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Torre de Babel Ediciones

Sartre – «Ser-para-otro»- Filosofía Contemporánea – Existencialismo

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Jean-Paul Sartre

(1905 – 1980)

HISTORIA DE LA FILOSOFÍA – VOCABULARIO FILOSÓFICO

SARTRE

Ejercicios – Conceptos fundamentales explicados

Ser-para-otro

Disposición del ser-para-sí que le relaciona con los otros seres humanos.

En su conferencia «El existencialismo es un humanismo», Sartre rechaza varios malentendidos a los que dio lugar su filosofía. Uno de los más importantes se refería al hecho de que el existencialismo parecía ser una filosofía de la subjetividad y por lo tanto, concluyeron sus críticos, de la individualidad (del individualismo burgués, para los críticos de izquierdas). Pero Sartre rechaza esta interpretación, y lo hace precisamente rechazando el individualismo más radical, el solipsismo. El solipsismo es la doctrina filosófica según la cual es indudable la existencia de uno mismo y radicalmente dudosa e injustificable la existencia de los otros seres, incluidas las otras personas. Si uno sigue el camino cartesiano para el descubrimiento de una verdad indudable, puede concluir que es indudable la existencia de la mente propia, pero a costa de resultarle al menos problemática la existencia de los otros seres. Sabemos que Descartes consigue superar el solipsismo con el recurso de la existencia y bondad de Dios, que le sirve de garantía de la creencia en la existencia de los otros objetos. Sartre acepta esta línea de búsqueda de una verdad indudable, aunque cree innecesario  recurrir a Dios para justificar la creencia en la existencia de las otras subjetividades: la filosofía, nos dice, debe partir de una verdad no problemática, de una verdad indudable y ésta es el famoso “pienso luego existo” y la subjetividad; pero considera que la idea de una subjetividad humana encerrada en sí misma, la idea del solipsismo, carece de sentido. El hombre posee una dimensión social, no es un ser aislado. En la conferencia antes citada la importancia de lo social, del «otro», se presenta desde distintas perspectivas:

  • en primer lugar porque toda elección debe contar con el otro; cuando elijo un valor, este valor se presenta con carácter universal, no puedo decir que valga solo para mí, aspira a la universalidad, de ahí que siempre nos podamos preguntar ¿y si todo el mundo hiciese lo mismo que lo que yo quiero hacer con mi elección?; al elegir un valor nos hacemos legisladores universales. Toda elección compromete a la humanidad entera, somos responsables de nosotros y de todos los hombres;
  • en la conferencia se dice también que el cogito individual sólo tiene una noticia de sí mismo en la medida en que el otro le capta, le valora, le estima o detesta. Siempre contamos con el otro: necesitamos de los demás, de sus juicios, complicidades y rechazos para ser conscientes de la totalidad de nuestras dimensiones, para ser de un modo u otro.

Pero esta idea de que necesitamos al otro para conformar nuestra propia identidad la desarrolla de un modo más exhaustivo en su obra «El ser y la nada». Sus conclusiones son muy pesimistas: las relaciones con el otro son siempre de conflicto o bien yo intentaré apropiarme de la libertad del otro o bien el otro querrá hacer lo propio con mi libertad.

La existencia del otro no es un dato cuestionable: considera que hay una experiencia en la que el otro se nos hace presente de un modo indudable, y se nos hace presente no como un objeto sino como un sujeto, como una subjetividad, con su libertad, sus valoraciones, sus proyectos. La más importante experiencia del otro es lo que Sartre llama la mirada: cuando el otro nos mira captamos en él no a un objeto, no a un objeto del que nada podamos temer o que pueda ser utilizado por nosotros sin consecuencias, captamos que tras su mirada se encuentra una subjetividad. Hay un protagonista del mirar, un ser del que se pueden esperar cosas (complicidad, solidaridad, placer, comprensión, enfrentamiento, obstáculos para nuestros fines…). La mirada del otro nos hace conscientes de nosotros mismos pues el otro nos objetiva, por esto trae consigo los sentimientos de miedo, vergüenza y orgullo: miedo ante la posibilidad de ser instrumentalizados por el otro, vergüenza de hacer manifiesto nuestro ser, orgullo al captarnos a nosotros mismos como sujetos. La vergüenza es una vivencia, y como toda vivencia es intencional, se refiere a algo, y, en este caso, a uno mismo, sentimos vergüenza de lo que somos. En la vergüenza se da una cierta duplicidad de protagonistas: es vergüenza de uno mismo, pero de uno mismo al ser visto por otro, es por lo tanto una de las más importantes expresiones de la experiencia intersubjetiva, de la experiencia o presencia del otro.

La mirada tiene dos dimensiones: el otro me puede mirar, pero yo le puedo mirar. Surge así la dialéctica de las libertades, la lucha y el conflicto. Ante la presencia del otro caben dos actitudes: o bien nos afirmamos como sujetos y en esa afirmación nos apropiamos de la libertad del otro y cosificamos su ser, o bien intentamos captar al otro en su libertad, en su ser sujeto, pero a costa de perder nuestra libertad y  convertirnos en meros objetos. Sartre pone como ejemplos de conductas del segundo tipo el amor, el lenguaje y el masoquismo y como ejemplos del primer tipo la indiferencia, el deseo, el sadismo y el odio De cualquiera de las dos maneras la relación entre las subjetividades será siempre conflictiva, será una lucha entre libertades. De aquí su pesimista conclusión «el infierno son los otros».

          Ver dialéctica de la cosificación.

Edición en papel:
Historia de la Filosofía. Volumen 3: Filosofía Contemporánea.
Javier Echegoyen Olleta. Editorial Edinumen.
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