta!

¡Cuán pocas veces, por desgracia, niños míos, pudo verse cerrado el templo de Jano! Hubo un tiempo, sin embargo, en que, hallándose Roma señora casi de todo el mundo entonces conocido, gobernando Octavio Augusto, se cerró el templo de Jano. Era que el imperio de los falsos dioses iba a ser destruido. Una religión pura, verdadera, divina, debía substituir al falso, ridículo y degradante paganismo; puesto que entonces vino a redimir a los míseros mortales el Príncipe de la paz, el Mesías prometido.

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