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Torre de Babel Ediciones

Escuela filosófico-teosófica del neoplatonismo. Filosofía Griega. Historia de la Filosofía de Zeferino González.

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HISTORIA DE LA FILOSOFÍA

ZEFERINO GONZÁLEZ (1831-1894)

Tomo ITomo IITomo IIITomo IV

Historia de la Filosofía – Tomo I – Tercer período de la filosofía griega

§ 119 – ESCUELA FILOSÓFICO-TEOSÓFICA DEL NEOPLATONISMO

A la Filosofía de Jámblico y sus discípulos, fomentada y protegida por Juliano el Apóstata, debía suceder, y sucedió en efecto, una reacción contra las exageraciones místico-teúrgicas que la venían afeando y desprestigiando. Esta reacción dio origen a la escuela neoplatónica de Atenas, cuyos primeros representantes fueron Plutarco (distinto del historiador ), hijo de Nestorio; su discípulo Siriano, autor de varios comentarios sobre las obras de Platón y Aristóteles, que se han perdido, y Hierocles de Alejandría. Pero el verdadero y más genuino representante de esta evolución neoplatónica es el famoso Proclo, cuyos numerosos escritos condensan y reflejan la tendencia característica de la escuela neoplatónica de Atenas.

Nació este filósofo en Constantinopla, a principios del siglo V, pero fue educado y vivió durante sus primeros años en una ciudad de la Licia, de donde eran originarios sus padres. Pasó después a Alejandría, en donde fue discípulo por poco tiempo de Olimpiodoro, y completó su educación filosófica en Atenas, al lado de Plutarco, de Asclepigenia, hija de éste, que le inició además en varios misterios y prácticas teúrgicas, y de Siriano, a quien sucedió en la escuela neoplatónica de Atenas, falleciendo en 485. 

Según queda indicado, Proclo representa en el neoplatonismo la unión y amalgama del elemento filosófico y del elemento místico, sin conceder predominio notable al primero, como hiciera Plotino, ni al segundo, como hiciera Jámblico. Su discípulo y biógrafo Marino nos le presenta, en efecto, como un hombre eminentemente teosófico y teúrgico, combinando, interpretando y desenvolviendo por un lado las tradiciones religiosas de los caldeos, persas, egipcios y griegos, y por otro entregado a la práctica de una vida austera, a purificaciones, evocaciones, iniciaciones, expiaciones, y a toda clase de operaciones teúrgicas. Pero esto no le impidió dedicar preferente atención al cultivo de la Filosofía científica y racional, ni los nombres de Orfeo y Homero, Zoroastro y Hermes, le hicieron olvidar los de Pitágoras, Sócrates, Platón, Aristóteles y Plotino, cuyas obras estudió a fondo, escribiendo notables comentarios sobre algunas de ellas (1), sin contar sus obras originales, la Teología de Platón, sus tratados sobre la Providencia, sobre el Destino, sobre la Libertad, sobre la Naturaleza del mal, sobre el Alma y el demonio, con algunas otras menos importantes.

Los puntos capitales de su Filosofía propiamente dicha, con separación de las formas teosóficas y teúrgicas con que se halla mezclada con frecuencia, pueden reducirse a los siguientes:

1.º La Unidad es el Ser primitivo o la Esencia absoluta y universal, que está en el fondo de todos los demás seres. Esta Esencia, una y absoluta, es la causa primera y única de los seres, o, mejor dicho, de todas las manifestaciones y evoluciones del ser; pero, considerada en sí misma, es inaccesible al entendimiento y a la palabra del hombre; en realidad, no es el Bien, ni el ser, ni el no ser, ni siquiera la Unidad, sino que está y es sobre el Bien, sobre la Unidad, sobre el ser y el no ser, sobre la afirmación y la negación: alguna vez sustituye el nombre de bonum al de Unum. Es la Esencia-causa, de la cual sale todo, y a la cual vuelve otra vez todo. El proceso de las cosas de la Esencia-Unidad, se verifica, según Proclo, por gradaciones descendentes, o sea a perfectiori ad minus perfectum, y no en sentido inverso, o sea precediendo a minus perfecto ad perfectius (2), según se supone en la evolución de la Idea hegeliana. Tomado en conjunto, y desde un punto de vista general, este proceso de las cosas, a comenzar de abajo arriba, comprende:

a) El mundo sensible y material.

b) El mundo intelectual inferior, compuesto de las almas humanas y de los demonios.

c) El mundo intelectual superior, que abraza los espíritus puros o ángeles, que también se llaman dioses inferiores.

d) El mundo inteligible, representado por la Inteligencia suprema y el Alma universal. De ésta proceden directamente los demonios y las almas humanas unidas al cuerpo; de aquélla, que es la región propia de las Ideas, proceden los espíritus o almas superiores, cuyo conjunto constituye un mundo que debe llamarse inteligible intelectual, porque participa del inteligible y del intelectual inferior. Sobre estos cuatro mundos, y como fondo potencial y esencia inicial e indiferente de todos, está el Unum o el Bonum primitivo y absoluto, lo que es en si

2.º La materia, considerada en sí misma, no es ni buena ni mala, pero es la fuente de la necesidad que rige las cosas del mundo sensible. La Providencia divina, que tiene por objeto principal los mundos superiores inteligibles e intelectuales, se extiende también al mundo sensible: Providentiam ad ultimum usque procedere, ac nec minimum quidem sui expers

3.º El alma humana, derivación inmediata del Alma universal, pero mediata de la Unidad-Esencia primitiva, como todas las demás cosas, es a la vez eterna y temporal; eterna por parte de la esencia (krausismo), temporal por parte del desarrollo de su actividad. Los males que padece son debidos a sus culpas pasadas y presentes; pero puede librarse y redimirse hasta volver a Dios, siendo absorbida en él por medio de las purificaciones morales, la práctica de la virtud y la intuición intelectual de la Divinidad o del Unum

Proclo establece y demuestra la inmortalidad del alma, y, al hacerlo, insiste sobre la fuerza de reflexión que posee nuestra alma, fuerza que, en concepto del filósofo neoplatónico, constituye el carácter fundamental que distingue y separa las cosas espirituales de los cuerpos o cosas materiales. En este concepto, y desde este punto de vista, la Filosofía de Proclo representa un progreso respecto de la de Plotino, el cual no supo apreciar la trascendencia y aplicaciones de esta fuerza de reflexión como elemento fundamental para la ciencia psicológica y para la demostración de la inmortalidad del alma.

En cambio, y a pesar de esto, Proclo supone y afirma que nuestra alma tiene mayor afinidad y mayor dependencia del cuerpo que las que supone y le atribuye Plotino. Para éste, entre el alma humana y el Unum, sólo median la Inteligencia divina y el Alma universal; pero para Proclo, el alma humana, sin dejar de ser derivación inmediata del Alma universal, tiene sobre sí y alrededor de sí multitud de dioses y demonios, por medio de los cuales comunica con la Divinidad y con el Unum, y de cuyo auxilio o socorro necesita al efecto, y alcanza por medio de las prácticas teúrgicas. Plotino deja entrever con frecuencia la posibilidad, más aún, la facilidad para la razón humana de elevarse de un salto, por decirlo así, a la intuición del Unum, y de moverse y permanecer con cierta espontaneidad y connaturalidad en el mundo inteligible, en el mundo superior o de las ideas divinas, con independencia casi absoluta del cuerpo y de las cosas sensibles. Proclo tiende, por el contrario, a negar esa facilidad de abstracción, independencia y separación del alma del cuerpo a que se halla unida, y del cual depende, según Proclo, aun con respecto a las operaciones y funciones de la razón y de la voluntad. Aquí, como en otras varias cuestiones, el sentido platónico que predomina en Plotino se halla como corregido y modificado por el sentido aristotélico, que Proclo adoptó, combinándolo con el elemento platónico.

4.º En el hombre deben distinguirse cinco grados de conocimiento en relación con los diferentes objetos conocidos. El primer grado se refiere a los objetos sensibles y singulares por medio de los sentidos; el segundo a estos mismos objetos considerados como universales; el tercero se refiere a los objetos matemáticos que prescinden de la materia y a las verdades que se deducen de definiciones y nociones comunes y de los primeros principios; el cuarto se refiere a las Ideas, que constituyen el mundo inteligible y son las verdaderas esencias y causas de las cosas; el quinto es la intuición supraracional y supraintelectual, por medio de la cual el alma se une íntimamente a la Unidad o Esencia absoluta, quedando como transformada y divinizada en ella.

El principio íntimo, la fuente propia del conocimiento intelectual, es la afinidad o semejanza entre lo cognoscente y lo conocido (simile simili cognoscitur), entre la facultad que conoce y la cosa conocida. De aquí se infiere que no debemos buscar el conocimiento de la realidad y esencia de las cosas fuera de nosotros, o sea en los fenómenos externos y sensibles, sino dentro de nuestra alma, la cual contiene en sí las ideas o verdaderas esencias (veras rationes) de todas las cosas, bien que latentes y obscurecidas a causa de la generación, o sea a causa de la unión del alma con el cuerpo: Oportet animam se ipsam ingredientem, ibi veras rationes rerum perscrutari: plena enim est horum animae ipsius essentia; delitescunt vero ex oblivione genefica

  El elemento predominante en la concepción filosófica de Proclo es el platónico, lo mismo que en los demás representantes de la escuela neoplatónica. Nótase, sin embargo, en esta, cierta predilección relativa por la doctrina de Aristóteles, adoptando en todo o en parte algunas de sus teorías. Tal acontece con las que se refieren a la naturaleza y número de las causas, y a la naturaleza o concepto de la facultad o potencia en sus relaciones con la esencia y el acto. Con respecto a este último punto, Proclo se expresa como pudiera expresarse el mismo Aristóteles (3).

Los discípulos y sucesores principales de Proclo fueron Marino de Palestina, que escribió la vida de su maestro; el médico Asclepiodoto, natural de Alejandría; Heliodoro y Anmonio, hijos de Hermias y Edesia, matrimonio que cultivó también la Filosofía neoplatónica; Regias, pariente de Plutarco; Isidoro de Alejandría, que sucedió a Marino, y, por último, Damascio, que regentaba la escuela neoplatónica de Atenas cuando ésta fue cerrada por edicto del emperador Justiniano en el primer tercio del siglo VI. Damascio, Isidoro de Gaza, Simplicio de Cilicia, con algunos otros neoplatónicos, refugiáronse entonces en Persia, donde continuaron por algún tiempo la enseñanza y las tradiciones del neoplatonismo, hasta que desapareció insensiblemente, no sin dejar huellas profundas en los escritores cristianos. En las obras atribuidas a Dionisio Areopagita, en las de Filopón, Boecio, Erigena y algunos otros, descúbrense a cada paso reminiscencias e ideas neoplatónicas, reminiscencias e ideas que, fecundizadas y fundidas al calor de la idea cristiana por los grandes filósofos y teólogos de la Edad Media, suministraron uno de los elementos más importantes para la grande obra de reconstrucción filosófica, llevada a cabo en tiempos posteriores por la escolástica cristiana, de la cual puede decirse que debe su filiación parcial e indirecta a la Filosofía neoplatónica, por razón de lo que ésta influyó en muchos de los Padres de la Iglesia y escritores cristianos de los primeros siglos (4), cuyas obras representan uno de los antecedentes inmediatos y directos de la escolástica citada.

«Tal fue, escribe Ritter, el fin de la Filosofía neoplatónica, y con ella concluyó también la antigua Filosofía. En el año 529, el emperador Justiniano prohibió la enseñanza de la Filosofía en Atenas. Este decreto parece haber sido la ocasión de que los principales filósofos de entonces, entre otros, Isidoro, Damascio y Simplicio, abandonasen a Atenas y se marcharan a Persia. Veían a la Filosofía menospreciada en su país, y veían que las antiguas religiones, a las que ellos estaban apegados, eran perseguidas por una religión enemiga, a la que aborrecían. Desesperaron de la Filosofía en su patria, y como desde años atrás habían aprendido a buscar en el Oriente, fuente de la sabiduría y asiento de la vida religiosa, las opiniones que habían dominado en su escuela, emigraron a Persia, en donde se habían figurado encontrar mejor constitución, y en donde reinaba Cosroes, filósofo a lo Platón. Pero los desdichados sufrieron un gran desengaño. Nada encontraron de lo que se habían figurado. Luego que vieron y observaron aquellas costumbres extranjeras, feroces, injustas y licenciosas; luego que vieron a aquel rey filósofo, pero que no pertenecía a su escuela, y que era más amigo del placer quede la austeridad, se arrepintieron de haber abandonado su patria, desearon vivamente regresar a ella, y así lo verificaron, prefiriendo vivir entre sus compatriotas, a vivir honrados entre extranjeros…. Con ellos, si la Filosofía pagana no descendió enteramente al sepulcro, no dejó ya, sin embargo, huella alguna para la historia.»

Estas últimas palabras de Ritter no nos parecen muy exactas. Es verdad que la Filosofía pagana, considerada como conjunto de doctrinas puramente racionales o exclusivas de la idea cristiana como idea revelada, y considerada también subjetivamente o por parte de sus representantes, descendió al sepulcro con la Filosofía neoplatónica; pero no es verdad que esa Filosofía pagana no dejara rastro alguno o huellas en pos de sí, ni en la historia de la Filosofía. Porque en los diferentes sistemas filosóficos posteriores al neoplatonismo, en la Filosofía o Filosofías que después de la escuela neoplatónica se han sucedido y suceden en el
mundo y en la historia, no es posible negar que existieron y existen no pocos ni despreciables elementos tomados de la Filosofía pagana. Precisamente el elemento neoplatónico es uno de los que más predominaron en la Filosofía escolástica, según hemos apuntado arriba, y no hay para qué recordar, y nadie se atreverá a negar que en el fondo de esa misma Filosofía escolástica, y en el fondo también de la Filosofía moderna y novísima, palpitan el pensamiento de Platón y el pensamiento de Aristóteles, y reaparecen y se transforman, y se renuevan, y se afirman, y se desenvuelven, y se aplican ciertas ideas de los dos grandes filósofos griegos.

§ 120 –CRÍTICA GENERAL DEL NEOPLATONISMO Y DE LA FILOSOFÍA PAGANA

El neoplatonismo, con sus tres evoluciones o escuelas, representa la prolongación de la Filosofía pagana en el seno del Cristianismo, y demuestra a la vez la impotencia relativa y la esterilidad real de toda Filosofía racionalista. A pesar del poderoso auxilio que al neoplatonismo suministraban las ideas cristianas, que flotaban en la atmósfera y penetraban insensiblemente en las inteligencias, arrastrados los neoplatónicos por su odio contra la nueva religión, rechazaron con perseverante tenacidad las grandes ideas cristianas que contienen la solución de los problemas fundamentales de la ciencia, tales como el origen del mundo y del hombre, el origen del mal, el destino final de la humanidad, la ley de la caridad universal, etc.; cerraron su corazón y su oído a la nueva enseñanza, y concentrándose más y más en las especulaciones de la sola razón humana, escucharon únicamente la palabra del hombre, con exclusión de la palabra de Dios. El resultado de este movimiento separatista del neoplatonismo, ya lo hemos visto, fue una mezcla informe de panteísmo, de idealismo, de teurgia y de supersticiones ridículas. Las especulaciones metafísicas y la moral, relativamente elevada y pura, de Platón y Aristóteles, conviértense en manos de los neoplatónicos en un sistema de concepciones fantásticas y arbitrarias en el orden especulativo, y en un conjunto de prácticas groseramente supersticiosas y de operaciones extravagantes y ridículas en el orden ético. El neoplatonismo, pues, última palabra de la Filosofía pagana, y que representa la última evolución del pensamiento helénico, entraña la demostración histórica de la impotencia de la razón humana para alcanzar y mantenerse en los caminos de la verdad íntegra y de la justicia verdadera, si no se halla vivificada e informada por la idea cristiana, que es como la sal que impide su putrefacción. Sin este principio de vida, la Filosofía puede elevarse en alas del genio a mayor o menor altura relativa; puede disimular más o menos sus defectos y errores; puede deslumbrar momentáneamente con ciertos lados brillantes, pero siempre llevará en su seno errores fundamentales, como hemos visto en Platón y Aristóteles, y, sobre todo, siempre llevará en su corazón un principio de corrupción y de muerte, que, desarrollándose más tarde o más temprano, le imprime un movimiento fatal de decadencia, hasta precipitarla en el abismo.

¿Y qué otra cosa significan y demuestran el panteísmo de Plotino, el ultramisticismo teúrgico de Jámblico y Proclo, los delirios de los gnósticos, las aberraciones de los estoicos, el ateísmo y materialismo de Epicuro, el escepticismo idealista de la nueva Academia, después de los grandes trabajos de Platón y de Aristóteles, incubados y promovidos por la restauración socrática? Y es que este movimiento de restauración y esos grandes trabajos, estaban viciados por grandes errores metafísicos y morales, y eran esencialmente defectuosos y estériles, porque no estaba allí la savia purificadora del Cristianismo para evitar aquellos grandes errores y para vivificar y fecundizar esos trabajos. Difícil es calcular cuál habría sido el destino de la Filosofía greco-romana, atendido el estado de postración y decadencia a que había llegado cuando apareció el Cristianismo, el cual, además de dar origen, vida y organismo a una nueva Filosofía, a la Filosofía cristiana, dio origen y ocasión al movimiento neoplatónico, movimiento que vivificó, o, digamos mejor, que galvanizó por algún tiempo a la agonizante Filosofía greco-romana.

Conviene recordar aquí la inconstancia, las vacilaciones, la oscuridad y las contradicciones que con tanta frecuencia hemos observado en los representantes del neoplatonismo, ora acerca del conocimiento de Dios, ora acerca de las relaciones entre éste y el mundo, ora acerca del alma humana, ora acerca de otros problemas fundamentales de la Filosofía. Esta inseguridad del juicio, estas contradicciones en la palabra y el pensamiento, debieron influir, e influyeron sin duda alguna, en la esterilidad del movimiento neoplatónico, como influyeron también en la debilidad de la Filosofía greco-judaica. Nada hay que más directamente se oponga a un sistema filosófico, nada que más destruya su virilidad y su fuerza de propaganda, como la inconstancia y la contradicción del pensamiento, inconstancia y contradicción que suelen acompañar y seguir a las concepciones eclécticas o sincretistas.

Y que el neoplatonismo, considerado en sus diferentes fases y evoluciones, es una concepción esencialmente sincrética, dícenlo bien claramente sus innegables y evidentes relaciones de afinidad con las ideas y prácticas religiosas que dominaban en la India, la Persia, la Syria, el Egipto y otras regiones orientales, y dícenlo también las ideas y teorías del mismo que traen su origen de la Filosofía griega . En el fondo de la concepción neoplatónica y en su parte propiamente filosófica, descúbrense y aparecen sin cesar ideas y reminiscencias de los sistemas de Pitágoras, Platón, Aristóteles y algunos otros representantes de la Filosofía helénica. El predominio de la doctrina y tendencias de Platón, échase de ver con mucha frecuencia, y con especialidad en los problemas que se refieren a la naturaleza de Dios, al origen del mundo, al proceso y condiciones del conocimiento humano, al origen, naturaleza y destino final del alma humana, a la dignidad de la virtud, al menosprecio de las pasiones y de las cosas sensibles, a la práctica y condiciones de la moralidad. Sobre estos puntos, y algunos otros de mayor o menor trascendencia, el neoplatonismo merece ser considerado como una transformación, o, digamos mejor, como una reproducción del antiguo platonismo académico, al cual sólo añade el aspecto teosófico que caracteriza generalmente a las escuelas neoplatónicas, y que es resultado o manifestación natural de la amalgama del elemento filosófico con el elemento místico-religioso, elemento que en ciertas evoluciones y en determinados representantes del neoplatonismo, predomina de una manera visible sobre el elemento propiamente filosófico.

Por lo demás, es justo decir y confesar que el movimiento filosófico llevado a cabo por el pensamiento helénico es sobremanera notable, si se le considera en conjunto y en totalidad. En el primer período, en el período cosmológico y de incubación; en el segundo, caracterizado por el predominio del elemento antropológico; en el tercero, que representa el movimiento ecléctico y teosófico: en todos aparecen hombres extraordinarios y filósofos de primera talla, capaces de honrar una generación y un pueblo.

La fecundidad y variedad de sistemas; los escritos admirables de no pocos; la virilidad y elevación que resaltan en las especulaciones de otros, principalmente en el segundo período; la universalidad de conocimientos, la multitud de escuelas y centros de saber, junto con el número extraordinario de filosofes notables que florecieron en un período de tiempo relativamente corto, todo induce a mirar con respeto y admiración ese gran movimiento filosófico que tuvo su centro y su foco de irradiación en la Grecia, cuya influencia poderosa y enérgica se dejó sentir a la vez en el Asia, en el África y en la Europa latina, y que nos obliga a reconocer en el pensamiento helénico uno de los factores más importantes de la civilización y del progreso. Injusto sobremanera sería desconocer estos servicios de la Filosofía griega, que crea y desenvuelve la Física y la Cosmología entre las luchas y alternativas de las escuelas jónica y pitagórica, del atomismo y del eleatismo; que en su segundo período crea, desarrolla y perfecciona la metafísica, la lógica y la psicología, las ciencias morales y políticas, dando muestras de una fecundidad viril, pocas veces reproducida en la historia; que en su tercer período se esfuerza en penetrar y elevarse al conocimiento científico de Dios y de las cosas divinas en sus relaciones con el hombre y el mundo. Cierto que incurrió en graves errores y que no supo preservar a las sociedades de la corrupción moral, ni desterrar o suprimir en las naciones su viciosa organización político-social, ni fundar el derecho, ni regularizar y humanizar la guerra; pero supo dar ejemplos notables de austera moralidad; supo combatir grandes errores del politeísmo idolátrico, y hasta supo morir con heroísmo en defensa de la verdad religiosa. Ni le era dado evitar aquellos grandes errores, ni realizar la reforma social, porque le faltaba el principio divino que trajo al mundo el Cristianismo, principio que, completando, desenvolviendo y regenerando la Filosofía pagana, debía dar origen a una nueva época en la historia de la Filosofía: a la época de la Filosofía cristiana.

FIN DEL TOMO PRIMERO

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(1) Entre otros, escribió comentarios sobre el Parménides, el Alcibiades y el Timeo de Platón. Santo Tomás atribuye a Proclo el famoso libro de Causis, que tanto ocupó la atención de los escolásticos en la Edad Media, y que mereció ser comentado por el Doctor Angélico y otros escritores de aquel tiempo. Por cierto que es uno de los tratados en que la especulación metafísica de Santo Tomas se eleva a mayor altura.

(2) El siguiente pasaje indica las ideas de Proclo acerca del proceso o emanación de las cosas respecto de Dios u del Ser uno y primitivo: «Ipsum Bonum, tanquam super naturam intellectualem in se consistens, usque ad postrema descendit…. Primo quidem ipsis vere existentibus (la inteligencia y el alma universal o potencia plástica); secundo, divinis animis; tertio, numinibus humano generi praesidentibus; quarto, nostris animis, atque deinceps animalibus, et plantis, omnibusque corporibus: ipsae denique informi materiae, infimae rerum faeci.» De Anima et daemone Mars. Fic. interpr., página 50, edic. 1552.

(3) He aquí sus palabras: «Media namque inter actionem et essetiam potentia est, producta quidem ab essentia, actionem vero producens.» Comment. in Alcibiad., cap. XVIII.

(4) Como una de tantas pruebas que pudieran aducirse en confirmación de lo dicho en el texto, bastará recordar el siguiente hecho: En el último tercio del siglo IV, Sinesio, que fue Arzobispo de Tolemaida, refiere de sí mismo que en su juventud fue a Alejandría con el objeto de asistir a la escuela y escuchar las lecciones de Hipatia, la cual enseñaba públicamente la Filosofía pagana, y principalmente la de Platón y Plotino. El Arzobispo de Tolemaida tuvo en tal estima y concepto a esta profesora de Filosofía neoplatónica, que le remitió algunos de sus escritos para que los revisara, según consta por una de sus cartas dirigida por Sinesio A la Maestra de Filosofía

El neoplatonismo. Porfirio

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