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Torre de Babel Ediciones

Vida del filósofo griego Anacarsis – Fénelon

 

 

Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres

DIÓGENES LAERCIO

 

 

 

Compendio de las vidas de los filósofos antiguos

François Fénelon


Prólogo del traductor

TALES

SOLÓN

PÍTACO

BÍAS

PERIANDRO

QUILÓN

CLEÓBULO

EPIMÉNIDES

ANACARSIS

PITÁGORAS

HERÁCLITO

ANAXÁGORAS

DEMÓCRITO

EMPÉDOCLES

SÓCRATES

PLATÓN

ANTÍSTENES

ARISTIPO

ARISTÓTELES

JENÓCRATES

DIÓGENES

CRATES

PIRRÓN

BIÓN

EPICURO

ZENÓN

 

BIBLIOTECA DEL PENSAMIENTO – Catálogo

COMPENDIO DE LAS VIDAS DE LOS FILÓSOFOS ANTIGUOS

François Fénelon – Índice general
 

 

ANACARSIS

Pasó a Atenas en la Olimpíada 47. Murió de muerte violenta, poco tiempo después de haber regresado a su patria. De lo que se infiere que fue contemporáneo de la mayor parte de los que preceden.
 

Anacarsis, escita de nación, ha gozado de fama de sabio. Era hermano de Caduidas, rey de Escitia e hijo de Gnuro y de una mujer griega. Por estas circunstancias pudo aprender bien las dos lenguas. Era vivo y elocuente; atrevido y constante en todo lo que empezaba. En todo tiempo, su traje no era más que una túnica grosera, y su alimento se componía de leche y queso.

Sus arengas y discursos eran sumamente concisos. Como nunca se desanimaba, venia siempre a cabo de lo que emprendía. Su modo de hablar denodado y elocuente, había dado lugar a un proverbio. Cuando alguno le imitaba, decían que hablaba a lo escita.

Anacarsis dejó a su país y pasó a residir en Atenas. Llegado que fue, llamó a la puerta de Solón, y dijo al que le fue a abrir: «Di a Solón que vengo sólo a verle y a pasar algún tiempo en su casa.» Solón le envió a decir: que nadie debía ser huésped sino en su propio país, o en otro en que tuviera relaciones. Anacarsis, al oír esto, entró en la pieza en que estaba Solón y le dijo: «Pues estás en tu propio país, se mi huésped, hospedándome en tu casa.» Solón gustó de esta respuesta y en lo sucesivo fue muy amigo de Anacarsis.

Anacarsis gustaba mucho de la poesía, y escribió en verso las leyes de su patria y un tratado del arte de la guerra.

Decía comúnmente que la viña producía tres clases de uvas, el placer, la embriaguez y el arrepentimiento.

Extrañaba mucho que en todas las reuniones públicas de los atenienses los sabios se contentaban con proponer, y los necios eran los que decidían, más no podía comprender porqué se castigaba al que decía injurias a otro, en tanto que se daban grandes recompensas a los atletas, que se daban golpes crueles y se hacían tanto daño.

También le cansaba admiración que los griegos, al principio de la comida, se sirviesen de vasos medianos, y usasenAnacharsis: Ilustración de Galerie der alten Griechen und Rumer - 1801los grandes a los postres, cuando ya empezaban a embriagarse.

Censuraba amargamente las modales libres que los atenienses practicaban en sus convites.

Un día le preguntaron qué convendría hacer para evitar que un hombre bebiese vino: «El mejor medio, respondió, es presentarle un borracho y dejar que le contemple despacio.»

Le preguntaban si había instrumentos de música en Escitia; respondió que ni aun había viñas.

Decía que el aceite con que se untaban los atletas antes del combate debía llamarse preparación de una locura rabiosa.

Examinando un día las tablas de un buque, dijo que el navegante no está más que a cuatro dedos de la muerte. Le preguntaron cual era el navío más seguro y respondió: el que ha llegado al puerto

Decía con mucha frecuencia que el hombre debía ser dueño de su lengua y de su vientre. Un ateniense le reconvino porque era de un país bárbaro, en que no se conocían las artes: «Me avergüenzo, respondió, de haber nacido en mi patria, más la tuya debe avergonzarse de que tú hayas nacido en ella.»

¿Qué es, le preguntaron, lo mejor y lo peor que el hombre tiene? «La lengua» respondió Anacarsis.

«Vale mucho más, decía, tener un solo amigo, con tal de que sea verdadero, que tener muchos, que solo son amigos de la Fortuna.»

Cuando se hablaba de la diferencia entre la vida y la muerte, preguntaba: «¿a cual de las dos pertenecen los navegantes?»

Decía que los mercados eran establecimientos públicos que los hombres habían formado para engañarse unos a otros.

Comparaba las leyes a las telarañas, y se burlaba de Solón que creía poner obstáculo a las pasiones de los hombres con un poco de papel escrito.

Anacarsis fue el inventor de la rueda aplicada a la alfarería.

Un día fue a consultar a la sacerdotisa de Apolo, para preguntarle quién era más sabio que él. La sacerdotisa respondió que era un tal Misón de Quenes. Anacarsis extrañó mucho no haber oído jamás hablar de semejante hombre. Fue a buscarle al pueblo en que residía y le encontró componiendo un arado. «¡Oh Misón! exclamó Anacarsis, un hombre como tú no debe labrar la tierra.» «Un hombre como yo, respondió Misón, debe componer el arado cuando se ha roto.» Platón habla de Misón como de un hombre muy sabio. Habíase retirado a una soledad, donde vivía lejos de los hombres, a quienes aborrecía. Un día le descubrieron en un rincón, riendo a carcajadas. Le preguntaron porque se reía, estando solo: «De eso me río, respondió Misón»

Creso, que había oído hablar mucho de Anacarsis, le ofreció dinero y le rogó que fuese a Sardes; Anacarsis respondió: «He venido a Grecia, o rey de los Lidios, para aprender el idioma, las leyes y las costumbres del país. No necesito oro ni plata; quisiera, sí, volver a un patria con más sabiduría que la que traje. Iré sin embargo a verte, pues deseo estar en el número de tus amigos. »

Después de haber permanecido algún tiempo en Grecia, Anacarsis pensó en regresar a su patria. Al pasar por el país de los cisicenianos, los vio disponer una gran fiesta en honor de la madre de los dioses. Anacarsis hizo entonces voto de hacerle la misma fiesta en su país, en caso de regresar a el sin peligro. Cuando llegó quiso introducir las costumbres griegas, lo cual desagradó sobremanera a sus compatriotas.

Un día Anacarsis se retiró a un espeso bosque para celebrar la fiesta que había ofrecido a la madre de los dioses. Un escita le descubrió y fue a dar cuenta al rey, el cual fue al bosque a ver si era cierta la acusación. Anacarsis estaba en efecto haciendo las ceremonias propias del culto de aquella divinidad. El rey entonces le disparó una flecha de cuya herida murió.

Sus compatriotas le erigieron muchas estatuas en lo sucesivo.

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